Nota del editor: Vaclav Masek Sánchez recibió su maestría en el Centro para Estudios Latinoamericanos y el Caribe (CLACS) de la Universidad de Nueva York (NYU), donde actualmente es instructor adjunto. Su investigación académica se centra en las historias políticas en Centroamérica. Las opiniones expresadas en este artículo son propias del autor.
(CNN Español) – Renuentes, desconfiados y sufriendo la resaca de los últimos fallidos experimentos pseudopopulistas en su incipiente democracia posconflicto.
Así, contando los días para que se vaya, los guatemaltecos despiden a Jimmy Morales y dan la bienvenida con pocas ganas al nuevo gobierno de Alejandro Giammattei.
Periodistas locales, como Luis Felipe Valenzuela, han identificado una “depresión post presidencial” en el país centroamericano. Y mucha de la culpa de este pesimismo generalizado la tiene la administración saliente.
La moraleja luego de cuatro años de la presidencia de Morales en Guatemala es mordaz: elija a un payaso, espere un circo.
De sobra está una elegía que arremeta en contra del que muchos consideran el peor gobierno de la historia democrática de Guatemala. Aún existiendo un torrente de repudio ante las acciones de Morales y sus allegados, es importante recalcar dos acciones que resumen de su fallida gobernanza reaccionaria y preferencial.
La primera es la reintroducción de los militares al primer plano de la administración pública y la vida civil.
El mandato de Morales se caracterizó por una acérrima defensa de las Fuerzas Armadas, cuyo presupuesto aumentó en tres ocasiones, aduciendo que los gobiernos previos las habían desprestigiado. El Ejército guatemalteco devolvió el afecto recibido con el otorgamiento de dos insignias simbólicas al mandatario; entre ellas la de “Kaibil Honorario,” en alusión a la unidad terrestre de contrainsurgencia del país, tan celebrada como temida.
Como dijo en una de sus últimas intervenciones públicas, el presidente saliente se considera un “enemigo de los enemigos del Ejército”.
La segunda acción es una exhibición incontestable de favoritismo político hacia miembros de su círculo cercano que, por temor a ser procesados algún día por sus supuestas ilegalidades, buscan protección judicial.
Diputados, candidatos que no obtuvieron un cargo de elección popular y allegados al partido oficialista (FCN-Nación) fueron nombrados en consulados y embajadas sin contar con la experiencia diplomática necesaria. Morales buscó inmunidad al convertirse diputado del Parlamento Centroamericano (Parlacen).
Ejemplo de esta última es el nombramiento de Luis Hernández Azmitia como ministro consejero ante la OEA, un parlamentario que no logró la reelección en las elecciones generales de 2019. Guatemala será representada diplomáticamente en Washington por un fiscalizador anti-CICIG, acusado de violencia doméstica por su pareja. Hernández Azmitia negó dichas acusaciones, denunció a su esposa y logró protección judicial.
Además, está el abandono al migrante, el ataque a los derechos humanos y su procuraduría, el severo deterioro de la infraestructura estatal en salud pública y educación. Se va un incompetente que hará muy difícil la tarea de recuperar la dignidad de la figura presidencial.
Al mismo tiempo, un nuevo gobierno en el país abre las puertas a políticos cuyo pasado augura una administración desafortunadamente convencional.
Luego de 12 años en contienda, la toma de posesión de Alejandro Giammattei es un hito en la historia política del país: será el presidente investido con un alto índice de abstención, posiblemente el mayor desde el regreso de la democracia a Guatemala.
Pero la falta de electores no es señal de su poca notoriedad, ya que el nuevo inquilino del Ejecutivo es viejo conocido para los guatemaltecos.
Después de no obtener la aprobación de los votantes en las elecciones de 2007, 2011 y 2015, participando en cada justa con un partido político diferente, el eterno candidato presidencial finalmente asumió el cargo este 14 de enero.
Sus detractores creen que Giammattei representa una continuación del modelo de Morales: un presidente cerrado a las críticas, en buenos términos con la poderosa élite empresarial de Guatemala e indiferente a las luchas de las comunidades marginadas. El nuevo presidente está encaprichado con el poder, posee tendencias autoritarias (recordemos su papel en el plan “Pavo Real”) y cuenta con una personalidad dinámica caracterizada por su colorido lenguaje coloquial.
La credibilidad profesional del presidente electo ha generado especulaciones sobre su transparencia como estadista. Su partido, el derechista Vamos, incluye a varios exmiembros del Ejército guatemalteco y otros integrantes cuyas agrupaciones políticas fueron disueltas recientemente.
Y con una minoría en el Congreso, la nueva bancada oficialista tendrá el gran desafío de buscar aliados para legislar. ¿Suena familiar?
Con Giammattei, la influencia de las élites económicas continuará siendo innegable.