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Nota del editor: Geovanny Vicente Romero es abogado y politólogo, con experiencia como profesor y asesor de políticas públicas y gobernanza. Es un estratega político y consultor de comunicación gubernamental. Actualmente está finalizando una maestría en Comunicación Política y Gobernanza en la Universidad George Washington. Es fundador del Centro de Políticas Públicas, Desarrollo y Liderazgo RD (CPDL-RD). Síguelo en Twitter: @GeovannyVicentR. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.

(CNN Español) – Irrumpió en el escenario político venezolano la figura de Juan Guaidó, un joven de 35 años que fue elegido presidente de la Asamblea Nacional.

Posteriormente se declaró presidente interino de Venezuela, amparándose en los artículos 233, 333 y 350 de la Constitución de Venezuela, así como en el reconocimiento del Parlamento Europeo, la Organización de Estados Americanos (OEA), el Grupo de Lima, Estados Unidos y más de 50 países adicionales en los diferentes continentes.

¡Pero no tan rápido Guaidó! Todavía hay un obstáculo gigante para la meta final: Nicolás Maduro ocupa el Palacio de Miraflores tras ganar las polémicas elecciones de mayo de 2018.

Es necesario destacar que la celebración de elecciones no siempre es sinónimo de democracia, pues esta depende de muchos factores, como la participación ciudadana, la de los partidos de la oposición o su inhabilitación, así el potencial de competencia que puedan tener varios presos políticos. Lo anterior es tan solo un conjunto de condiciones mínimas y garantías electorales que se deben asegurar para un proceso transparente que respete la voluntad de la ciudadanía y se fortalezca con la presencia de Misiones de Observación Electoral (MOEs) de carácter internacional para garantizar la transparencia, más allá de toda duda razonable.

El 28 de septiembre de 2018, en “La Venezuela que todos queremos en 10 años, no en 59, pero ¿cómo lograrlo?” y desde un enfoque de derecho internacional y de “lo políticamente correcto”, yo propugnaba por una salida sobre la premisa de la negociación y el reconocimiento de que la crisis política había mutado a crisis humanitaria desde hace varios años. En ese momento yo resumía la idea de solución en tres palabras: dialogo, debate y consenso.

En dicho artículo, llegué a decir que “La solución no es aislar a Maduro, la solución es integrarlo y llevarlo por el camino del cambio. Un cambio real que también signifique cambiar el rostro de su gobierno y promover la reconciliación con su pueblo a través de la tolerancia. Pero para eso hay que poner a la gente primero y en esta etapa esto se logra reconociendo que hay una crisis y aceptando la ayuda humanitaria necesaria: ¡Primero la gente!”.

Hoy en cambio, dada las circunstancias políticas que vive Venezuela, para aprovechar el moméntum histórico surgido desde enero y que ha sido un escenario más exitoso que las mismas protestas masivas del año 2014, estoy más convencido que nunca de que ya la ventana de tiempo que pudo tener Maduro para negociar se agotó en su totalidad. La negociación sostenida por años fue una estrategia dilatoria para ganar tiempo, un anzuelo que -en esta ocasión- la oposición actual no muerde, pues se mantiene firme pidiendo elecciones nuevas.

Recuerdo que, por varios años, la República Dominicana fue sede de un proceso de negociación que no prosperó, quizás por la negativa de las partes a hacer concesiones mínimas, que más que un signo de debilidad habría sido un símbolo de viabilidad política. Tal vez la razón de aquel fracaso estuvo en la falta de sinceridad y compromiso de una de las partes o probamente por lo mismo que hemos mencionado anteriormente: retrasar mientras la oposición se fragmentaba más, pues ya bien lo decía el célebre estratega militar y político Julio César, divide y vencerás. El escenario político actual es favorable a la oposición y no aconseja la negociación ya que se puede diluir la oportunidad.

Recordemos que en las elecciones de mayo de 2018, fue la abstención la que logró el mayor porcentaje (54%), reflejando una participación considerablemente baja en comparación con de los venezolanos en eventos electorales anteriores. Esto nos hace pensar que la solución para la salida de un gobierno cuyo mandato recién estrenado nació con la legitimidad en duda debido a la alta abstención ciudadana y por la ausencia en el proceso de la oposición tradicional, es la celebración de nuevas elecciones como la única solución viable.

En este sentido, como una alegoría del famoso discurso del líder de los derechos civiles Malcolm X, titulado The Ballot or the Bullet –la boleta o la bala–, en aquella opinión yo indicaba que los ciudadanos se hacen escuchar de dos formas, en las urnas o en las calles. En estos momentos, parece que los venezolanos de Juan Guaidó han decidido tomar las calles y hacer que sus voces sean escuchadas mientras cumplen su anhelo de ir a nuevas elecciones para redefinir el escenario político de su país y así todos juntos, recuperar la economía y renacer de las cenizas como el ave fénix.

La situación de Venezuela tiene a su pueblo tocando fondo. Me atrevo a especular que si Hugo Chávez estuviera vivo, se hubiera recuperado del cáncer feroz, y todavía siendo una figura pública de poder y no marginado al hermetismo estatal que rodeó su enfermedad y posterior muerte habría recordado el coraje que exhibió en la intentona de golpe de Estado de 1992 y es posible que el año que vivimos, Nicolás Maduro no estaría en el poder. Leopoldo López no habría sido condenado e inhabilitado y probablemente entre él y Henrique Capriles quedaría la presidencia del país. ¡La realidad es otra: se llama Nicolás Maduro!

La historia de Venezuela es una que se escribe cada segundo a la velocidad de la luz y no sabemos cómo puede terminar en unos días o semanas, pero sea cual sea el resultado, no me sorprendería ver pronto a Juan Guaidó nominado al Premio Nobel de la Paz, galardón ya ganado en la región por Oscar Arias, Rigoberta Menchú y Juan Manuel Santos, donde cada uno luchó contra el malestar de su pueblo a su propia manera y en su propio contexto social, económico y político. En el caso de Guaidó se valorará su capacidad de unir a un país dividido, su habilidad para lograr el consenso y el reconocimiento de la comunidad internacional, su paciencia para evitar el derramamiento innecesario de sangre y su tacto político para ejecutar sus medidas de forma meticulosa reconociendo que el fin está a la vuelta de la esquina, tal como lo hizo cuando esper’o hasta el #23E para marchar, queriendo aprovechar el simbolismo de esa fecha que marcó el fin de un pasado oscuro en Venezuela. ¡#VamosBienVzla!