Nota del editor: Dan Restrepo es abogado, estratega demócrata y colaborador político de CNN. Fue asesor presidencial y director para el Hemisferio Occidental del Consejo Nacional de Seguridad durante la presidencia de Barack Obama. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.
(CNN Español) – Quizás es un artefacto de una era histórica que se está cerrando, pero las elecciones en Estados Unidos son distintas.
Indudablemente, marcan el rumbo para los más de 320 millones de estadounidenses que vivimos en el país.
La población estadounidense y hasta la bolsa de valores reaccionan a los vaivenes de cada campaña presidencial.
Pero nuestras elecciones también marcan el rumbo para muchos de los que viven fuera de nuestras fronteras. Y, en particular, para los ciudadanos de nuestros vecinos más cercanos.
Esa realidad, ha sido mi compañera de viaje durante la que fue una de las semanas políticas más movidas en Estados Unidos en mucho tiempo.
Una semana que vio, entre otros acontecimientos, la resurrección política de Joe Biden, el peso del voto latino y la saludable conclusión de que aún con más de US$ 500 millones un candidato no se puede “comprar” un partido político, o al menos, no el Partido Demócrata.
Antes de esa semana, previa a la primaria en Carolina del Sur y los resultados del supermartes, visité dos puntos muy distintos en nuestro vecino más importante, México, donde la resonancia de nuestras decisiones electorales es innegable.
Primero fui a la frontera, pasando dos días en Brownsville, Texas, y Matamoros, Tamaulipas, viendo las consecuencias desastrosas e inhumanas de las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos.
En esas dos ciudades se encuentran –separados por menos de 1.000 metros de distancia física y por el Río Bravo– dos campamentos que subrayan la crueldad de la política antinmigrante del presidente Donald Trump y el peligro que representaría su reelección para el proyecto histórico como símbolo de libertad y oportunidad (aún incompleto en ambos respectos) que ha sido Estados Unidos.
En el lado mexicano lo que se ve es un monumento al fracaso y a la crueldad –un campamento informal en el cual viven entre 2.500 y 3.000 seres humanos, incluyendo innumerables niños (no existe un censo oficial del campamento)–, esperando una oportunidad para presentar sus peticiones de asilo en Estados Unidos.
Esas personas, casi todos de países hermanos en las Américas –México, Venezuela, Cuba, Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala, en gran parte– están expuestas a un nivel de inseguridad inimaginable. Y lo están por decisiones de los dos gobiernos federales.
Por decisiones de Donald Trump, las autoridades de Estados Unidos que antes protegían a quienes buscaban presentar peticiones de asilo ahora los entregan de facto a los carteles mexicanos que muchas veces los secuestran, extorsionan, violan y cosifican de otras varias formas.
El campamento del lado estadounidense es una “corte” surrealista, donde los inmigrantes vienen a presentar sus peticiones de asilo ante jueces que aparecen solo por televisión y que, por otras decisiones crueles de la administración Trump, ni tienen la facultad de otorgar asilo en casi todos los casos pendientes.
Como consecuencia de las últimas elecciones presidenciales estadounidenses, estos dos campamentos y lo que está ocurriendo en ellos significaría que los carteles mexicanos y las propias autoridades mexicanas que se dejaron extorsionar por Trump se han convertido en el muro de Trump.
Pero el impacto de las elecciones estadounidenses no solo se siente a 100 metros de la frontera. También tiene resonancia en su capital, la Ciudad de México.
Y una resonancia algo inesperada.
En la capital y, en particular, en los pasillos del poder de México se está prestando mucha atención a las elecciones en Estados Unidos.
En esos mismos pasillos se oye –de vez en cuando– algo inesperado, dado que Trump ha insultado a México y a los mexicanos en innumerables ocasiones, ha estimulado incertidumbre económica en nuestro vecino, ha creado una crisis humanitaria en ambos lados de la frontera y sigue amenazando con cerrarla, como lo dijo hace pocos días en el contexto del coronavirus.
Aparentemente, circula –entre algunos en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador– la creencia de que les iría mejor con Trump reelegido que con un demócrata en la Casa Blanca, aunque no está nada claro quiénes serían a los que les iría mejor: a los más de 120 millones de mexicanos o simplemente a los creyentes en la reelección de Trump.
Además de señalar ambiciones personales de algunos en México, los rumores sobre los vientos electorales en Estados Unidos subrayan que esa cita en las urnas tiene implicaciones mucho más allá de nuestras fronteras.
En las semanas que vienen, en particular con las primarias en la Florida, se hablará explícitamente en Estados Unidos sobre la política exterior hacia América Latina.
Pero como he visto en mis viajes a México, el interés entre nuestros vecinos en la región –de los más vulnerables a los más privilegiados– ya está a toda máquina y las implicaciones de sus resultados se sentirán en toda la región en los años por venir.