Nota del editor: Roberto Rave es politólogo con especialización y posgrado en negocios internacionales y comercio exterior de la Universidad Externado de Colombia y la Universidad Columbia de Nueva York. Con estudios en Management de la Universidad IESE de España y candidato a MBA de la Universidad de Miami. Es columnista del diario económico colombiano La República. Fue escogido por el Instituto Internacional Republicano como uno de los 40 jóvenes líderes más influyentes del continente. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente al autor.
(CNN Español) – Está de moda hablar contra la desigualdad económica. En innumerables libros, artículos de opinión, foros, debates televisivos, conferencias y —particularmente— discursos políticos, se usa, abusa y aprovecha el tema. Por ejemplo, fue un punto central del Foro Económico Mundial que se llevó a cabo del 21 al 24 de enero en Davos, Suiza. Allí se reúnen los grandes líderes del mundo y se realizan importantes discusiones sobre el futuro del planeta. Los debates de este año se dieron en torno a los temas ambientales, en los que llama la atención el liderazgo de la joven Gretta Thunberg, pasando por encima de verdaderos especialistas. Fue interesante y valioso el compromiso de muchos países del mundo de sembrar más de un billón de árboles. Además, se conversaron temas de relevancia económica internacional, como el cese de la guerra comercial entre Estados Unidos y China, que tanto daño le ha causado a América Latina y una de las causas por las cuales la región América Latina tuvo en 2019 uno de los crecimientos más bajos en la última década: 0,1% del PIB.
En el contexto del foro de Davos, sorprende escuchar la palabra desigualdad en cada discusión en torno al desarrollo del mundo, casi siempre con un tono negativo, especialmente cuando se refieren a América Latina.
Sin embargo, hay razones para ser optimistas. Según cifras de la CEPAL “entre 2002 y 2014, la tasa de pobreza (promedio regional) se redujo significativamente, del 45,4% al 27,8%, de modo que 66 millones de personas superaron esa situación. Al mismo tiempo, la tasa de pobreza extrema disminuyó de un 12,2% a un 7,8%”. (https://repositorio.cepal.org/bitstream/handle/11362/44969/5/S1901133_es.pdf). De hecho y como lo he venido mencionando en mis análisis anteriores, el centro de estudio y análisis Brookings Institution, afirma que cada segundo sale aproximadamente una persona de la pobreza extrema en el mundo y entran cinco a la clase media. Además, sus investigaciones indican que, a finales del año 2018, los pobres dejaron de ser mayoría y un poco más del 50% de la población mundial se ubica en la clase media y en la rica. Definitivamente el mundo está mejor.
La desigualdad no es un problema en sí. No tiene sentido que el debate se centre en decir que un número de personas gana más que otro. Podría tenerlo si mencionamos la falta de acceso a servicios básicos y de educación, temas en los que sin duda ha venido avanzando la región latinoamericana. Sin embargo, una gran parte de la población se ha acostumbrado a vivir del subsidio que en muchas ocasiones es insostenible económicamente para el Estado y que además, quiebra el espíritu moral de la sociedad, eliminando la meritocracia de su lenguaje. Parafraseando a Margaret Tatcher que bien decía: El Estado no tiene más dinero que el dinero que las personas ganan por sí mismas y para sí mismas. Si el Estado quiere gastar más dinero solo puede hacerlo endeudando tus ahorros o aumentando tus impuestos. No es correcto pensar que alguien lo pagará. No hay dinero público, solo hay dinero de los contribuyentes.
Las marchas fueron la constante en la región en los últimos meses, unas marchas llenas de buenas razones y en muchas ocasiones transformadas en más costos para el Estado y por consiguiente para sus ciudadanos, debido a los grandes daños ocasionados en el patrimonio público. Me atrevo a afirmar, que ninguno de los manifestantes vive en condición de extrema pobreza. Quienes lamentablemente experimentan esta dificultad, están luchando día a día por sobrevivir, como me lo mencionaba un vendedor ambulante con quien conversé en mi ciudad natal, Medellín. Las marchas están llenas de personas de clase media que tienen nuevas exigencias para el Estado. Esta afirmación no desconoce el vergonzoso gasto ocasionado por la corrupción ni tampoco la dificultad natural que resulta de las cargas burocráticas y de las mismas costumbres piramidales y jerárquicas.
Davos ha olvidado discutir temas trascendentales que nacen de un aumento considerable de oportunidades en los jóvenes, de un aumento también en la calidad de vida y en el acceso tanto a bienes básicos como de lujo, pero que ha causado un gran problema, fruto de los vacíos propios de centrar la discusión y los referentes en ingresos económicos. El suicidio está entre las principales causas de muerte entre los jóvenes en todo el mundo, según la Organización Mundial de la Salud en 2016. https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/suicide
Los adelantos tecnológicos avanzan a pasos agigantados y debido al progreso del mundo, muchos jóvenes pueden disfrutar del desarrollo que trae la cuarta revolución. Sin embargo, se hace trascendental humanizar una revolución que mejore la calidad de vida en su sentido más material pero que su vez, puede alejar a los humanos de su humanidad, puede hacer olvidar al mundo la importancia del tiempo y la dificultad, sembrando un mundo abstracto de prosperidad y riqueza que acompañado con la destrucción del tejido social y de un núcleo familiar estable, puede llevar el suicidio a convertirse en la primera causa de muerte en el mundo.
Los líderes deben repensar los referentes que han creado para una generación que no sabe vivir despacio… y no lo sabe porque el ritmo que se impone radica en ver al ser humano como un simple consumidor, como una cifra. Tal vez los humanos nos estemos empezando a mirar entre nosotros como cifras, también eliminando los referentes humanos y virtuosos. Esto me hace pensar en un escrito del año 1911 que me ha tocado de manera singular “Ítaca”, de Constantino Cavafis: “Pide que tu camino sea largo. Que numerosas sean las mañanas de verano en que con placer, felizmente arribes a bahías nunca vistas. (…) Mejor que se extienda largos años; y que en tu vejez arribes a la isla con cuanto hayas ganado en el camino, sin esperar que Ítaca te enriquezca… Ítaca te regaló un hermoso viaje. Sin ella el camino no hubieras emprendido. Mas ninguna otra cosa pude darte”.
Más importante que la llegada es el camino, un camino que debemos vivir sin el afán de conseguir y de mostrar éxito material. La ausencia de estos referentes ha puesto en peligro el modelo de las libertades que tanto le ha dado a la humanidad, pues la deshumanización de la humanidad hace no deseable lo que exige esfuerzo y lucha y crea un universo de lo rápido que aborrece a aquellos que han construido con empeño y tiempo su riqueza. En suma, todos somos diferentes y nada resulta más justo y natural que aceptar esas diferencias. Lo forzado, lo artificial y lo intelectualmente deshonesto es insistir en que esas diferencias no existen. Económicamente son diferencias justas y necesarias, cuando nacen del esfuerzo honesto que cada uno realiza por salir adelante.