Nota del editor: Mateo Sancho Cardiel es escritor, periodista y sociólogo. Vinculado como periodista a la Agencia Efe desde 2006 a 2015 –fue corresponsal en Nueva York en los últimos dos años- y colaborador de medios como El País, El Confidencial, GQ o ICON, actualmente imparte clases de Sociología en la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY) y de Narrativa en el Pratt Institute. Finalista al premio Anagrama de Ensayo en 2012 por “La revolución sexual” y coautor del ensayo sobre cine y mentira “Ceremonias de lo falso” (2016), acaba de publicar en Estados Unidos su primera novela “Nueva York de un Plumazo”. Además, participó eL festival de teatro Fuerza Fest de Nueva York con su obra “Anticlímax” (2018) y última su tesis doctoral en homosexualidad y envejecimiento. Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen únicamente al autor.
(CNN Español) – “Todo el mundo sabe que un hombre latino es un hombre frío en la cama”. Así describía un hombre latino de más de 70 años en Nueva York a su pareja, también latina, para mi tesis doctoral sobre homosexualidad y envejecimiento. Esta observación, despachada por el entrevistado como una verdad absoluta, revierte totalmente el estereotipo de amante fogoso y pasional que persigue a nuestra cultura. Conectaba, sin saberlo, con ese concepto de Joane Nagel llamado “fronteras etnosexuales”, referido a los prejuicios y normas sexuales que acompañan a cada etnia o raza. Y abría en mí la pregunta sociológica: ¿cuál es el efecto de esa intersección entre cultura latina, colectivo LGTBQ y emigración?
Mirando el vaso medio vacío, esa cuestión se desglosa en varias: ¿se vive una doble discriminación como emigrantes y miembros del colectivo LGTBQ? ¿Qué nos quita, cómo nos apaga ser sexualmente no normativos en nuestros países de tradición católica y sexista? ¿Y cómo se suma eso al desgarro y la diatriba del emigrante? Mirando el vaso medio lleno, también surgen varios interrogantes: ¿aplaca ese sentimiento de desarraigo la mayor tolerancia sexual en país de acogida? Y, por qué no, ¿qué aportan los latinos al colectivo LGTBQ estadounidense?
En sociología, Everett Hughes acuñó el término master status (estatus dominante) en la década de los 40 para describir aquella característica del individuo que eclipsa todas demás. Y muchos miembros de la comunidad LGTBQ vimos cómo en nuestros países de origen nuestra orientación sexual era, durante años, lo único que los demás parecían ver. El afeminado y la lesbiana del pueblo o la vecina trans. Así, muchos llegamos a Estados Unidos con la intención de vivir de nuestra sexualidad más libremente pero, a la vez, con el deseo de que esa sexualidad no secuestrase todas las parcelas del resto de la vida. Una mejora íntima, apoyada por un colectivo de normas y códigos de subcultura apátrida, que eclipsa los posibles sinsabores del extranjero. Varias piezas literarias de 2019 como Las Biuty Queens, del escritor chileno two spirits Iván Monalisa Ojeda, o Nueva York de un Plumazo, escrito por el firmante de este artículo, parten de esa sensación de normalidad, autodescubrimiento e incluso euforia que aporta ese viaje.
Pero el enfriamiento del que hablaba el entrevistado venir por dos frentes. En el caso concreto generacional (los mayores LGTBQ), no se pueden olvidar que estuvieron atravesados por la homofobia institucional, por la crisis del sida (controlada a título médico, pero nunca tratada adecuadamente como trauma emocional) o por tantas emotividades obstaculizadas por la clandestinidad o el estigma social. En el caso latino, más allá de cuestiones generacionales, el enfriamiento se hereda de una sociedad con una presencia hegemónica de la familia. Esta, por un lado, da una estructura afectiva más sólida que las sociedades individualistas anglosajonas. Esto queda reflejado en la cultura del ballroom y el voguing de finales de los 70 (ahora reivindicada por la serie Pose, de Ryan Murphy), que fue una de las principales aportaciones culturales de las minorías al colectivo LGTB.
En ella, latinos y afroamericanos expulsados de sus hogares crearon sus propias casas de estructura familiar como la Xtravaganza o la Ninja. Sin embargo, en su parte menos luminosa, ese llamado “familismo” muestra el control social del grupo sobre el individuo y eso provoca que, en la búsqueda de una orientación sexual no normativa (en un contexto social católico y sexista), el sentimiento de autocensura, de pecado y de ruptura del statu quo sean mucho mayores. Y eso, tal como apuntaba Manuel Montoya Tajón en su estudio sobre Identity Development of Latino Gay Men (2009), acaba filtrando a las parcelas más íntimas: allí se estigmatiza más el rol sexual pasivo que el activo -en el sexo entre hombres- y sobrevive el rol de género según el cual la masculinidad no muestra sus sentimientos. Por no hablar de una idea de mujer sexualmente invisible que convierte a las lesbianas en seres prácticamente asexuales. O la transfobia, donde todos los prejuicios convergen y se potencian. Conceptos que, con el cambio social y geográfico, quizá creíamos ideológicamente superados en nuestras mentes pero de raíces culturales tan profundas que, por desgracia, todavía se acuestan en nuestras camas.