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El apunte de Camilo: El derrumbe
02:41 - Fuente: CNN

Nota del editor: Camilo Egaña es el conductor de Camilo. Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor.

(CNN Español) – El 9 de noviembre de 1989 el mundo cambió.

El Muro de Berlín se vino abajo y 20 días más tarde nacía mi hijo Diego en La Habana.

Los cubanos no vimos la alegría inmensa de la gente, pasando al otro lado; gritando, besándose y brindando con champán.

Ni detectamos esa “electricidad estática” de los que, a martillazos, la emprendían contra el Muro.

Tampoco vimos a los alemanes del lado comunista, víctimas del relumbrón capitalista, cuando entraron por primera vez a un supermercado del otro lado.

Los cubanos tampoco vimos la llegada del hombre a la Luna en 1969 porque ese hombre era gringo.

Pero el estrépito del derrumbe del Muro nos llegó de alguna manera.

El Muro era la constatación de un fracaso monumental.

Cuba había dejado de ser un protectorado soviético y también se derrumbaba.

Hambriento y con sarna –porque no había jabón– iba a la televisión y a la radio y volvía como un zombi a sintonizar las radios de onda corta: hoy caía Polonia, y mañana caería Rumania y así.

Mi hijo resultó ser un bebé enfermizo para el que no había más que aspirinas.

Su abuela Miriam lo calmaba contándole unas fábulas enloquecidas que hablaban de la ballena triste que quería cruzar el Muro para reunirse con sus amigos en Miami.

Como si Berlín y Miami estuvieran solo separadas por esos 168 kilómetros de extensión que llegó a tener el Muro.

En Berlín, la alegría. En La Habana, las ilusiones perdidas.

Con el Muro se derrumbaban las dictaduras de Europa del Este; caía el Telón de Acero, que yo conocía desde niño, por las Selecciones del Reader Digest que mi tía abuela Coloy escondía como una urraca avispada en su clóset.

Y tres meses después del Muro, se derrumbaba en Nicaragua la revolución sandinista.

Y 30 años después, parecen haberse derrumbado también todos los pilares de la política como ejercicio cívico.

Gana el que más vocifera en Polonia o Italia o Brasil. O Estados Unidos.

Hay que ser muy valiente para atreverse a hablar hoy de la idea de futuro.

El periodista y novelista argentino Martín Caparrós advierte que “si la democracia produce monstruos, lo primero es ver qué hacer con los monstruos; lo segundo, enseguida, qué con la democracia”.

Sigue el derrumbe.

Y todavía alguno por ahí parece molestarse cuando digo que ya no creo ni en mi sombra.