Manaos, Brasil (CNN) – La ciudad amazónica de Manaos ha estado lidiando durante semanas con un horror que el resto de Brasil ha ignorado parcialmente por consejo de su presidente, Jair Bolsonaro.
No está claro cómo el coronavirus, lo que Bolsonaro llamó una “pequeña gripe”, llegó a este lugar remoto en el Amazonas. Atravesó las zonas ricas y luego se trasladó a los más pobres. Ahora está afectando a las comunidades indígenas que viven en los suburbios y barrios marginales.
Estas son algunas de las personas que conocimos recientemente y sus historias.
Vuelos de misericordia
Las puertas a cada lado del avión se abren, mientras los médicos con materiales peligrosos se trepan adentro para alcanzar a los pacientes gravemente enfermos y los llevan a una ambulancia. Manaos no es una ciudad en la que quisieras que te rescataran – es la más afectada en Brasil por el coronavirus– pero aún ofrece esperanza para los enfermos más graves en toda el área amazónica.
Este vuelo trajo a dos personas del río abajo en Parintins, una ciudad con una población de poco más de 100.000 habitantes a unos 370 km de distancia. Necesitan la atención médica que Manaos puede proporcionar. Uno de los pacientes, un hombre, puede moverse con la ayuda de los médicos en una camilla. Con la otra paciente, una mujer, el único movimiento es el de su pecho al respirar lentamente.
Las ambulancias en espera se llevan a los dos. La tripulación comienza a limpiar y renovar el avión. Este equipo nunca perdió a un paciente en pleno vuelo, aunque tuvieron que intubar a uno en el aire.
La Dra. Selma Haddad se quita la ropa protectora sobre la pista e inhala. “Es muy difícil. Cargas un peso que no se ve. Cada vez cargo con este peso”.
Dolor constante
En el cementerio Parque Taruma se han excavado más de 1.500 tumbas desde que la pandemia llegó al Amazonas. Hombres y maquinaria pesada a veces trabajan de noche para satisfacer la demanda, abriendo grandes trincheras como fosas comunes.
Cinco ataúdes que llegan en solo dos horas se colocan en una tumba grupal.
De pie, de luto por su madre, está Pedro Chaves, enojado porque tiene que esperar a que la trinchera se llene antes de cubrir el ataúd. “Estamos aquí unos 30 minutos esperando más cuerpos”, dice. “Solo quiero poner a mi mamá allí y terminar esto. Mi familia no necesita esto”.
Chaves dice que su madre murió por complicaciones de la diabetes, no por el virus. Otros dicen que covid-19 no tuvo la culpa de sus pérdidas. Con tan pocas pruebas, es imposible saberlo con certeza.
Mientras un desfile constante de lugareños enojados y afligidos pasa por el cementerio, los trabajadores se sientan en una esquina, martillando cruces improvisadas y límites de tumbas en la humedad amazónica.
Indígenas llenan el hospital de campaña
Al otro lado de la ciudad, en el recién construido hospital de campaña Gilberto Novaes, llega una fila de nuevos pacientes. Una docena de indígenas de los límites exteriores de la ciudad se tambalean desde las ambulancias hasta las sillas de ruedas y se dirigen directamente a la UCI.
La UCI es frenética, está llena de enfermos y de aquellos que intentan salvarlos.
Circulando entre las camas está Miqueias Moreira Kokama, el jefe de la comunidad indígena Kokama. Fue nombrado hace solo dos semanas cuando su padre murió de coronavirus.
“Llevé a mi padre al hospital donde fue intubado durante 5 días”, dice. “Ahora tenemos 300 con síntomas y 30 en el hospital”.
Mortalmente silencioso en los barrios marginales
En la comunidad de Kokama, el virus ha vaciado las calles. La residente Vanda Ortega Witoto señala cada casa en un camino, identificando a las familias que ahora se autoaislan.
En la siguiente calle, ella explica que el silencio mortal proviene de todos los que están en el hospital.
Al principio sintieron que su distancia de la ciudad les daba protección. Pero luego aparecieron los primeros síntomas y la pésima salubridad de los barrios pobres ayudó a que el virus se afianzara.
Sin embargo, la ayuda no llegó, dice Witoto, mientras funcionarios locales decían que era deber del gobierno federal ayudar a los pueblos indígenas y al gobierno federal no hacía nada.
Entonces, cuando una pariente empezó a toser, con dolor e incapaz de pararse de una hamaca, ella se puso una máscara y guantes para llevarlo al hospital. “Fue un momento muy difícil, exponerme y buscar ayuda para ella”.
Los Kokama se sienten doblemente amenazados por la pandemia y las acciones del gobierno al que acusan de amenazar su propia existencia.
Witito dice que Bolsonaro “se ha estado comportando en esta pandemia con ataques a nuestro territorio, expulsando a los pueblos indígenas de sus territorios y abriendo nuestras tierras a los agronegocios”.
Al final del día, un momento de esperanza reconforta a la comunidad. La madre de Witoto, Brazileia Martiniano Barrozo, ha sido dada de alta del hospital y regresa a las calles ahora haciendo eco de los fuegos artificiales de celebración y los vítores de los vecinos.
Una ciudad atrapada por la retórica del presidente
El alcalde de Manaos, Arthur Virgilio Neto, no solo está luchando contra la propagación de covid-19, también está atrapado en una pelea con el presidente Bolsonaro, quien lo llamó un “pedazo de mie***” en una reunión de gabinete, cuya grabación fue dada a conocer por la Corte Suprema la semana pasada.
Virgilio Neto nos dijo que sentía que “el sueño de Bolsonaro es ser una dictadura, pero es demasiado estúpido”.
Agregó que el presidente debería “callarse y quedarse en casa”, y que fue parcialmente responsable del aumento del número de muertos en Brasil debido a la forma en que había descartado el peligro como una “pequeña gripe”.