Nota del editor: Geovanny Vicente Romero es abogado y politólogo, con experiencia como profesor y asesor de políticas públicas y gobernanza. Es un estratega político y consultor de comunicación gubernamental. Actualmente está finalizando una maestría en Comunicación Política y Gobernanza en la Universidad George Washington. Es fundador del Centro de Políticas Públicas, Desarrollo y Liderazgo RD (CPDL-RD).
(CNN Español) – Todos los días escribimos y escuchamos miles de historias personales sobre sueños y logros de metas. Algunas historias son felices, otras no tanto. Muchos de estos relatos terminan con finales felices. Otros, desgraciadamente, culminan en tragedias.
Las naciones —al fin y al cabo— son un conjunto de personas que pueden llegar a abrazar un anhelo común o un sueño de nación que, de cumplirse, podría reivindicar años de opresión, olvido, descuido social, discriminación e invisibilidad milenaria de grupos vulnerables como los indígenas, por mencionar uno.
Esto pasó en Bolivia. Los indígenas bolivianos, que representan el 41% de la población, por muchos años han vivido una especie de ciudadanía de segunda categoría. El caso boliviano no es muy diferente al de Sudáfrica de hace apenas 25 años. En la actualidad, los sudafricanos constituyen una población de más de 55 millones, mayoritariamente negra (80,9%) que por muchos años también fue gobernada por una minoría blanca bajo el apartheid. Esto es muy interesante, puesto que en democracia la mayoría debe aceptar que algún día será minoría, pero en estos casos que citamos fue la minoría la que gobernaba a la mayoría.
En el país sudafricano no se le había hecho justicia social a su gran mayoría poblacional hasta el 27 de abril de 1994, cuando celebran sus primeras elecciones democráticas. Tal como Cristo, quien de la cruz subió al trono, aparece la figura mesiánica de Nelson Mandela, quien tras 27 años de prisión injusta es liberado y gana las elecciones, convirtiéndose en el primer presidente negro y la primera persona en ser elegida en un proceso electoral de democracia representativa. Actualmente, Sudáfrica es una de las naciones africanas más industrializadas, pero al mismo tiempo es la más desigual del mundo, de acuerdo con el Banco Mundial.
El legado de Mandela por la paz y el bienestar de su país es innegable y su gente sigue abrazada al sueño de Mandela porque trajo esperanza, unió a la nación y sobre todo porque no se aferró al poder como sí lo hizo Robert Mugabe en Zimbabwe, quien en su tiempo pasó de ser uno de los líderes más admirados del panafricanismo a un dictador vulgar que violó derechos humanos y cuya obsesión con el poder lo llevó a gobernar con puño de hierro por 37 años. Estas casi 4 décadas de régimen férreo eclipsan todos sus aportes realizados a la causa de la constante lucha de la liberación de los pueblos africanos. Nuestro Gabriel García Márquez señalaba que “el poder absoluto es la realización más alta y más completa de todo ser humano y por eso resume a la vez toda su grandeza y toda su miseria.” Analizar estas sabias palabras de Gabo nos hace concluir que líderes como Mandela terminan quedándose con la gloria y personajes como Mugabe, terminan sus vidas en la miseria del juicio de la historia.
Guardando las diferencias continentales y de contexto social e histórico, algo parecido sucedió en una parte importante del corazón indígena latinoamericano: Bolivia. En 2005, por fin llega el cambio que los indígenas y gran parte de la población boliviana esperaban. Los indígenas principalmente habían sido relegados a un segundo plano en el ‘escalafón social’. Sin embargo, este segmento logró hacer sentir su voz, esta vez al más alto nivel, pues un indígena de la comunidad uru-aimara conquista la presidencia de la República marcando una nueva era: Evo Morales hace historia.
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Un hombre de origen humilde proveniente de una familia dedicada a los cultivos, entre ellos el de la hoja de coca, venía haciendo activismo entre sus colegas granjeros en la década de los ochenta, llegando a ser muy popular entre ellos hasta convertirse en su líder sindical. Todo esto lo llevó a involucrarse en la fundación de un partido, el Movimiento al Socialismo (MAS). Morales logró un escaño como diputado ante el Congreso de su país. En un segundo intento, en 2005, gana las elecciones presidenciales. Esto fue un momento sin precedentes en Bolivia. Por supuesto, Morales se comprometió a reducir la pobreza, combatir la corrupción, aumentar los impuestos a los ricos y retomar el control del sector energético del país, entre otras promesas.
Hoy Morales, apartándose del modelo Mandela y acercándose al ejemplo Mugabe, cumplió casi 14 años en el poder al presentar su renuncia.
Los logros de Morales, tales como la mayor participación de indígenas y mujeres en el Estado, una macroeconomía más estable que la heredada en 2006, llegando a lograr un crecimiento sobre el 5 % por varios años seguidos, serán elementos de segundo plano cuando la historia le toque analizar la ambición política de Morales y la cero alternancia de poder que Bolivia tuvo en dos décadas. Solo echemos un vistazo a Chile. Durante el régimen de Augusto Pinochet se crearon las bases del modelo económico chileno. ¿Dónde está Pinochet en este momento? Al lado de los peores dictadores de América Latina. ¿Dónde están los chilenos? En la calle reclamando un cambio de sistema.
La semana pasada, recordé la famosa frase de Henry Kissinger cuando decía que “el poder es el afrodisíaco más fuerte” y llegué a decir que “pienso que después de 15 años en el poder, Evo Morales continuaba adicto a este afrodísiaco, que para algunos es incontrolable.”
No es la primera vez que el sueño de una nación termina en pesadilla. De hecho, podríamos hacer una serie de estos casos. No hay mucha diferencia entre Evo Morales y lo que hemos visto en Nicaragua con Daniel Ortega, una esperanza y una historia de luchas que han terminado en desgracia. En cuanto a Ortega, a inicio del año, señalé que “el hombre que luchó con todas sus fuerzas para derrocar a un tirano que representaba la última fase de la dinastía tiránica que había nacido en 1937 bajo el apellido Somoza, puede que hoy se haya convertido precisamente en una remembranza de ese mismo dictador contra el cual peleó en todos los terrenos hace varias décadas”. Este es el mismo peligro que representaba la cuarta elección de Evo Morales, un giro hacia el autoritarismo.
Evo, con su populismo ya característico, malinterpreta la definición que Abraham Lincoln hace de la democracia en su discurso de Gettysburg cuando dice que “es gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”. Evo ignora que a Lincoln probablemente se le olvidó añadir una cuarta preposición (“con”) que su famosa frase termine con un “con el pueblo”, pues yo entiendo que el “con” debe ser tan importante como el “del, el “por” y el “para”. Evo ha creado su propio concepto de pueblo y este concepto es él mismo: Evo es pueblo.
En muy escasas ocasiones hemos visto presidentes que han surgido de un golpe de Estado y se han convertido en democráticos. Estos son la excepción. Tanto la experiencia como la práctica nos enseñan que la regla es que presidentes que llegan a través de elecciones terminan adictos al poder, al punto que necesitan recurrir a la represión, a la censura y al fraude para mantenerse. Cuando no sabes para qué quieres el poder, el poder termina siendo tu amo y tu su propia marioneta. Por tanto, no sabes cuándo parar.
Lo anterior, muy bien lo explica Robert Greene en su famosa obra Las 48 Leyes del Poder, en la número 47 precisamente:
“No vaya más allá de su objetivo original; al triunfar, aprenda cuando detenerse… En el fragor de la victoria, la arrogancia y un exceso de confianza en sus fuerzas pueden llegar a impulsarlo mas allá de la meta que se había propuesto en un principio, y al ir demasiado lejos serán más los enemigos que se creará que los que logre convencer. No permita que el éxito se le suba a la cabeza. No hay nada como la estrategia y la planificación cuidadosa. Fíjese un objetivo y cuando lo alcance, deténgase”.
Claramente, Evo no supo cuando detenerse y pretendió estar hasta 2025. El 10 de noviembre los militares bolivianos forzaron a Morales a renunciar, luego de que el informe de observación electoral internacional de la Organización de los Estados Americanos (OEA) confirmó las irregularidades del proceso electoral.
Cuando un gobierno de cerca de 14 años está viviendo sus últimos días a pesar de haberse gestionado la prolongación de su propia existencia, lo que más necesita en esa etapa de cuidados intensivos es oxígeno y esto se traduce en tiempo. Morales no tuvo la claridad mental suficiente para pensar en esa estrategia y planificación que señala Robert Greene. Estos son los diferentes escenarios que Evo pudo haber agotado a tiempo:
1. Plan A: aceptar una segunda vuelta cuando esta era clara. ¡Quién gana una vez puede ganar dos!
2. Plan B: convocar a elecciones nuevas. No cuando lo hizo, ¡el tiempo es oro!
Si estos pasos no le funcionaban, aún le quedaban otros escenarios políticos que le darían unos días extras en el poder.
3. Plan C: convocar a elecciones en las cuales él no iría como candidato. Se dedicaría a estabilizar el país y podría elegir a su sucesor.
Cuando se piensa que todo está perdido:
4. Plan D: Anunciar que renuncia, pero ¡no tan rápido! Efectiva con la estabilidad, la conformación de una comisión de transición y con una rendición de cuentas que podría ser una ‘gira del adiós’ que haría por cada departamento del país para resguardar su legado.
Este problema de “Timing de acción” en las crisis, había jugado en contra de Ricardo Rosselló en Puerto Rico, quien había renunciado a buscar la reelección, pero lo hizo en su propio tiempo y su gobernación era insalvable.
Mientras tanto, Mandela se fue por la puerta grande; Mugabe está calentando los asientos que reserva para Evo y Daniel en el nada prestigioso purgatorio de los dictadores.