Nota del Editor: Ruth Ben-Ghiat es colaboradora frecuente de CNN Opinión y profesora de historia e italiano en la Universidad de Nueva York; escribe sobre autoritarismo y propaganda política. Sígala en @ruthbenghiat. Las opiniones expresadas en este artículo son propias de la autora.
(CNN) – El monolingüismo (la capacidad de hablar solo un idioma) puede sonarles a algunos como una enfermedad, y sin duda es una condición que se esparce por la educación superior estadounidense. Según la Crónica de Educación Superior, un informe de próxima aparición de la Modern Language Association —basado en información proveniente de más de 2.000 instituciones— halló que se habían cerrado 651 cursos de idioma extranjero entre 2013 y 2016. Esa es una reducción del 5,2% en apenas tres años. Si bien no tendremos todos los detalles hasta que se publique el informe en aproximadamente un mes, la tendencia, desafortunadamente, es clara. Es imperativo revertirla, por el bien de los intereses económicos y de seguridad nacional a largo plazo y la salud de la sociedad civil democrática.
Al justificar sus decisiones de reducir o eliminar la enseñanza de idiomas extranjeros, los administradores y directivos de las universidades pueden citar las consecuencias de la recesión del 2008, que redujo los presupuestos educativos, la necesidad de asignar recursos a los campos tecnológicos y la disminución de la demanda: según la Crónica de educación superior, las inscripciones se redujeron 9,2% durante ese período del 2013 al 2016, solo han repuntado el hebreo bíblico, la lengua estadounidense de señas y, en especial, el coreano. Un informe de 2014 de la Academia Estadounidense de Artes y Ciencias mostró que la recesión golpeó más duramente a las carreras de idiomas que al resto de las humanidades. En los años siguientes, las universidades recortaron el 12% de las carreras de idiomas extranjeros, el doble en comparación con el total de las carreras.
Sin embargo, ninguno de estos factores son de por sí causa suficiente para llevarnos a esta acuciante situación actual. Habiendo trabajado durante muchos años en la educación superior estadounidense, incluso como jefa del departamento de idiomas extranjeros, he visto el éxito de las campañas de recaudación de fondos a gran escala para nuevas instalaciones (prácticamente todo lo que tiene una ubicación física ahora lleva el nombre de un donante en algunas instituciones), y los fondos para los centros y laboratorios de pronto logran retener o atraer a profesores estrella. Es cuestión de prioridades: y la instrucción de idiomas extranjeros por lo general ha estado de capa caída en esta lista. También es responsabilidad de los defensores de la enseñanza de idiomas hacer una defensa clara y convincente sobre su importancia.
Tomemos como ejemplo el francés, que fue el más vapuleado según el estudio de la Asociación de Lenguas Modernas, contabilizando 129 de los 651 programas cerrados (contra 118 para el español y 56 para el italiano). Algunos estadounidenses insistan quizás en ver el francés como algo útil principalmente para pedir vino y pasar un semestre en el extranjero en París, pero el francés es una fuerza motriz mundial. No solo está entre los idiomas más estudiados y hablados en Estados Unidos en términos generales (junto con el español y la lengua de señas estadounidense), sino que es el sexto idioma más hablado en el mundo. Es el idioma oficial en 29 países, con aproximadamente 300 millones de hablantes, que podrían llegar a 700 millones hacia el 2050, según algunos demógrafos.
Esto es porque además de que el francés es un idioma oficial o de trabajo en el mundo, desde Guayana Francesa en América del Sur hasta Vanuatu en Oceanía hasta Quebec en América del Norte, también destaca que la mitad de los hablantes de francés viven en África. África ya es la zona con la segunda mayor población en la tierra, con el 41% de su población menor de 15 años. África impulsará el desarrollo futuro; los chinos están invirtiendo miles de millones allí con razón. Claro, el inglés es el rey en muchos países de África, fruto del alcance del eximperio británico, pero el continente también incluye decenas de países de habla francesa, algunos de los cuales se proyectan como líderes en el próximo auge económico como Senegal y Costa de Marfil.
¿Es realmente el momento de abandonar la enseñanza del francés en las universidades y establecimientos de enseñanza terciaria de Estados Unidos? Creo que no.
Para quienes son menos propensos a pensar globalmente, aquí hay otra razón para revertir la tendencia: que menos estadounidenses aprendan idiomas extranjeros significa que más estadounidenses se verán privados de la apertura de mente y de la comprensión de otras culturas. Esa es una buena noticia para algunos seguidores del presidente Donald Trump, que desde las elecciones presidenciales de 2016 ha incitado a la xenofobia y al racismo, incluyendo la continua campaña de desinformación que intenta vincular a los extranjeros, en particular a los inmigrantes, con el terrorismo y el crimen.
Llevamos ya tres años de este clima nocivo en el que hablar un idioma que no sea el inglés en público puede resultar riesgoso, una señal de que uno no es un estadounidense “real” o que no “pertenece” a este país. Las historias son muchas: un matemático que hablaba con acento fue escoltado y bajado del avión, sospechado de terrorismo por garabatear ecuaciones que a su compañero de asiento le parecieron árabe; gente detenida por agentes fronterizos en una estación de combustible de Montana; expulsados de negocios en la Florida; e insultados verbalmente en almacenes de Manhattan, todo porque hablaban español; estudiantes de posgrado a los que les sugirieron no hablar chino en público para que la gente no pensara que no querían “asimilarse”.
En una era en que se reclaman muros y “fortificar a Europa”, muchas fuerzas accionan para regresar al aislamiento y a políticas de odio que prosperan en base a la incomprensión mutua. No nos dejemos guiar por las razones presupuestarias que podrán ahorrarles dinero a las instituciones a corto plazo, pero que resultarán costosas en incontables formas para nuestra nación por generaciones venideras.