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Religión

Benedicto rompe su silencio para hablar sobre la crisis de abusos sexuales en la Iglesia católica

Por Rafael Domingo Oslé

Nota del editor: Rafael Domingo Osle es profesor investigador en el Centro de Derecho y Religión de la Universidad de Emory y catedrático de derecho en la Universidad de Navarra

(CNN Español) -- El papa emérito Benedicto XVI ha roto su silencio anacoreta para ofrecernos unas reflexiones sobre la escandalosa crisis de abusos sexuales padecida en el seno de Iglesia católica en los últimos lustros. Sorprende la claridad mental de Benedicto, quien, ya nonagenario, ha sido capaz de componer, en su materno alemán, un ensayo inteligente y profundo que no tiene desperdicio.

Desde el primer momento, el papa emérito deja muy clara su total sumisión al papa Francisco y a la Santa Sede, a quienes incluso pidió autorización para publicar el texto. Sin embargo, como siempre que habla Benedicto, no han faltado quienes se han aprovechado de sus palabras para convertirlas en arma arrojadiza contra el papa argentino. Eso explica que el documento haya sido filtrado, traducido y, lógicamente, convertido en viral, en pocas horas, mucho antes de ser publicado en la revista bávara a la que estaba destinado.

El ensayo está redactado en un tono profesoral y con el poso propio de la edad avanzada. Sin embargo, Benedicto pisa tierra, ¡vaya si pisa!, y desciende a detalles llamativamente concretos, y a veces escalofriantes. Por ejemplo, cuando cuenta que una joven le refirió que el abusador le inducía sexualmente de forma blasfema usando las palabras de la consagración, o cómo el rector de un seminario proyectaba a sus seminaristas películas pornográficas para enseñarles a bregar con la vida misma.

En modo alguno pretende Benedicto justificar su actuación como papa en la crisis de los abusos, por más que afectara de lleno su pontificado. Tampoco entra a valorar la gestión de su sucesor, a quien agradece su esforzada labor. Benedicto busca más bien dar una explicación contextual e intelectual de la prologada crisis preguntándose sencillamente por qué ha llegado a suceder tal atrocidad en la Iglesia católica. La fragilidad humana se presupone, así como el inmenso y extenuante dolor que esta crisis ha causado en miles y miles de víctimas y familiares.

Según el papa emérito, la crisis de los abusos se fraguó en el seno de la llamada revolución sexual de los años sesenta. Su apogeo no llegó hasta los ochenta. Esta revolución proclamó, por vez primera en la historia de la humanidad, un derecho absoluto a la libertad sexual, solo limitado por el consentimiento propio y ajeno. Cualquier acción sexual, si era consentida, debía ser considerada aceptable e incluso buena. La frágil línea de separación entre lo consentido y lo no consentido abrió el camino a la pedofilia, también en la Iglesia.

  • Mira: Denuncian abusos en el coro dirigido por el hermano del papa Benedicto XVI

Este cambio cultural brusco coincidió en el tiempo con el desarrollo de una teología moral posconciliar amparada en un relativismo ético y un permisivismo moral, que, en modo alguno, supo dar respuesta a la crisis. En esta batalla intelectual, la Iglesia reaccionó frente al permisivismo con una exposición sistemática de la moral católica en el nuevo "Catecismo de la Iglesia católica" (1992) y con la publicación de la encíclica "El esplendor de la verdad" (1993).

En este documento pontificio, Juan Pablo II afirmó sin rodeos que la moral no es solo una cuestión de valores, todos ellos relativos, que, cuando entran en conflicto, hay que armonizar y compensar para determinar finalmente lo que sea bueno. Más bien al contrario, insistió el papa polaco: existen acciones que, por su propio objeto, deben ser calificadas como intrínsecamente malas, como, por ejemplo, violar a una persona, fornicar o blasfemar. No hay en ellas justificación moral posible. El relativismo moral, y su compañero de viaje el permisivismo, debían ser, por tanto, desterrados de la moral católica. La famosa frase de Groucho Marx; "estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros..." refleja humorísticamente la esencia misma del ambiente moral reinante en la época.

Benedicto considera, como tercera y fundamental causa de la crisis, la ausencia de Dios. El arrinconamiento de Dios se ha producido no solo en la sociedad, sino también en la misma Iglesia. "Nosotros, cristianos y sacerdotes", afirma el papa emérito, "también preferimos no hablar de Dios porque este discurso no parece ser práctico". Sin un Dios que la vivifica a través de los sacramentos, especialmente la eucaristía, la Iglesia corre el riesgo de ser vista como un mero aparato político. Por eso, el papa emérito urge a que despierte de nuevo la verdadera Iglesia en las almas, esa realidad espiritual, que permite al hombre unirse al Dios que da sentido a toda existencia.

El mensaje de Benedicto es esperanzador, pues, según él, sería injusto hablar de una iglesia de los abusos sin mencionar la iglesia de esos testigos del Evangelio que brillan como estrellas en la noche. Entre esos mártires vivientes, se encuentran las propias víctimas de los abusos. Su silencioso sufrimiento, silenciado por años, es, sin duda, redentor. Hacia ellas vaya mi más profundo respeto y admiración.