Nota del Editor: Juliana Silva es asesora de comunicaciones estratégicas en Clarity Media Group, una empresa de entrenamiento en comunicaciones globales radicada en Nueva York. Bill McGowan es el fundador y presidente ejecutivo de Clarity Media Group. También es el autor de “Pitch Perfect: How to Say it Right the First Time, Every Time”. Sígalo en Twitter @BillMcGowan22. Las opiniones expresadas en el artículo son propias de los autores.
(CNN) – La polémica por la seguridad fronteriza fue presentada como una pelea de pesos pesados. En una esquina, un presidente Donald Trump profundamente convencido y nada dispuesto a reabrir el gobierno hasta recibir 5.700 millones de dólares para levantar un muro sobre la frontera suroeste de Estados Unidos.
¿Sus oponentes? El equipo de la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y el líder de la minoría en el Senado, Chuck Shuchmer.
Pero si uno hubiese comprado un paquete para ver esta pelea, probablemente estaría reclamando que le devolvieran el dinero. Los tres se mostraron estoicos y faltos de pasión.
Ahora saben por qué Trump esperó hasta que faltara la mitad de su período para dar un discurso desde la Oficina Oval. Le sale horrible. El ingrediente secreto de Trump que inspira a sus votantes en los actos de campaña, que inspira su ira, estuvo ausente en su sosa presentación.
También, no hubo por ninguna parte (inexplicablemente hasta más de la mitad del cansino discurso) mención alguna del muro fronterizo en sí. ¿No era ese el tema principal? Hubo un fuerte contraste con las gloriosas imágenes que Trump ha dejado durante toda su campaña cada vez que declaraba: “Construiremos un gran muro, un muro fronterizo impenetrable, físico, alto, poderoso, hermoso en la frontera”.
Trump habló apurado, como si tuviera que tomar un vuelo en el Air Force One a Mar-a-Lago. No había modulación en su voz, ni flujo en su discurso. La sensación del “resplandeciente muro en la colina” que marcó sus discursos en los últimos años fue reemplazado por una descripción oscura y deprimente de decapitaciones y delitos violentos supuestamente causados por la inmigración ilegal.
En lugar de imágenes Trump intentó usar datos que, en lugar de persuadir, desvirtuaron sus argumentos.
La decisión de sentar a Trump detrás del escritorio de la Oficina Oval podría haber respondido a la necesidad de ofrecer una sensación de gravedad al problema de inmigración ilegal. Después de todo, desde allí anteriores presidentes han informado al pueblo estadounidense sobre asuntos dramáticos: el bloqueo de John F. Kennedy a Cuba; la renuncia de Richard Nixon o el discurso de George W. Bush luego de los ataques del 11 de septiembre.
Pero la combinación de confinar a Trump a una silla y restringirlo a leer un guión lo despojó de su carisma. Lucía tan motivado como el vicepresidente Mike Pence durante la infame reunión del Salón Oval con Pelosi y Schumer.
El hecho de que entrecerraba los ojos para leer el apuntador, que reducía su ojo derecho al tamaño de una rendija, no ayudó sin duda. La confianza de la audiencia es apuntalada en la medida en que puedan ver la parte blanca de los ojos del orador.
Por su parte, Schumer y Pelosi no mostraron fortaleza de carácter. Estuvieron tan animados como una versión moderna del cuadro de “American Gothic”, de Grant Wood, pero sin la horquilla. Cuando uno hablaba el otro no lo miraba y les quitó a ambos la oportunidad para proyectar la unión que mostraron durante la discusión en la Oficina Oval con Trump. De hecho, estuvieron tan indiferentes entre sí que parecía como si estuvieran literalmente pintados.
Pero donde Schumer sí tuvo éxito es exactamente donde Trump fracasó: la utilización de imágenes. Al utilizar imágenes y anécdotas el mensaje del orador es más poderoso. La frase realmente memorable le correspondió a Schumer cuando dijo: “El símbolo de Estados Unidos debería ser la Estatua de la Libertad y no un muro de 10 metros de altura”.
En el debate entre Trump y sus rivales demócratas, ninguno propinó un golpe de nocaut oratorio. Como dicen los aficionados a los deportes luego de un partido aburrido, parecía ser cuestión de quién lo deseaba menos. Los estadounidenses que vieron los discursos con la esperanza de ser estimulados por los comentarios apasionados de los líderes sobre un problema apremiante, probablemene fueron los que perdieron de verdad.