Nota del editor: Geovanny Vicente Romero es abogado y politólogo, con experiencia como profesor y asesor de políticas públicas y gobernanza. Es un estratega político y consultor de comunicación gubernamental. Actualmente está finalizando una maestría en Comunicación Política y Gobernanza en la Universidad George Washington. Es fundador del Centro de Políticas Públicas, Desarrollo y Liderazgo RD (CPDL-RD)
(CNN Español) – La pandemia del covid-19 alterará el orden mundial para siempre. Fue la afirmación de Henry Kissinger en una columna que lleva esta frase como título, publicada en abril de 2020 en “The Wall Street Journal”. Kissinger, ya con 96 años y conocido por ser el cerebro detrás de la política exterior estadounidense durante los gobiernos de Richard Nixon y Gerald Ford, aprovecha para aconsejar a EE.UU. sobre la necesidad de proteger a sus ciudadanos de la enfermedad mientras debe comenzar a prepararse con urgencia para una nueva época.
Como resultado de esta crisis, no solo se replanteará el orden mundial, también cambiará la forma en que llevamos nuestra vida cotidiana. Por supuesto, tal como sucede con la recién descubierta valoración de las cosas que podíamos hacer antes del coronavirus (y no hacíamos, como ir al parque o en mi caso, visitar más museos en Washington), esta ola de cambios también requerirá una nueva consideración de la noción de “potencia” que hasta ahora teníamos sobre las naciones más ricas del mundo. Esta crisis nos ha enseñado algo que veníamos sospechando desde hace largo tiempo: no es quien tenga más dinero, armas y petróleo, es quien sepa usar los recursos que tiene. En este sentido, algunos países pequeños, entre ellos los que se conocen como los “cuatro tigres asiáticos”, apodo que reciben Corea del Sur, Singapur, Taiwán y la región administrativa de Hong Kong, han venido dando cátedra a las potencias tradicionales en cuanto al manejo de crisis durante la pandemia del covid-19.
La realidad es que el coronavirus ha cambiado las reglas del juego y, en esta ocasión, el problema ataca al más grande del grupo que dirige el mundo, a EE.UU. que tiene elecciones presidenciales programadas para noviembre de 2020. Si los estadounidenses pensaban que el juicio político de diciembre de 2019 y enero de 2020 iba a cambiar el escenario, es realmente el covid-19 el que podría sumar otra víctima (si no se elimina a tiempo): la reelección de Donald Trump. Recordemos, que Franklin Delano Roosevelt fue un presidente que supo gobernar en crisis económica y en guerra, pero no olvidemos que fue después de Herbert Hoover, quien pagó los “platos rotos” de la Gran Depresión. El objetivo electoral de Trump debe ser superar su “Hoover moment”, que es el covid-19 y la tasa de desempleo de 14,7%, para luego dedicarse a la recuperación económica como le tocó a Roosevelt… si gana en noviembre de 2020.
Las elecciones en medio de la incertidumbre: todo puede suceder
La vida nos cambió, esto ya lo sabemos. Ahora, ¿cómo continuamos con nuestra vida republicana y democrática? ¿Ponemos la democracia en pausa y nos apresuramos a reformar la Constitución que establece elecciones en 2020, para poder adaptarnos al virus? La respuesta a la primera pregunta es obvia. La respuesta a la segunda no es simple.
Algunos países como Serbia siguen con el plan de elecciones, siendo la incertidumbre la gran protagonista del proceso. Bosko Obradovic, líder opositor serbio, ha llegado a comenzar incluso una huelga de hambre demandando boicotear las elecciones parlamentarias, que han sido pospuestas hasta el 21 junio debido al covid-19.
En otros países con más tiempo para resolver la crisis, como es el caso de EE.UU.(noviembre) e incluso en algunos con menos tiempo para hacerlo, como sucede con la República Dominicana (julio), los comicios venideros no han sido cancelados (aunque las elecciones dominicanas estaban previstas inicialmente para mayo).
En un escenario como el que nos planteamos en las dos preguntas que nos hacemos, hay mucho en juego para las naciones y para todos sus actores políticos, muchas implicaciones: extensión de los mandatos, debilitamiento institucional, fortalecimiento del populismo, resurgimiento del autoritarismo y regreso de otros fantasmas del pasado. Entre todos estos flagelos, hay uno que es el primero en reflejarse porque sabe aprovechar crisis como la del coronavirus para cometer su “crimen de oportunidad”: la corrupción. En momentos de emergencias se relajan los procedimientos y la corrupción se cuela fácilmente por el ojo de una aguja.
¿Legitimidad abstencionista?
El fenómeno de la abstención se hará presente de una manera o de otra. Ya lo vimos en Francia en marzo. Los franceses tuvieron una abstención récord en las elecciones municipales, en parte por el miedo a la pandemia. Ese fue el mismo temor que rodeó las elecciones legislativas en Israel en el mismo mes, aunque sin razón: el nivel de votación terminó siendo el más alto desde 2015.
Pero no culpemos a los votantes por no votar. Al final ellos están haciendo lo que le hemos recomendado: #QuédateEnCasa. Igualmente, tenemos que tener en cuenta que en estos días unos tendrán pánico a los reuniones multitudinarias, algunos estarán recuperándose del covid-19, otros estarán en cuarentena preventiva y los que sobrepasan los 50 años reforzarán aún más las medidas de precaución.
El voto electrónico, venerado por unos e infame para otros, sigue sin lograr la reivindicación.
En EE.UU. aumentará el número de personas que vota por correo, así como el voto anticipado. En países donde no se cuente con correo postal porque no hay la madurez institucional para respetar la voluntad popular expresada en una carta, esto es un gran no-no. Por otra parte, el voto electrónico podría ayudar en poblaciones vulnerables como veremos más adelante.
Puede que el voto electrónico sea un “héroe sin capa” para salvar la situación, con algunas modificaciones, por supuesto. Este mecanismo facilita la transmisión de data masiva y siempre que se permita el acceso de todos podrá lograrse el principio de la universalidad, así como la condición secreta de su emisión. Con el refuerzo de los protocolos de seguridad se garantizaría el respeto del principio de “una persona, un voto”, sin mencionar que se requerirá de menos personal, reduciendo así el riesgo de contagio durante la pandemia.
En algunas naciones se viene usando algún mecanismo de voto electrónico. En otros países como Alemania, Finlandia y los Países Bajos ha dejado de utilizarse y en la República Dominicana simplemente murió antes de nacer. Por otro lado, Brasil, la India y Venezuela lo usan en todo su territorio mientras que países como Canadá, Francia y Estados Unidos lo usan en algunas zonas. Pero, ¿qué otra opción tenemos durante estas circunstancias atenuantes que podrían revivir el voto electrónico?
Pienso que el voto anticipado y por correo podrían implementarse en algunas naciones siempre que el sistema de correos sea administrado por una compañía privada internacional que cuente con las certificaciones de calidad y que tenga un gran nombre que cuidar.
Por otro lado, el reto del voto electrónico podría ser lograr que este sea ejercido remotamente, para lo cual podrían los países solicitar a un ente como las Naciones Unidas la creación de una unidad/división administradora de elecciones que, de forma imparcial, funcionara como centinela de la democracia durante la pandemia. Este personal visitaría las casas –con iPad en mano- de aquellos que no pueden salir, especialmente los enfermos crónicos y las personas mayores.
Finalmente, y al margen de las elecciones, el coronavirus nos dejará lecciones que ya están en marcha en otros renglones importantes para el desarrollo de los pueblos como es el caso de la educación y el trabajo:
• Ya nadie le resta valor/importancia a un programa educativo virtual frente a uno presencial. En este 2020 todos son iguales.
• Ya los empleadores no pueden desconfiar de la productividad del teletrabajo. Hoy es lo único que tienen.
• Empresas administradoras de exámenes estandarizados de admisión o idiomas como TOEFL, IELTS, GRE, GMAT —antes renuentes a las pruebas remotas— han habilitado su tecnología para que estos puedan ser desarrollados desde casa, luego de unos protocolos de seguridad que garantizan transparencia. Esto es lo único que les permite continuar produciendo dinero: innovar o quebrar.
Hoy nuestro problema es el covid-19, una pandemia que nos ha obligado a innovar, a ser resilientes y a fortalecer la fe. El virus ciertamente pasará, pero el cambio se quedará.