US President Donald Trump makes his way to board Air Force One before departing from Andrews Air Force Base in Maryland on November 4, 2019. - Trump is heading to Lexington, Kentucky for a rally. (Photo by MANDEL NGAN / AFP)

Nota del editor: Frida Ghitis, exproductora y corresponsal de CNN, es columnista sobre temas internacionales. Colabora con frecuencia para la sección de opinión de CNN, para The Washington Post y es columnista para World Politics Review. Puede seguirla en Twitter en @fridaghitis. Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen a la autora.

(CNN) – El presidente Donald Trump está en Londres esta semana y uno de sus mejores amigos no quiere que lo vean con él. ¡Eso tiene que doler! Por supuesto, el primer ministro británico Boris Johnson, a pocos días de una elección clave, no va a poder evitar al presidente. Los dos asisten a las reuniones de líderes de la OTAN (no le digamos cumbre) así que han de sentarse en las mismas salas e, inevitablemente, interactuar. Pero Johnson, según se dice, ha dejado en claro que preferiría no estar muy cerca del bastante impopular Trump.

Trump se ha tornado políticamente radiactivo.

El presidente de EE.UU. es tan poco popular en algunos círculos, que pararse demasiado cerca de su sombra podría resultar letal para una campaña. Es un fenómeno notable en el exterior, pero que también se ha hecho evidente en suelo estadounidense, y que potencialmente podría tener un impacto decisivo en el futuro político de Trump.

En Londres, con el presidente estadounidense en la ciudad, Johnson teme que Trump podría ser como su criptonita en las elecciones generales de Gran Bretaña la semana próxima. En consecuencia, el cronograma de Trump está repleto de reuniones bilaterales con otros líderes europeos, pero, en lo que seguramente no tiene precedentes en la agenda, el presidente de EE.UU. no se sentará en privado con el líder del país anfitrión.

La explicación de la Casa Blanca hará reír a los votantes británicos y estadounidenses: el presidente, dijo un funcionario del gobierno, es “absolutamente consciente” de la importancia de no interferir en las elecciones de otro país.

Eso podría ser noticia.

La primera vez que Trump fue al Reino Unido se lanzó a la política británica como un niño que salta y salpica en un charco de lodo. Sin diplomacia, criticó a su anfitriona, la entonces primera ministra Theresa May, y dijo que Johnson, quien amenazaba el predominio de May, haría un mejor trabajo. Todo fue tan impactante que Trump después absurdamente negó que hubiese ocurrido.

Esta vez, lo que menos quiere Johnson es la “ayuda” del muy denigrado Trump. Los enemigos del primer ministro han hincado sus dientes en los lazos de los dos líderes de curiosos peinados, haciendo de los paralelos entre Trump y Johnson una pieza central de su campaña para derrocarlo. El líder laborista Jeremy Corbyn, quien se enfrenta a la aplastante crítica por sus propias fallas en otras áreas, encuentra en Trump una útil distracción. Sus actos de campaña están repletos de ominosas advertencias frente a que una victoria de Johnson haría que Gran Bretaña se pareciera a la visión que tiene Corbyn sobre Estados Unidos con Trump, con alimentos inseguros, pólizas de salud impagables y toda clase de cambios aterradores.

Corbyn no es el único que ve a Trump como una gran debilidad del primer ministro. En un debate preelectoral la semana pasada, otros seis candidatos vapulearon al primer ministro por sus lazos con un líder estadounidense que las encuestas muestran es enormemente impopular en Gran Bretaña y en gran parte del mundo.

En EE.UU., Trump tuvo por un tiempo el toque de Midas con los candidatos republicanos. Pero la magia parece estar esfumándose.

Parecería que en vez de impulsar a los candidatos que respalda, los más grandes esfuerzos de Trump por apuntalar a sus favoritos pueden tener el efecto opuesto y estimular a la oposición.

El mes pasado, Trump hizo una fuerte campaña por los republicanos del sur en un año sin elecciones generales. Fue un desastre.

En Kentucky, un estado que él ganó en 2016 por una impresionante diferencia de 30 puntos, Trump hizo bulliciosos actos de campaña instando a multitudes de gorras rojos a reelegir al gobernador republicano, el cual perdió.

En Louisiana, Trump les pidió a los votantes: “Tienen que darme un gran triunfo, por favor”, en sus tres visitas al estado –otro de los que ganó en 2016— para apoyar al candidato republicano. En lugar de un gran triunfo, los electores le dieron una vergonzosa derrota.

Los expertos dijeron que los esfuerzos de Trump resultaron espectacularmente contraproducentes. La intensidad de la aversión por Trump entre sus opositores significa que su presencia solo alimenta la participación del otro partido en las urnas.

En Virginia, un bastión republicano por muchos años, Trump fue el gran perdedor. Los demócratas obtuvieron el control de la Cámara de Representantes, del Senado y de la gobernación estatales. Y como si esto fuera poco, una mujer que cobró fama por levantarle el dedo medio a la caravana de Trump mientras ella iba en su bicicleta, obtuvo también un puesto en el gobierno local.

En las encuestas, Trump cuenta con un amplio apoyo entre los republicanos, pero está lejos de verse invencible. El “tsunami azul” anti Trump de 2018 que les arrebató la Cámara a los republicanos causó una buena impresión en los estrategas, reforzada por la debacle en noviembre.

Ahora, al menos un prominente y antiguamente leal trumpista se atreve a desafiar al presidente, y sus acciones bien podrían marcar el comienzo de una tendencia.

El gobernador de Georgia, Brian Kemp, que ganó la nominación republicana el año pasado por el apoyo de Trump, es la última persona que uno esperaría que rete al presidente, pero eso es exactamente lo que está haciendo.

A Kemp le correspondía designar al sucesor del senador Johnny Isakson, quien se retira. Trump quería que nombrara al acérrimo trumpista legislador Doug Collins, quien ha tomado el escenario central en las audiencias de juicio político de la Comisión Judicial de la Cámara de Representantes. Collins es como un Jim Jordan con un deje sureño, un pugilista que defiende al presidente.

Pero a pesar de los fuertes deseos del presidente, Kemp decidió elegir a la empresaria Kelly Loeffler. Todos los dardos y flechas del presidente y de su secuaz en el Congreso no lograron hacer cambiar de parecer a Kemp sobre su selección. Por su parte, el equipo del gobernador se defiende y responde con sus propios dardos.

Ocurre que Trump ganó Georgia en 2016, pero el 2020 se perfila muy distinto. La mayoría de los georgianos desaprueban al presidente, y una encuesta reciente lo ubicó 8 puntos detrás de Biden.

Así como Boris Johnson siente que Donald Trump es venenoso para su campaña electoral, los políticos en Estados Unidos están revisando sus cálculos. Los resultados de los últimos dos noviembres sugieren que Trump podría perjudicar en lugar de ayudar a los candidatos por los que hace campaña.

Una porción significativa del país mantiene su lealtad y entusiasmo por él, pero la intensidad del sentimiento contrario significa que Trump es una máquina de asistencia a la urnas para el otro lado. Las pruebas muestran que el impacto de esa reacción visceral: incluso entre los políticos que lo apoyan, Trump se está tornando radiactivo.