Nota del editor: Dan Restrepo es abogado, estratega demócrata y colaborador político de CNN. Fue asesor presidencial y director para el Hemisferio Occidental del Consejo Nacional de Seguridad durante la presidencia de Barack Obama. Las opiniones expresadas en este comentario pertenecen exclusivamente al autor. Ver más artículos de opinión en CNNE.com/opinion
(CNN Español) – En Estados Unidos estamos viviendo un verano de desencanto por razones obvias. Estamos atravesando una pandemia cada vez menos controlada que ya se cobró más de 132.000 vidas en el país, según la Universidad Johns Hopkins, y está destrozando la economía.
Esto se intensificó después de la flagrante muerte de George Floyd, que generó un movimiento social para reivindicar la dignidad de los negros estadounidenses y abogar por una inclusión integral y verdadera.
Pero estas dos dinámicas no son coyunturales ni eventuales. Son retos profundos que ponen en juego el éxito del mismo experimento estadounidense. Y lo son porque se basan en dos tensiones fundamentales del proyecto histórico de este país.
Un experimento basado en el ideal de inclusión, pero con un fundamento de exclusión con largos y dolorosos legados. Un experimento centrado en la libertad individual, pero plenamente dependiente en su capacidad de promover el bien común.
A pesar de que la igualdad es uno de los valores principales de la fundación de Estados Unidos, la exclusión no solo ha sido una falla del sistema sino parte de su diseño.
En su versión original, nuestra Constitución reconoció los derechos y privilegios de sólo un grupo pequeño y exclusivo: los hombres blancos propietarios.
Pero la exclusión sistemática iba más allá, ya que ese mismo documento negaba la humanidad de todo un grupo de individuos: los entonces esclavos.
Recién en 1868 y después de una sangrienta guerra civil, el documento fundamental de nuestra democracia reconoció la humanidad de los negros. Y fue en la década de 1960, cuando la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley de Derechos Electorales de 1965 terminaron formalmente con algunos de los obstáculos a los derechos políticos y cívicos de los estadounidenses negros.
Pero los negros no eran los únicos excluidos en el momento de la fundación. Hasta 1920, el sistema les negaba la voz política -el derecho más básico en una democracia- a la mitad de nuestra población. No fue hasta esa fecha que la enmienda 19 de la Constitución dejó claro que las mujeres gozan del mismo derecho al voto que los hombres.
Los legados de esas exclusiones ayudan a explicar la explosión de tensión social que estamos viviendo. La violencia policial es un legado de esas exclusiones. Las brechas socioeconómicas entre blancos y negros tienen sus raíces es esas exclusiones. La brecha en los sueldos entre hombres y mujeres es un legado de esas exclusiones.
Para que el experimento estadounidense pueda continuar como uno verdaderamente inclusivo, esas brechas se tienen que cerrar y sanar.
Un paso importante en esa dirección es sacar al actual presidente de la Casa Blanca, un hombre que repetidamente celebra a quienes, en nombre de la Confederación, traicionaron al país en defensa de la exclusión. Si se logra ese resultado electoral en noviembre, será basado, en gran parte, en votos de los excluidos: mujeres, negros e hispanos.
Pero el éxito del experimento estadounidense no depende solo de eso, también tenemos que lidiar con los legados de una obsesión con la libertad individual a costo del bien común.
La obsesión de un gran segmento de la población estadounidense con armas de fuego con todas sus implicaciones negativas para nuestra sociedad es un legado de sobrevalorar la libertad individual y subestimar la importancia de una conciencia social. Como lo es la creciente desigualdad económica del país.
Y también lo es un de los retos fundamentales que vivimos actualmente frente el descontrol de la pandemia: la negación de usar mascarilla por parte de un sector de nuestra sociedad.
A pesar de lo que nos dice el presidente Donald Trump, el virus no va desaparecer por arte de magia. Todos tendremos que hacer nuestra parte para controlarlo, empezando con un acto tan simple como ponernos una mascarilla cuando tenemos que salir.
También tendremos que hacer nuestra parte cuando -ojalá- llegue una vacuna, porque si la cantidad de personas que decidan aplicársela no es suficiente, no funcionará para la sociedad en general.
Superar el covid-19 requerirá que todos reconozcamos nuestro papel de promover el bien común y proteger a nuestro vecino. Una actitud que también ayudará en el trabajo de cerrar y sanar las heridas de exclusión con las que vivimos como sociedad.
El destino del proyecto e ideal estadounidense está donde debe estar: en nuestras manos.
Ojalá que todos estemos a la altura del momento.