Nota del editor: Sara Stewart es escritora de cine y cultura y divide su tiempo entre la ciudad de Nueva York y el oeste de Pensilvania, en Estados Unidos. Las opiniones expresadas aquí son únicamente suyas. Ver más artículos de opinión en CNNe.com/opinion.
(CNN) – Recientemente, sentada en el sillón durante una hora feliz de Zoom, sentí una opresión repentina en el pecho. Supe que no era un síntoma de coronavirus, simplemente era ansiedad social. Ha estado afectándome hacia el final del día, durante nuestro encierro por la pandemia. Justo cuando llegó el momento de socializar en línea.
En cualquier forma, debería estar y, sobre todo, estoy agradecida por mi vida. Hasta ahora, mi esposo y yo estamos sanos, ambos disfrutamos de la compañía del otro y, como profesores y escritores independientes, respectivamente, estamos acostumbrados a trabajar juntos desde casa.
Soy una introvertida verdadera. Durante los últimos seis años que pasé trabajando como escritora desde casa, nunca olvidé mi rutina. Pero aún así, mi adaptación a la vida en medio de una pandemia ha sido turbulenta y una fuente de ansiedad. Las razones contradicen las conversaciones en las redes sociales y los memes de internet, que sugieren que nuestro encierro es una conversión forzada hacia una forma de vida introvertida.
Eso se debe en gran parte a que, además de las batallas a las que nos enfrentamos para mantenernos sanos y cuerdos, el confinamiento de la sociedad hizo estallar mi pequeña burbuja pacífica con una marea de amigos y conocidos más extrovertidos, deseosos por mantener el contacto. Emergieron las llamadas, los mensajes de texto y los correos electrónicos donde el “cómo la estás llevando” se convirtió en el nuevo “cómo estás”. Las preguntas abiertas son la ruina de la existencia del introvertido.
Soy comprensiva. Estamos viviendo en una época en la que hay personas en todo el mundo que darían cualquier cosa por poder estar con los que aman: algunas están separadas de la familia en el hospital, otras están aisladas al no poder viajar y correr el riesgo de infectar a otros. Con este virus, la soledad es una epidemia.
Tiene mucho sentido que todos queramos comunicarnos para asegurarnos de que nuestra gente está bien, física y mentalmente, cuando el covid-19 parece estar cada vez más cerca. Si una celebridad lo tiene, si un amigo de un amigo lo tiene y si un viejo amigo lo tiene, ¿cuándo llegará a nuestras familias? Quiero saber que mis amigos y seres queridos están a salvo. Abrazar a la comunidad en un momento difícil, seguramente, es una de las mejores y más universales cualidades de la humanidad.
También entiendo que, incluso si tienen la suerte de estar sanos y seguros con tus seres queridos y en el mismo lugar, si son de esas personas que se nutren de las conexiones sociales, el estado actual de las cosas y sus propias ansiedades deben estar volviéndolos locos.
Si están desesperados por hablar con alguien que no sea de su familia inmediata, la idea de buscar amigos o parientes lejanos podría ser un gesto generoso y entretenido, una forma de matar dos pájaros de un tiro al generar que los demás sepan están pensando en ellos y aliviar su soledad.
Sin embargo, incluso en estos tiempos sin precedentes, creo que está bien que las personas más tranquilas sigamos siendo quienes fuimos siempre.
Sospecho que no soy la única que teme esas conversaciones para ponerme al día con un amigo o familiar con el que no he hablado en años.
Nuestras respuestas corren el riesgo convertirse en una rutina: Sí, estoy bien, pero no puedo dejar de ver las noticias; este es mi nuevo pasatiempo; estos son los capítulos que he estado viendo; mi pareja, compañero de cuarto, mascota o mi hijo me está volviendo loco. Puede parecer grosero negarse a responder estas preguntas una y otra vez, pero hay límites. Límites reales. Límites antropológicamente definidos.
En la década de 1990, se acuñó un término para los límites de las capacidades de conexión social: el número de Dunbar contabiliza la cantidad de personas con las que una persona generalmente puede mantener relaciones permanentes. Son círculos concéntricos de números: 150, el más grande, para el grupo de amigos casuales y conocidos. Luego está el 50, que son los amigos cercanos. Después viene el 15, que son amigos muy cercanos, y cinco son los seres queridos.
Para muchos de nosotros, sospecho que 15 es el número para este momento. Es la red de amigos con los que nos mantenemos en contacto a diario o casi a diario.
Personalmente, tengo dos grupos que funcionan todo el día, todos los días. No son personas que necesariamente veo todo el tiempo, pero cada conversación, que se genera desde hace años, nos mantiene atrapados. Últimamente, nuestras charlas están afectadas por la preocupación sobre el coronavirus, pero también recurrimos a bromas tranquilizadoras, contamos detalles sobre nuestras vidas personales y todo tipo de chismes.
Si son de esas personas que se nutren de las conexiones profundas con pocas personas, en vez de los estímulos constantes de las interacciones con una gama más amplia de gente, este tipo de socialización es un regalo precioso. También es compatible con el pedido de quedarnos en casa.
Los introvertidos hemos disfrutado de un apogeo en los últimos años, y los científicos sociales reconocen cada vez más que, si bien algunas personas no pueden pasar suficiente tiempo con grandes grupos sociales, otras encuentran esa experiencia como una mezcla: primero les resulta intimidante, por lo general algo gratificante y, en última instancia, es agotador. Se ha observado que tanto unos como otros tienen cualidades importantes y complementarias que contribuyen a nuestro mundo.
Pero la noción de que los introvertidos ya tienen el trabajo hecho cuando nos mandan a todos a quedarnos en nuestras casas, es una equivocación. Nuestra vida hogareña, que tradicionalmente era un refugio para descansar y recargar baterías sociales, de repente se requiere que todo pase a la vez.
Así que creo que ahora es un buen momento para considerar hacer algunas reglas básicas sobre cómo interactuar en cuarentena. Si tienen un amigo o pariente más silencioso, considere esto antes de levantar el teléfono o presionar el botón FaceTime. Y los introvertidos, a su vez, trataremos de mantener alegremente el final de nuestra conversación.
- Eviten las preguntas demasiado generales. “¿Cómo la estás llevando?” no es una consulta que se pueda responder fácil o en forma interesante. Es mejor empezar con: “¿Qué vas a preparar para la cena?”. O bien: “¿Cuánto tiempo esperaste hoy para abrir el vino?”.
- Evitar bombardear a los demás con mensajes de texto a la hora de irse a dormir, a menos que el destinatario sea un amigo cercano a quien sabemos que la comunicación nocturna le sienta bien. El comienzo de la noche no es un buen momento para reavivar el vínculo con un conocido.
- Si vas a comunicarte y enviar mensajes de texto a alguien con quien no sueles hablar, hazlo por poco tiempo.
- Recapitular los últimos cinco años de tu vida en un iMessage es una tarea difícil.
- No presiones a las personas para que se queden más tiempo en una reunión virtual en la que ya no desean estar. A algunos de nosotros, Zoom nos genera fatiga mucho antes que a los demás, así que si un amigo comienza a querer escapar, sólo hay que desearle lo mejor. Eso los hará más propensos a querer comunicarse nuevamente.
Recuerden, todos estamos en esto. Incluso si algunos de nosotros, los introvertidos, no queremos compartir tanto tiempo juntos.