Nota del editor: Lincoln Mitchell enseña en el departamento de ciencias políticas de la Universidad de Columbia. Su libro más reciente es “San Francisco Year Zero: Political Upheaval Punk Rock and a Third Team Baseball Team”. (Rutgers University Press, 2019) Síganlo en Twitter @LincolnMitchell. Las opiniones expresadas aquí son suyas. Lea más opinión en CNNe.com/opinion
(CNN) – Ya es verano y todavía no tenemos respuesta a la pregunta de cómo reabrir las escuelas en el otoño boreal, pero al menos la mayoría de nosotros estamos familiarizados con el enigma. Parece que los niños en su mayoría no experimentan lo peor de covid-19, pero pueden llevarlo a sus padres, abuelos y otros familiares que pueden ser más vulnerables. Del mismo modo, existen preocupaciones de salud reales para los adultos que trabajan en las escuelas, particularmente aquellos que son mayores o que tienen condiciones preexistentes. También existe un conflicto entre la realidad económica, de que la economía no se puede recuperar si los niños no pueden ir a la escuela; y la realidad biológica, de que si se reabren las escuelas, muchos más estadounidenses podrían morir.
La reapertura de las escuelas es un desafío que no es exclusivo de Estados Unidos. Los cierres en todo el mundo en la primavera boreal llevaron a que las clases se cancelaran o se mudaran en línea, y en todo el mundo los gobiernos están tratando de encontrar las mejores formas y las más seguras para comenzar la escuela en el otoño. Sin embargo, en EE.UU. no solo la pandemia es aún peor que en muchos países, sino que el debate y el proceso necesarios para llegar a una solución política en torno a la reapertura de las escuelas aún no ha sucedido, y es muy poco probable que ocurra.
La razón principal de esto es el enfoque de Donald Trump para la formulación de políticas, que se reduce a tuits o decretos que son irracionales o están al servicio de objetivos políticos y ultimátums a corto plazo destinados a mantener movilizada su base. Esto crea una enorme barrera para la formulación de políticas reflexivas. Cualquier discusión que ocurra en Washington sobre la forma más segura de administrar la reapertura de las escuelas se retrasa por los tuits presidenciales que rechazan las pautas de los CDC para las aulas como “muy poco prácticas” o amenazan “¡pueden cortar el financiamiento (para las escuelas) si no están abiertas!”. La pregunta sobre las escuelas es solo el ejemplo más próximo: esta dinámica ha existido a lo largo de la presidencia de Trump en temas como la atención médica, el cambio climático y el medio ambiente. Las acciones de Trump impiden un discurso político real porque no está dispuesto a hacer el trabajo duro de la formulación de políticas, y no puede mantenerse fuera de la discusión y dejar que el proceso avance por sí mismo. Esto no solo crea un estado casi permanente de caos político, sino también de disfunción en la formulación de políticas.
No hace mucho tiempo, los liberales y conservadores debatieron, y a veces incluso se comprometieron, sobre estos temas, que son diferentes de los asuntos intensamente partidistas como la reforma de armas o el abordaje del racismo sistémico, donde no hacer nada o muy poco es consistente con la plataforma republicana. Sin embargo, en la era de Trump, el presidente se jactó, sin seguimiento de políticas, de que su plan proporcionaría la mejor atención médica, afirmando que el cambio climático es un engaño y que hostiga a los rivales políticos “socialistas”.
Elaborar políticas públicas efectivas en un momento de alta polarización política, elecciones intensamente competitivas y una pandemia, sería extremadamente difícil bajo cualquier circunstancia, pero se hace aún más difícil por un presidente que es, en el mejor de los casos, una gran distracción en una Casa Blanca que parece centrarse más en mantenerlo feliz que en abordar los problemas.
Eso podría cambiar si Trump pierde en las elecciones de noviembre, pero la situación es demasiado grave como para esperar simplemente a la administración de Biden. Sin embargo, hay formas para que el Congreso e incluso la administración gobiernen a pesar de los obstáculos de Trump. Podemos aprender algunas lecciones, por ejemplo, de los primeros días de la pandemia, cuando el Congreso debatió rápidamente y aprobó un paquete de ayuda económica. Ese compromiso fue alcanzado por la Cámara de Representantes liderada por los demócratas y el Senado liderado por los republicanos con el secretario del Tesoro Steve Mnuchin negociando en nombre de la administración. Aunque imperfecto, ha ayudado a muchos estadounidenses a sobrevivir a esta recesión económica.
Un bosquejo de cómo hacer una política a pesar del papel no constructivo de Trump tiene varios componentes. Primero, en la medida de lo posible, los miembros del Congreso y otros directamente involucrados en la política deben evitar hacer declaraciones que hagan que cuestiones como la reapertura de las escuelas se sientan personales para Trump. El corolario de esto es que, cuando sea posible, ignore las declaraciones y los tuits del presidente sobre el tema en cuestión. En segundo lugar, proporcione al presidente una legislación que pueda firmar, en lugar de llevarlo al proceso. Trump solo ha vetado ocho proyectos de ley y, al igual que sus dos predecesores inmediatos, se inclina a firmar casi cualquier cosa que pase por el Congreso.
Por último, aunque la mejor manera de manejar esta crisis hubiera sido una respuesta federal fuerte, empujar las decisiones al nivel estatal y local también es una estrategia de gobierno valiosa. No todos los gobernadores han manejado bien la crisis actual, pero muchos lo han hecho, y otros han comenzado a aprender de sus primeros errores.
Es una declaración extraordinaria y desalentadora sobre el estado de la gobernanza en Estados Unidos que resolver problemas significa encontrar formas de evitar a un presidente que con demasiada frecuencia ve cada tema de política en términos demasiado personales. Pero sus distracciones malignas sobre cuestiones difíciles como la reapertura de las escuelas son tristemente emblemáticas de un Estados Unidos que sufre a través de una pandemia y una recesión sin el liderazgo adecuado de su director ejecutivo. Es un triste reflejo de Estados Unidos en 2020 que mantener al presidente en la periferia política es la clave para resolver con éxito los problemas que enfrenta el país.