Foto de archivo. Un bebé es vacunado contra sarampión y rubeola.

(CNN) – Vacunar, como todas las decisiones de crianza, es una determinación que se toma desde un lugar de amor y cariño. Un padre que elige vacunar lo hace pensando en lo mejor para su hijo, al igual que un padre que elige no vacunar.

Con el avance de los medios sociales, las vacunaciones han sido debatidas en línea y, alentados por el anonimato, la gente se involucra en insultos y humillaciones.

Esto no solo es improductivo y divisivo, simplemente no es la forma correcta en que las familias toman decisiones sobre la salud de sus hijos.

Como pediatra, en los últimos pocos años me he ocupado de familias con distintas opiniones sobre las vacunas. La mayoría de los padres siguieron mis recomendaciones de vacunar y, con culpa parental en sus rostros, sostuvieron a sus hijos mientras les administrábamos las vacunas. En esos casos, todos se fueron a casa sabiendo que sus hijos estaban protegidos contra enfermedades infecciosas graves.

Pero algunas familias no fueron tan entusiastas y eso en realidad es muy común. Según un sondeo de pediatras de cuidados primarios publicado en 2016, el 93% reportó pedidos de los padres para retrasar las vacunas al menos una vez, el mes anterior.

Al final de este espectro están las familias que se rehúsan por completo a vacunar. Aquí está mi experiencia personal con dos de esas familias; ambas eligieron vacunar después de años de súplicas de sus otros médicos.

Finalmente, creo que tomaron la decisión por nuestra relación personal. Yo era su pediatra y confiaban en mí.

Teníamos un interés común

A nosotros –a sus padres y a su pediatra– nos importaba el bienestar del niño frente a nosotros.

Los padres sabían que me importaba porque les había ofrecido pautas sobre muchos temas antes de que saliera el tema de las vacunas. Lo sabían porque cuando llegaban los análisis de sangre después del horario del consultorio, yo los llamaba personalmente. Cuando venían a consulta por enfermedad, los llamaba unos días después, para saber cómo seguían. Cuando surgían problemas en la escuela, escribíamos juntos cartas al director. Y lo más importante: sabían que me importaba porque yo lo dejaba muy en claro: “estoy aquí para ayudarlos y estoy de su lado”, así de simple.

Con este entendimiento, podíamos avanzar juntos cuando salía el tema de las vacunas.

Yo no los juzgaba ni los insultaba

“No estoy aquí para juzgarlos”, les decía a muchas familias. No los juzgaré si necesitan llamar al consultorio a las 2 a.m. porque su bebé no deja de llorar y están preocupados; es nuestro trabajo estar aquí para ustedes. No los juzgaré si no llamaron y se fueron directamente a la sala de emergencias porque estaban tan preocupados.

Y no los juzgaré si los asusta vacunar a su hijo. No creo que sean estúpidos. No creo que amen menos a su hijo. Solo les pido que hablemos al respecto.

Nos escuchamos mutuamente

Mi frase de cabecera es “quisiera escuchar sus inquietudes, y luego me gustaría contarles las mías.”

Si bien suena cursi, siempre soy sincera. Me callo y escucho, y recién comienzo a hablar cuando entiendo la esencia de la inquietud de los padres.

Una de las familias se mostraba escéptica de cualquier cosa que no percibiera como algo natural del cuerpo de su bebé, así que me enfoqué en explicar de qué manera son seguros los componentes de las vacunas. Sí, son químicos, pero nunca se ha demostrado que sean dañinos. Nuestro cuerpo, nuestro alimento, nuestro mundo está compuesto de químicos.

La otra familia se mostraba escéptica de toda la comunidad médica en general y, una vez que decidieron no vacunar, se mantuvieron firmes. Sus hijos habían llegado a la adolescencia. Con ellos, enfoqué mis esfuerzos en explicar el increíble nivel de escrutinio por el que pasa una vacuna antes que se la apruebe y cómo los doctores como yo no ganamos dinero por recomendar o administrar vacunas.

Le expliqué los aspectos fundamentales a ambas familias:

No, las vacunas no causan autismo. Sí, protegen a los niños contra enfermedades que pueden ser letales. Estas enfermedades nunca han sido vistas porque las vacunas funcionan. Las vacunas protegen tanto a su hijo y a los niños que sus hijos frecuentan, incluyendo a los que son demasiados jóvenes o que, por razones médicas, no pueden ser vacunados.

Les di poca información por una ocasión. Y esto se repitió una y otra vez - durante un año y medio para una familia y casi tres años para la otra. Entre los doctores y enfermeras, nos dejamos notas entre nosotros en donde se detallaba cuán lejos había podido avanzar cada uno en la conversación para que la próxima vez pudiéramos continuar y arrancar desde donde la dejamos.

Al principio, aceptamos no estar de acuerdo siempre

Durante mucho tiempo, no llegamos a ninguna parte. Pero cada vez que alguna de esas dos familias entraban a mi oficina, los doctores y enfermeras les recordaban con esmero: hoy es un día tan bueno como cualquiera para cambiar de idea.

Y un día, cada familia lo hizo.

No hubo un gran anuncio, ni conmoción, ni celebración. No hubo un reconocimiento de que una parte tenía razón y la otra estaba equivocada. No hubo ganadores ni perdedores - más allá de los niños que desde ese momento estarían protegidos contra potenciales enfermedades letales.

Pedí las vacunas, los niños las recibieron, y seguimos con el siguiente tema en la lista de nuestra misión compartida de mantener a los niños sanos.

La Dra. Edith Bracho-Sánchez es pediatra y becaria en el programa de comunicación médica de la Universidad de Stanford y CNN.