Nota del editor: El padre Edward L. Beck, C.P., es un sacerdote católico y comentarista de religión para CNN. Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor.
(CNN) – El papa Francisco sin duda sabe cómo llamar la atención de la prensa, aunque no siempre obtenga coberturas favorables.
La semana pasada, cuando regresaba desde Emiratos Árabes Unidos, le preguntaron sobre los reportes de monjas abusadas sexualmente por algunos sacerdotes y obispos. Francisco respondió sobre un caso en el que el papa Benedicto disolvió una orden de monjas “porque se había filtrado cierta esclavitud de las mujeres, esclavitud sexual por parte del clérigo o de su fundador”.
Un vocero del Vaticano dijo que los comentarios del papa se referían a un pequeño grupo de hermanas francesas, las Hermanas Contemplativas de Saint-Jean.
Pero que el papa usara el término “esclavitud sexual” hizo que se levantaran varias cejas. El vocero del Vaticano clarificó después que Francisco se refería a “esclavitud sexual” como “manipulación”, o un tipo de abuso de poder que se refleja en el abuso sexual.
Esa aclaratoria contribuyó poco a mejorar una crisis que está cada vez más fuera de control y que sigue envolviendo a la Iglesia Católica en todo el mundo, una crisis que algunos comentaristas han considerado como la amenaza más seria para Iglesia desde la Reforma del siglo XVI. Roma está en llamas y el sexo está alimentando la conflagración.
Han sido pocas las veces en que la Iglesia ha lidiado bien con problemas de sexualidad humana. A pesar de documentos nobles como la “Teología del Cuerpo” de Juan Pablo II, han faltado normas generales prácticas y útiles de negociación de realidades y complejidades esenciales de la sexualidad humana. Los tópicos píos no le han dado resultado a los cristianos (y ni hablar de los celibatos) para salir adelante en una cultura sexualizada que grita sexo en casi toda publicidad, programa televisivo, película y aplicación de citas.
Los sacerdotes, como el resto de la gente, quieren tener sexo. Quieren que los toquen. Queremos que nos deseen. A fin de aliviar estos deseos utilizamos mecanismos de afrontamiento. Lo hacemos por un bien mayor, pero nos engañamos al pensar que es natural o fácil y que a veces no fracasamos.
Los rezos, la abnegación, ayunas, y la abstención total pueden ser antídotos efectivos para el deseo sexual, pero el atractivo de la intimidad humana y el tacto son tan fuertes que solamente la confrontación honesta de los desafíos que presenta puede dar una posible esperanza de poder superar los peligros. La utilización de la represión y supresión tienen un costo y ese precio debe ser reconocido y pagado.
Sin duda, los problemas de abuso sexual son cuestiones aparte de la lucha por integrar nuestra sexualidad de manera saludable y productiva. El abuso sexual se da cuando la ilusión de poder y dominio corrompe la sexualidad de uno e inflige el resultado a otra persona en actos de violencia o dominio. El abuso sexual no es el resultado del celibato. Es el resultado de una patología que aflige de igual manera a los celibatos y no celibatos.
Algunas mujeres religiosas (monjas y hermanas) han sido víctimas de esta patología encarnada por algunos clérigos. Hace mucho tiempo que las mujeres religiosas han sido vistas como ciudadanas de segunda categoría en la jerarquía de la Iglesia. Han sido la fuerza laboral y con frecuencia han realizado las tareas domésticas. En algunas comunidades religiosas, las hermanas le servían la cena al padre y zurcían sus medias. No cuesta mucho ver cómo semejante misoginia puede llevar a la subyugación y al abuso.
Si bien esta percepción de la mujer religiosa ha evolucionado en Estados Unidos y en otros países occidentales, aún existe en muchas culturas la percepción de la hermana religiosa (y de hecho de la mujer) como subordinada.
No hay duda de que el clericalismo, el privilegio, el poder de la jerarquía religiosa y el patriarcado sexista de la Iglesia han contribuido también a los actos atroces de algunos sacerdotes que han abusado sexualmente de monjas. La Iglesia debe hacerse cargo de su complicidad en este comportamiento ilegal e inmoral. Debe asegurarse de que sean abolidas todas las formas de abuso de la Iglesia. Pero esto exige un cambio estructural que la jerarquía ha eludido hasta ahora.
Algunos sugieren que el celibato obligatorio aumenta las ocasiones de abuso sexual. Si bien estoy en desacuerdo con esa valoración, creo que el celibato obligatorio puede indudablemente agravar el problema de abuso si existen también otros factores que potencian a un abusador, como el aislamiento, el mal desarrollo psicosexual, mal uso de poder y narcisismo.
Existía la esperanza de que el Papa iba a emplazar a la Iglesia para que considere la opción de celibato para los sacerdotes. Muchos creen que esto quitaría el velo de secretismo que cubre la vida sexual de algunos sacerdotes.
Se frustraron pronto las esperanzas de cambio en la disciplina eclesiástica de celibato obligatorio cuando, en su vuelo de regreso al Vaticano desde Panamá, Francisco dijo que el celibato para los sacerdotes era un “regalo de la Iglesia” y no era “opcional.” (Si bien pareció dejar la puerta abierta a sacerdotes casados en lugares remotos en donde hay una necesidad pastoral).
El problema es que actualmente la necesidad pastoral está en todos lados. Si no es una necesidad pastoral de escasez de clérigos, entonces es una necesidad pastoral de personas que tengan vidas auténticas y honestas. Algunos sacerdotes no quieren ser (o no pueden ser) célibes. Mientras que no exista una opción para esos hombres, es posible que algunos se comporten mal de muchas maneras destructivas y contrarias a los valores del evangelio a los que declaran adherirse. La Iglesia puede y debe ayudar a frustrar esas elecciones nocivas. Tiene el poder de hacerlo. ¿pero tiene la voluntad de hacerlo?
La tradición dice que, en el año 64, el emperador Nero tocó su violín mientras Roma ardía. Queda por verse si el papa Francisco y su curia pueden apagar las llamas que demuestran ser igual de destructivas para su amada iglesia.