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Nota del editor: John Avlon es analista político sénior y presentador para CNN. Las opiniones expresadas en este comentario son propias del autor.

(CNN Español) – La polarización está matando a nuestro país: debilitando nuestros vínculos políticos y sociales, separando nuestras fortunas económicas y causando amargas divisiones culturales.

El híperpartidismo está envenenando nuestra política y haciendo que nuestra democracia se vuelva cada vez más disfuncional. Esa fijación sobre nuestras diferencias nos está fracturando en tribus aguerridas, amenazando convertir a nuestro país en una serie de grupos agraviados que creen que el grupo opuesto es el responsable de la caída de nuestra nación. Ese no es el modelo estadounidense. Es lo opuesto del secreto de nuestro éxito, resumido por nuestro lema nacional ‘e pluribus unum’ (de muchos, uno). Sanar nuestra división es el desafío de nuestros tiempos…ya que el mismo éxito del experimento estadounidense está en juego.

Si piensan que la polarización sigue empeorándose, no están solos. Las encuestas de las elecciones de 2018 muestran que el 76% del electorado piensa que nuestro país está cada vez más dividido. Según una encuesta del Centro Pew, más del 60% del país piensa que ambos partidos se han ido a los extremos. Y el 87% dice que la polarización política amenaza nuestro estilo de vida.

Al convertirse lo político en personal, el 25% de los conservadores y liberales dicen que no les agradaría que un miembro de su familia se casara con alguien del partido opuesto, de acuerdo con el sondeo de Pew. Esta intolerancia interpersonal se está convirtiendo en algo más sombrío: un estudio de 2019 reveló que un poco más del 42% de ambos partidos no sólo consideran a la oposición equivocada, sino “maligna”.

No sorprende entonces el sentimiento de desesperación que se observa: la gran mayoría de estadounidenses piensa que el país se va a dividir aún más.

La polarización en la era de Trump

Durante el gobierno del presidente Donald Trump la polarización se ha acelerado debido a su cruel indiferencia hacia las normas democráticas, la decencia interpersonal e incluso la propia verdad. Por instinto, él divide en lugar de unir; es un demagogo que sataniza a cualquiera que lo quiera responsabilizar. Pero él no es más que un síntoma de nuestra polarización, no la causa.

Su peculiar posición política es el ejemplo perfecto. Trump es el único presidente en la historia de las encuestas Gallup que nunca ha tenido un nivel de aprobación mayor de 50%. Encuestas actuales de CNN muestran que el 50% de los estadounidenses ahora están a favor de un juicio político. Pero como Trump se mantiene popular en el cada vez más polarizado partido republicano, tiene el poder de intimidar y silenciar a sus críticos conservadores, porque ellos temen que la base del partido votará en su contra en elecciones partidistas cerradas. Por ende, la estrategia de reelección de su campaña no es unir al país y ganar con el mayor margen posible, sino tener una victoria en el colegio electoral, satanizando a la oposición como socialistas radicales que odian a EE.UU..

Es importante entender que esto es lo contrario a la forma en que la mayoría de los presidentes de EE.UU. han tratado de gobernar y de ganar elecciones. Pero este partidismo perjudicial amenaza convertirse en lo normal.

¿Cómo llegamos a este punto?

Los padres fundadores del país nos advirtieron de los peligros de la polarización. George Washington dedicó la mayor parte de su discurso de despedida a lo que llamaríamos “híper-partidismo”, advirtiéndonos que “Éste agita a la comunidad con celos mal fundados y falsas alarmas; atiza hostilidades de una parte contra la otra, y puede fomentar disturbios e insurrección. Abre las puertas a la influencia extranjera y a la corrupción”.

John Adams fue aún más tajante, al decir que “todavía no ha existido una democracia que no haya muerto por suicidio”. Una generación después, Abraham Lincoln lo repitió al decir que “como nación de gente libre, debemos vivir a través de todos los tiempos o suicidarnos”.

El autogobierno nunca se puede dar por sentado. Pero podemos hallar consuelo en el hecho que EE.UU. ha tenido pruebas mucho más difíciles: la Guerra Civil y la Gran Depresión…y logramos salir de ellas más fuertes y más sabios.

A mediados del siglo XX la generación de la posguerra nos ofreció un equilibrio político nacido de experiencias en común: la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. El hecho que hubiera diversidad ideológica dentro de los mismos partidos —republicanos progresistas, y demócratas conservadores— aseguró que, aún en tiempos de gobierno dividido, EE.UU. podía hacer grandes cosas mediante coaliciones bipartidistas, como el Plan Marshall, el sistema de carreteras interestatales, históricas leyes de derechos civiles, o ganar la guerra fría contra el comunismo.

Pero en los últimos 25 años, los dos partidos se han polarizado a lo largo de líneas regionales, raciales e ideológicas. A partir de la revolución republicana de 1994, surgió una profunda división entre los dos partidos reflejada en patrones de votación en el Congreso, con cada vez menos legisladores apoyando leyes bipartidistas. Esta dinámica destructiva se vio reforzada por un sistema manipulado de trazado de distritos electorales, lo que redujo dramáticamente el número de elecciones competitivas para el Congreso… y eso llevó al poder a sus extremos.

El obstruccionismo total se ha vuelto la norma, al dominar el debate nacional los ideólogos y militantes. La merma de la confianza en la democracia se agrava por el hecho de que nuestros representantes no concuerdan en nada, aún ante crisis como el cambio climático. No pueden transigir en temas claros como proyectos de infraestructura o la reforma inmigratoria; aunque la mayoría de la población apoya soluciones como expandir la investigación de antecedentes, ante una creciente violencia con armas de fuego.

Además, el surgimiento de medios de comunicación partidistas ha hecho de la polarización su modelo comercial, permitiendo que la gente se autosegregue políticamente. Los medios sociales nos han dividido aún más, amplificando las voces más estridentes y manipulando la opinión pública con “bots” y “trolls”, expulsando a mucha gente razonable del debate público. No sorprende que una nueva encuesta de Pew muestra que el 73% de los estadounidenses piensa que los dos partidos no se pueden poner de acuerdo en nada: una receta para el desastre, pues las democracias dependen de la habilidad de razonar juntos.

Nuestros adversarios saben bien que la polarización es el talón de Aquiles de EE.UU.. Por eso Rusia convirtió a las profundas divisiones del país en el blanco de su campaña de redes sociales en 2016. Apuntaron desmedidamente a los nacionalistas blancos y negros, atizando el temor a los musulmanes, a las armas de fuego y a la inmigración ilegal, al tiempo que apoyaba a los dos candidatos más populistas y divisorios de ambos partidos: Bernie Sanders y Donald Trump.

Tal como lo expresa el reciente informe de la Comisión de Inteligencia del Senado, que es bipartidista: “Varios agentes han usado constantemente temas candentes y divisorios en EE.UU. como carne de cañón, publicándolos en los medios sociales, para atizar la rabia, la indignación y la protesta, y dividir aún más a los estadounidenses, fomentando desconfianza en las instituciones del Gobierno”.

Algunos militantes de la extrema derecha e izquierda cayeron en la trampa de los esfuerzos rusos. En un caso infame, páginas rusas en Facebook incitaron protestas de ambos lados en la misma calle, en las puertas de una mezquita en Houston. En cierto sentido, es la metáfora perfecta del peligro de la polarización: un circuito de retroalimentación entre militantes a quienes se puede manipular fácilmente y crear una visión aún más polarizada en EE.UU. de la que existe hoy.

Los riesgos mundiales

Estas dinámicas son hasta más peligrosas, pues están sucediendo por todo el mundo. La polarización también ha causado división y parálisis en dos de nuestros aliados más cercanos: Gran Bretaña e Israel. Aunque la democracia liberal parecía estar creciendo hace 30 años con la caída del Muro de Berlín, las autocracias étnico-nacionalistas han aumentado esta década, con Rusia y China encabezando la reacción contra la globalización, que ofrece orgullo tribal a costa del pluralismo y promete riqueza sin libertad. Es una visión opuesta a la democracia liberal que EE.UU. ha representado en sus mejores momentos en el escenario mundial.

Pero la prueba de tensión por la que está pasando EE.UU. está surtiendo efecto–Freedom House estima que el país está perdiendo libertad, y advierte que “No podemos dar por sentado que los baluartes contra el abuso del poder mantendrán su autoridad, o que nuestra democracia será perpetua. Rara vez ha sido más urgente la necesidad de defender sus reglas y normas”.

Es hora de defender a nuestra democracia. Si nuestros enemigos ven esa polarización, es obvio que tenemos que sobreponernos a esas divisiones y reafirmar esta básica verdad estadounidense: que a pesar de nuestras diferencias, tenemos más cosas que nos unen que cosas que nos dividen.

Todavía hay tiempo para redimirnos de este período de venenosa polarización, pues un número cada vez mayor de estadounidenses se da cuenta que hemos dado por sentada nuestra democracia. Hay una creciente demanda de algo diferente: darle la espalda a la polarización y volver a unirnos como nación.

Según Gallup, los votantes independientes han aumentado en los últimos 30 años con la creciente polarización de los dos partidos. Ahora hay más votantes que se identifican como independientes, que republicanos o demócratas. Y hay más moderados que progresistas o conservadores. Si bien nuestra política está dominada por intereses especiales, la mayoría de estadounidenses quiere que los dos partidos trabajen juntos en pro del bien nacional. Pero debido a la ausencia de una conducta de adultos, más del 60% de los estadounidenses dicen que ambos partidos políticos han perdido contacto con el país; mientras que el 57% dice que necesita un tercer partido importante. Según la organización sin fines de lucro “More in Common”, el 93% del país dice que está harto de lo divididos que estamos.

Además, sabemos que las percepciones partidistas intransigentes están totalmente equivocadas. Según un estudio por “More in Common”, los demócratas piensan que sólo la mitad de los republicanos reconoce que el racismo aún existe en EE.UU., mientras que los republicanos piensan que la mitad de los demócratas se siente orgullosa de ser estadounidense. En realidad, el 80% de los republicanos sabe que el racismo sigue siendo un problema en el país, y el 80% de los demócratas se siente orgulloso de ser estadounidenses.

Nuestros desafíos no se van a resolver en un solo ciclo electoral. Pero si individuos comprometidos empiezan a establecer un movimiento ciudadano más amplio dedicado a defender nuestra democracia, combatiendo las fuerzas que nos dividen como nación, los podremos resolver.

Algunos de los cambios políticos necesarios para combatir la polarización son claros: reforma del trazado de distritos, primarias abiertas y una votación alineada bien escogida–lo cual puede modificar las estructuras de incentivos de los extremos. Soluciones más ambiciosas pueden requerir establecer una sólida coalición entre los moderados de derecha y de izquierda, o la creación de un tercer partido.

Pero el problema de la polarización es mayor que la política, y para resolver sus causas tenemos que salvar nuestras brechas económicas y culturales.

El sueño americano requiere el derecho a progresar con base en la igualdad de oportunidades y arduo trabajo. Tenemos que reparar ese contrato social. La clase media ha sido exprimida por décadas con sueldos estancados y un menor ascenso social. Las pequeñas empresas tienen problemas, mientras que las grandes reciben grandes exenciones. La manera en que se están vaciando las ciudades industriales del centro del país ha atizado un nuevo populismo, tanto de izquierda como de derecha. Hay que buscar políticas que contrarresten las fuerzas que nos dividen. Cuando 7 de cada 10 personas dice que nuestro país está en peligro de perder su identidad nacional, tenemos que reafirmar un sentido común de nuestra historia compartida–lo bueno y lo malo–reinvirtiendo en educación cívica, enseñando la importancia de un vigoroso debate civil compatible con la primera enmienda, sin esperar “lugares seguros” inexistentes en el mundo real. Todos los estudiantes que salen de la secundaria deberían poder aprobar el mismo examen de ciudadanía que tienen que tomar los inmigrantes. Como dijo el legislador John Lewis, “Quizás nuestros precursores vinieron a este gran país en diferentes barcos, pero ahora estamos en la misma embarcación”.

Quizás también sea hora de reexaminar un retorno al servicio nacional–de servicio militar, a enseñanza (como AmeriCorps), el Cuerpo de Paz, el Servicio de Parques Nacionales; o trabajar en el gobierno local a cambio de una nueva ley que haga que los estudios universitarios o vocacionales más asequibles, sin cargar a los estudiantes con una deuda incapacitante.

La buena noticia es que no estamos tan divididos como lo sugiere nuestra política híper-partidista. La cultura de nuestro país no cambió en día de las elecciones de 2016. La narrativa de estados rojos versus estados azules es demasiado simplista. Las verdaderas divisiones se encuentran entre la parte urbana y la parte rural del país. Hillary Clinton ganó en casi todas las ciudades grandes en el sur. Según una encuesta reciente, los gobernadores más populares son republicanos en “estados azules”: Charlie Baker de Massachusetts y Larry Hogan de Maryland. Para encontrar nuestro propósito común, tenemos que definir lo que tenemos en común y trabajar sobre eso. Para resolver un problema tenemos que reconocer que lo tenemos. Si definimos el problema que aflige a nuestra nación–la polarización–podemos comenzar a tomar medidas concretas para superarlo.

Podemos hacerlo sabiendo que estamos defendiendo los valores fundamentales de nuestro país, pues “e pluribus unum”es exactamente lo opuesto de “nosotros contra ellos”–el eterno llamado del demagogo. No hay “ellos” en EE.UU.. Sólo hay “nosotros”: gente imperfecta que trabaja para formar una unión más perfecta y progresar poco a poco con cada generación.

Nuestra independencia como nación es inseparable de nuestra independencia como gente; y ahora, más que nunca, para sobrevivir tenemos que trascender nuestro tribalismo. ##

(Traducción de Jenny Rizo-Patrón)