(CNN) – Para entender la jerarquía racial de Estados Unidos, solo necesitas mirar las imágenes de las protestas.
Este lunes, en Minneapolis, un hombre negro de 46 años llamado George Floyd murió poco después de un arresto durante el cual un agente de policía blanco, en respuesta a una supuesta falsificación, puso su pierna sobre el cuello de Floyd durante al menos siete minutos. Un video muestra cómo el hombre, desarmado y en el suelo, grita lo que se ha convertido en un estribillo negro: “¡No puedo respirar!”.
“Esto no debería ser ‘normal’ en el Estados Unidos de 202”, señaló el expresidente Barack Obama este viernes. “No puede ser ‘normal’”, insistió.
En los últimos días, miles de personas, muchas utilizando máscaras para protegerse contra el covid-19, han salido en masa a las calles de todo el país para condenar otro hecho de violencia policial. En su mayoría, estas protestas fuertemente negras han sido pacíficas. El martes estallaron disturbios en Minneapolis después de que un grupo pequeño de personas pusiera etiquetas a los autos de los escuadrones de policía y rompiera una ventana cerca de un precinto policial donde creían que trabajaban los agentes que lastimaron a Floyd. (Cuatro policías fueron despedidos por su participación en la muerte de Floyd).
Las imágenes del recrudecimiento policial en las últimas 72 horas son impresionantes: granadas de aturdidoras, lanzadores de proyectiles, balas de goma, manifestantes mojados con leche para calmar la irritación de los gases lacrimógenos.
- FOTOS | Se intensifican las protestas por la muerte de George Floyd, el hombre negro al que un policía inmovilizó con la rodilla
FOTOS | Dolor y rabia: así fueron las protestas por la muerte de George Floyd
Estas escenas no podrían contrastar más profundamente con las que observamos frente a otro tipo de protesta. A finales de abril, manifestantes cargando armas de asalto, la mayoría de ellos blancos y sin máscaras, entraron al edificio del Capitolio de Michigan durante una protesta contra la orden de confinamiento de la gobernadora Gretchen Whitmer. Sin embargo, los agentes de policía permanecieron quietos, de pie: mirando, no escalando sus acciones. (Particularmente, este desafío siguió a la publicación de evidencia acerca de que el virus afecta desproporcionadamente a los estadounidenses negros).
No es que la fuerza estatal debería haberse utilizado contra los agitadores militaristas que exigían la reapertura. No. El punto es que, juntas, estas imágenes opuestas hablan del trato evidentemente desigual que reciben los manifestantes, dependiendo de quién proteste y qué tema esté en juego.
“Hay diferentes reglas de juego, hay diferentes conjuntos de consecuencias”, le señaló a Vox Rashad Robinson, presidente de la organización de justicia racial Color of Change. “Los hombres con armas de fuego han llegado a los capitolios de todo el país, en esencia, para exigir que las cosas se abran nuevamente. Lo que se ha estado reabriendo son lugares donde trabajan las personas negras y morenas”, añadió.
Dicho de otra manera, el gran poder de estas imágenes es que no solo captan el antagonismo actual entre los estadounidenses negros y la policía de Minneapolis, sino que también aclaran las realidades raciales y las amplias batallas contra la intolerancia que han existido durante mucho tiempo en Estados Unidos. No puedo respirar. Manos arriba, no dispare. Dejen de matarnos.
De manera similar, ver los disturbios que arden en Minneapolis es transportarse al pasado: a los disturbios de 2015 en Baltimore después de que Freddie Gray, de 25 años, muriera bajo custodia policial; a los disturbios de 1992 en Los Ángeles tras el disparo mortal contra Latasha Harlins, de 15 años, y la absolución inicial de los agentes involucrados en la infame paliza a Rodney King, de 25 años; a los disturbios de 1965 en Watts luego de una disputa entre un conductor negro y un policía blanco.
Como en ocasiones anteriores, ha habido una disputa sobre los disturbios y, específicamente, los “saqueos”. (En un tuit publicado durante la noche de este jueves, el presidente Donald Trump escribió que “cuando comienzan los saqueos, comienzan los disparos”, una emoción que recuerda la retórica de mano dura contra la delincuencia de la década de 1960). Como antes, ese enfoque tan estrecho se ha equivocado. Sobre todo, en lugar de interrogar por la causa de la permanente ira negra –un sistema de control a través del racismo profundamente arraigado– se adhiere a su origen. Y oculta el hecho de que, dada la feroz indiferencia institucional por la vida de los negros, una negociación honesta por la igualdad en este país debe ser necesariamente de confrontación.
“(Esa persona) realmente no quiere el televisor. Está diciendo jód***”, como lo expresó el autor James Baldwin en una entrevista con Esquire en 1968. “Estás acusando de saqueos a una población cautiva a la que se le ha robado todo. Creo que eso es obsceno”, añadió.
O aquí está Martin Luther King Jr., posiblemente una figura más tranquilizadora, aunque solo sea porque los años han lijado sus bordes radicales: “Pero no es suficiente para mí presentarme ante ustedes esta noche y condenar disturbios. Sería moralmente irresponsable de parte mía hacer eso sin, al mismo tiempo, condenar las condiciones contingentes e intolerables que existen en nuestra sociedad”, dijo en un discurso de 1968. “Y debo decir esta noche que un disturbio es el lenguaje de los que no han sido escuchados”.
¿Cuántas veces debemos escucharlo antes, en el lenguaje de hoy, que las vidas negras importan?