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(CNN) – El anuncio de la líder demócrata Nancy Pelosi acerca de que el pleno de la Cámara de Representantes votará esta semana sobre enviar al Senado los cargos del juicio político contra Donald Trump –una medida que activará formalmente el inicio del proceso en la cámara alta– equivale a una severa concesión de que su estrategia para retrasar esa acción durante casi un mes ha fracasado.

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Cuando la Cámara de Representantes aprobó los dos cargos de juicio político contra Trump –uno por abuso de poder y otro por obstrucción al Congreso– a mediados de diciembre de 2019, Pelosi se negó enfáticamente a enviarlos inmediatamente al Senado. Al explicar en ese momento su decisión aseguró: “El siguiente paso para nosotros será cuando veamos el proceso que se establecerá en el Senado, entonces sabremos el número de representantes con el que debemos proceder y a quién escogeremos”.

El objetivo de Pelosi era simple: tratar de forzar al líder de la mayoría del Senado, el republicano Mitch McConnell. La demócrata buscaba usar la posesión que tenía de los cargos para conseguir promesas y/o compromisos por parte de McConnell, sobre todo en el tema de que múltiples testigos sean convocados en el juicio político del Senado.

Excepto que McConnell no estaba jugando bajo las reglas de Pelosi.

“No habrá ningún regateo a la Cámara por parte del Senado sobre el procedimiento”, aseveró McConnell a principios de este mes. “No vamos a ceder nuestra autoridad para este juicio político. El turno de los demócratas de la Cámara ha terminado. El Senado ha tomado su decisión”, añadió. Y entonces McConnell respaldó esa posición de no negociación con una demostración de fuerza: anunció que había asegurado el apoyo de una mayoría del Senado para comenzar el juicio político sin ninguna decisión sobre los testigos.

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02:35 - Fuente: CNN

Lo que dejó a Pelosi en el limbo. La ventaja que ella imaginaba tenía a su favor para lograr que McConnell accediera a sus exigencias no existía. Mientras Pelosi se aferraba a los cargos de juicio político, McConnell estaba esperando perfectamente tranquilo, probablemente creyendo acertadamente que este tipo de tácticas dilatorias parecerían como más travesuras de Washington a los ojos de la persona promedio. Y él sabía que cuando decidiera enviar los cargos, en el Senado ya existía una mayoría esperando para abrir el juicio político sin ninguna promesa sobre los testigos.

En una entrevista con George Stephanopoulos de ABC durante el fin de semana, Pelosi trató de girar sus pasos hacia la victoria y sostuvo sobre su concesión:

“Siempre dije que los enviaría (haciendo referencia a los cargos). Así que no debería haber ningún misterio en eso. Sin embargo, lo que sí queríamos –y creemos que logramos en las últimas semanas– es que el público viera la necesidad de los testigos, testigos con conocimiento de primera mano de lo que sucedió, documentos que el presidente ha impedido que lleguen al Congreso mientras revisamos esto”.

Y, por lo menos hasta este momento, sí parece que existe un impulso para permitir que los testigos sean llamados en el proceso de juicio político, con cuatro senadores republicanos expresando su interés en esa idea. Pero se siente exagerado asegurar que la decisión de Pelosi de retener los cargos el mes pasado influyó en la manera en que dichos congresistas republicanos están considerando el proceso. Muy exagerado.

Lo que parecía, oh, subestimar Pelosi es el alcance bajo el que el Senado –por su propia naturaleza– se resiste a que le digan qué debe hacer… de cualquier manera o forma. Si bien es fácil poner toda la responsabilidad sobre McConnell, la verdad del asunto es que al Senado nunca le ha gustado que la Cámara de Representantes le diga qué hacer. Y, a la inversa, a la Cámara nunca le ha gustado que el Senado le diga cómo proceder. Cada cuerpo legislativo se ve a sí mismo como un feudo independiente, gobernado bajo sus propias reglas y códigos de conducta. La idea de uno diciéndole al otro lo que debe hacer es simplemente un anatema… y no importa qué partido esté a cargo.

Eso, más la notable capacidad de McConnell para mantener sus 53 senadores republicanos en su línea, llevó a Pelosi a quedarse con muy poco. La decisión que anunció el martes es el equivalente a deshacerse de lo que tenía entre manos, entendiendo que lo que estaba sosteniendo era, en una palabra, un desastre.