Nota del Editor: Pedro Brieger es un periodista y sociólogo argentino, autor de más de siete libros y colaborador en publicaciones sobre temas internacionales. Actualmente se desempeña como director de NODAL, un portal dedicado exclusivamente a las noticias de América Latina y el Caribe. Colaboró con diferentes medios argentinos como Clarín, El Cronista, La Nación, Página/12, Perfil y para revistas como Noticias, Somos, Le Monde Diplomatique y Panorama. A lo largo de su trayectoria Brieger ganó importantes premios por su labor informativa en la radio y televisión de Argentina.
(CNN Español) – La experiencia de un gobierno de izquierda en Grecia culminó el domingo 7 de julio con la elección de Kiriakos Mitsotakis, del partido derechista Nueva Democracia, como nuevo primer ministro. Alexis Tsipras, líder de Syriza, traspasó el mando después de cuatro años de un gobierno que intentó rebelarse ante los mandatos de la Unión Europea y los organismos internacionales, pero quedó a mitad de camino.
En esta misma columna, poco después de las elecciones del 25 de enero de 2015, decíamos que Tsipras había heredado un país quebrado por las políticas de ajuste impuestas por la denominada “troika”, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea y que el voto por Syriza —el acrónimo de Coalición de Izquierda Radical en griego— era para probar un camino diferente.
Ese 25 de enero de 2015 circulaban fuertes rumores en Atenas de que un eventual triunfo de Syriza dejaría sin euros a los bancos y que se corría el riesgo de quedar fuera de la eurozona y de la Unión Europea, aunque el mismo Tsipras decía que no tenía ninguna intención de abandonar el euro.
A merced de la “troika”, sin moneda propia y con una exigua mayoría parlamentaria, Tispras intentó gobernar atrapado en un dilema: si desafiaba a la Unión Europea corría el riesgo de quedar excluido sin siquiera haber formulado un plan “b”. En cambio, si aceptaba los condicionamientos de la “troika” no se diferenciaría de los gobiernos anteriores. En junio de 2015, Tsipras convocó a un referéndum contra las imposiciones de la “troika” y el 61% de la población le dijo “oxi” -no- a la Unión Europea. Sin embargo y a pesar del apoyo popular, Tsipras aceptó los condicionamientos una semana después, generó una crisis en su partido y desilusión entre quienes lo habían respaldado.
Syriza fue más radical en su discurso que en la práctica; y tal vez la población —esta vez— lo castigó por no atreverse a ser consecuente con su discurso.
Este contexto permite comprender que el partido Nueva Democracia obtuviera ahora 39,8% de los votos y la mayoría absoluta en el Parlamento, gracias a una vieja ley que le otorga al ganador un bono de 50 escaños; mientras Syriza, con el 31,5% obtuvo un número similar a 2015, a pesar del desgaste en el gobierno, a que hace diez años había obtenido menos del 5% y a que se enfrenta, desde siempre, a partidos tradicionales que cuentan con el apoyo de los principales medios de comunicación.
Seguramente quienes votaron por Mitsotakis lo hicieron con esperanza, aunque para mucha gente significa un retorno a las políticas de un pasado más doloroso.
Al cumplir 90 años en 2015, el gran compositor Mikis Theodorakis dijo que se sentía incómodo de ser homenajeado en medio del dolor de tanta gente. Pero también agregaba que su único consuelo era saber que ese dolor convivía con la esperanza y que, algún día, ese dolor desaparecería.