Vista aérea de Villa Zavaleta, una zona pobre de Buenos Aires, capital  de Argentina.

Nota del editor: Roberto Rave es politólogo con posgrado en Negocios Internacionales y Comercio Exterior por la Universidad Externado, de Colombia, y la Universidad Columbia de Nueva York. Con estudios en Gerencia de la Universidad IESE de España y candidato a MBA de la Universidad de Miami. Es columnista del diario económico colombiano La República. Fue escogido por el Instituto Internacional Republicano como uno de los 40 jóvenes líderes más influyentes del continente. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.

Escribo este artículo con motivo de la iniciativa “Proyecto Ser Humano” de CNN en Español, contra la discriminación, que en la región latinoamericana se da de tantas y constantes maneras, y que además, genera una profunda cicatriz en las sociedades que la padecen. La discriminación puede expresarse de múltiples formas, entre ellas, la desigualdad y a la pobreza.

El mundo ha vivido un avance significativo en términos de calidad de vida y erradicación de la pobreza. Según el centro de estudio y análisis Brookings Institution, cada segundo sale aproximadamente una persona de la pobreza extrema en el mundo y entran cinco a la clase media. Además, sus investigaciones afirman que, a finales del año 2018, los pobres dejaron de ser mayoría y un poco más del 50% de la población mundial se ubica en la clase media y en la rica. Sin embargo, la pobreza aún persiste en nuestra región y en el mundo entero. Junto con ella, subsiste una gran deuda social: “Unas 842.000 personas de países de ingresos bajos y medianos mueren cada año como consecuencia de la insalubridad del agua y de un saneamiento y una higiene deficientes”.

Pero, en esta ocasión, la reflexión que quiero dejar tiene otra arista, la cual no ignora la carencia de oportunidades que padecen muchos ciudadanos de Latinoamérica y tampoco resta importancia a esa brecha social que debe ser reducida, al menos en términos de acceso a servicios básicos y a educación. Por estos días, he pensado que, aún con las carencias y limitaciones de muchos ciudadanos, una de las formas más profundas de discriminación y que más golpea a nuestras comunidades, es aquella que tiene que ver con la indiferencia. Todo parece indicar que no estábamos preparados humanamente para la globalización, pues a veces da la impresión de que al hacernos ciudadanos del mundo y de la digitalización, olvidamos lo que pasa en nuestra familia, en nuestra esquina, en nuestro país y hasta en el mundo. La indiferencia abre las puertas a lo peor de la condición humana. Como bien observó Edmund Burke: “Para que el mal triunfe, solo se necesita que los hombres buenos no hagan nada”. En La Teoría de los Sentimientos Morales, Adam Smith llama la atención sobre esa peculiaridad de la humanidad: “Por más egoísta que quiera suponerse al hombre, evidentemente hay algunos elementos de su naturaleza que lo hacen interesarse en la suerte de los otros de tal modo, que la felicidad de éstos le es necesaria, aunque de ello nada obtenga, a no ser el placer de presenciarla”.

La destrucción del tejido social, tan importante en el desarrollo humano y económico de las sociedades, y sobre todo de las latinoamericanas, golpeadas por la violencia, los conflictos y la corrupción, es el resultado de la indiferencia traducida en discriminación. Más que la desigualdad o la distancia en términos de ingresos monetarios o de oportunidades, problema que debe ser solucionado de manera urgente, la desigualdad injusta y desdeñosa en las relaciones interpersonales, el abuso de una posición dominante en términos económicos o el desprecio por las personas con menos oportunidades, son el caldo de cultivo para que los populismos profundicen los odios, los resentimientos y los rencores en sociedades como las latinoamericanas. Por ejemplo, en mi ciudad natal, Medellín, Colombia, aún con problemas de desigualdad pendientes de atender y solucionar, es normal una agradable conversación con la persona que conduce el taxi o que atiende en un restaurante, o con quien se encarga de la seguridad del edificio o el de oficios varios de la oficina. Esto hace que los ciudadanos sientan que son valorados y apreciados, genera un ambiente de progreso y de cohesión social inigualable. Por el contrario, otras ciudades de Colombia se caracterizan por una marcada distancia en el trato con las personas más humildes, generando brechas y heridas humanas que se convierten en un obstáculo para el desarrollo y para la convivencia armónica y civilizada.

Latinoamérica debe aprovechar la cuarta revolución industrial como catalizadora de la disminución de las brechas sociales y la democratización de los servicios públicos. Las revoluciones industriales deben, obligatoriamente, inducir a revoluciones humanas que incentiven la cohesión y construcción de un tejido social sin el cual se hace imposible una buena calidad de vida para todos.

Post scriptum: No quiero dejar pasar esta oportunidad para citar al papa Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate: “Pablo VI señalaba que el mundo se encuentra en un lamentable vacío de ideas. La afirmación contiene una constatación, pero sobre todo una aspiración: es preciso un nuevo impulso del pensamiento para comprender mejor lo que implica ser una familia; la interacción entre los pueblos del planeta nos urge a dar ese impulso, para que la integración se desarrolle bajo el signo de la solidaridad en vez del de la marginación”.