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Nota del editor: Ruth Ben-Ghiat es colaboradora frecuente de CNN Opinión y profesora de historia y estudios italianos en la Universidad de Nueva York. Escribe sobre autoritarismo y propaganda. Síguela en @ruthbenghiat. Las opiniones expresadas en este comentario son únicamente las del autor. Lea más artículos de opinión sobre CNNe.com/opinion

(CNN) – “Una de las maldiciones de la sociedad estadounidense es el simple acto de estrechar la mano”, escribió el antiguo germofóbico, ahora presidente Donald Trump, en su libro de 1997, “The Art of the Comeback”. Al ingresar a la política, tuvo que acostumbrarse a esta forma de contacto, pero aún así la evitó siempre que fue posible. Esto hace que su negativa a usar equipo de protección en público, y su entusiasmo al estrechar la mano para las cámaras una vez que el coronavirus golpeó a Estados Unidos, desafiando los consejos de los expertos para evitar la práctica, sea todavía más curioso.

El libro de jugadas autoritario que sigue como presidente ofrece algunas explicaciones. Al igual que otros líderes iliberales, la respuesta de Trump a la emergencia ante el covid-19 ha sido determinada no por el bienestar de aquellos a quienes gobierna, sino por agendas personales, en su caso, la necesidad de mejorar sus posibilidades de reelección en noviembre. Esto ha requerido una campaña masiva de desinformación por parte de su administración para minimizar la gravedad de la crisis de salud pública y presentar a Trump como un líder competente y dominante que está golpeando a su enemigo, el virus.

Por la misma razón, ha tratado de difundir dudas sobre la necesidad de realizar pruebas masivas: más pruebas significan más casos reportados, lo que podría dañar sus índices de popularidad y retrasar el relanzamiento de la actividad comercial, poniendo en peligro sus posibilidades de reelección.

Trump informó recientemente a sus asesores que usar una mascarilla “parecería ridículo” y “enviaría un mensaje equivocado” a los posibles votantes -supuestamente él está priorizando la salud pública por encima de la economía-, a pesar de que la enfermedad está en alza en Estados Unidos.

Así que solo él está exento de una nueva política de la Casa Blanca que dice que los empleados del ala oeste deben usar mascarillas. Tampoco se puso una máscarilla en público cuando visitó una planta de Honeywell en Arizona que se convirtió en productora de equipo de protección (usó brevemente una detrás de escena, pero se la quitó para la foto).

Por supuesto, el argumento de que los estadounidenses deben elegir entre la salud económica y la física se basa en una falsa oposición. Es evidente que la productividad nacional se vería perjudicada por la muerte masiva que expertos como el doctor Anthony Fauci, director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas de EE.UU., advirtieron que podría resultar de una relajación prematura del distanciamiento social y de los edictos de quedarse en casa. Sin embargo, para Trump, reiniciar la economía es lo que complacerá a sus aliados comerciales y grandes donantes.

También produce una sociedad que se ve lo más normal posible en la televisión. Para este experto propagandista, la óptica lo es todo.

Además, los hombres de verdad no usan mascarillas; al menos, ese es el mensaje que Trump envía a través de su comportamiento. Como todos los autoritarios, el presidente cultiva un aura de invencibilidad masculina. En diciembre de 2015, durante su campaña electoral, Trump tuiteó que “le he dado instrucciones a mi médico de mucho tiempo para que emita, dentro de dos semanas, un informe médico completo, que mostrará la perfección”. El doctor Harold Bornstein legalizó esta fantasía, escribiendo, en cinco minutos, mientras la limusina de Trump esperaba, una declaración de que la “fuerza física y la resistencia de Trump son extraordinarias”.

Ahora, Trump parece estar pidiendo a todos los estadounidenses que crean lo mismo: que su estado físico superior significa que es inmune al daño y no necesita seguir las normas de los mortales inferiores. Después de todo, el atractivo masculino alfa de los líderes autoritarios es que pueden salirse con la suya al romper las reglas. Lo que consolida su poder e infla sus egos y cuentas bancarias suena como una buena política.

Por lo tanto, es más que apropiado que Trump haya aprobado la producción de sus propias mascarillas rojas con la marca Trump para los partidarios, que se regalarán a cambio de donaciones. Y realmente no podría haber un símbolo más perfecto de la presidencia de Trump: incluso en medio de una calamidad nacional, todos se convierten en un anuncio de su marca personal. Los partidarios de Trump que alegremente se ponen esas mascarillas deberían preguntarse por qué el líder que creen que se preocupa por ellos no está usando también una.