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Nota del editor: Alice Driver es una periodista independiente cuyo trabajo se centra en la migración, los derechos humanos y la igualdad de género. Ella trabaja desde la Ciudad de México y es autora de “Más o menos muertos: feminicidio, persecución y ética de la representación en México”. Las opiniones expresadas en este comentario son las del autor. Ver más artículos de opinión sobre CNNe.com/opinion.

(CNN) –No vamos a ninguna parte. Absolutamente a ninguna parte”, me dijo en mayo la inmigrante hondureña Nora Martínez mientras estaba sentada en una tienda improvisada en Matamoros, en la frontera entre Estados Unidos y México. Estaba preocupada por el trámite de su solicitud de asilo, que había sido interrumpido por el gobierno de Trump por la pandemia de covid-19.

He regresado a las palabras de Nora esta semana; como ciudadana estadounidense que vive en el extranjero tampoco voy a ninguna parte. Aunque informo sobre la migración y las dificultades que enfrentan los migrantes para cruzar las fronteras, siempre las he cruzado con privilegios y facilidades.

A medida que los casos de covid-19 continúan aumentando en EE.UU., por primera vez en mi vida soy testigo de cómo la falta de liderazgo del país en la gestión de la pandemia está devaluando el pasaporte que llevo.

Por ejemplo, las naciones europeas comenzaron a abrir sus fronteras a los viajeros no esenciales el 1 de julio, pero los ciudadanos estadounidenses no estaban incluidos en esa resolución. Y a pesar de que EE.UU. representa uno de los mercados turísticos más grandes para Bahamas, el primer ministro Hubert Minnis, citando el aumento en los casos de covid-19, bloqueó la entrada de turistas de esa nacionalidad.

He observado el comportamiento del presidente Donald Trump mientras los casos de covid-19 continúan aumentando en el país, y más allá de los interminables testimonios de los trabajadores de la salud sobre la complejidad del tratamiento del virus, de las historias sobre los cuerpos en descomposición de las personas que murieron por el nuevo coronavirus que se almacenaron en contenedores y de una letanía de otros horrores, él se ha centrado principalmente en alabar su manejo de la crisis.

Muchos países temen legítimamente que los viajeros estadounidenses difundan el covid-19. El resultado es que han cerrado sus fronteras a los poseedores de pasaportes de esta nacionalidad. La falta de liderazgo le ha costado caro al país, porque ese documento, que alguna vez fue un símbolo de los privilegios de poseer esta ciudadanía, ahora se ve con recelo.

Entiendo esta sensación de desconfianza, porque la forma como Trump y su gobierno han manejado la pandemia vincula a los ciudadanos estadounidenses con ideas racistas y anticientíficas.

Por ejemplo, el presidente ha llamado repetidamente al covid-19  como el virus de China. Con ello ha ayudado a impulsar un aumento de los crímenes de odio contra los asiático-estadounidenses durante la pandemia.

Trump también ha aprovechado el covid-19 para hacer comentarios despectivos y falsos sobre México, incluida la sugerencia de que los mexicanos están infectando a los ciudadanos estadounidenses. El 11 de julio dijo: “Resultó ser muy afortunado para nosotros que tuviéramos el muro; si no, nos hubiéramos inundado porque tienen algunos problemas grandes allí [en México]”.

Vivo en México y este país tiene significativamente menos casos y muertes por coronavirus que EE.UU. De hecho, temo regresar a mi país no tanto por la pandemia, que algunos países han demostrado que se puede manejar, sino por la forma como Trump y su gobierno politizaron la ciencia de la prevención del covid-19.

He estado hablando con mis padres que viven en las zonas rurales de Arkansas y sopesando el riesgo de visitarlos. Mientras escribo esto, los vecinos de mis padres, muchos de ellos partidarios de Trump, se están organizando para protestar por la obligación de usar tapabocas en público. Contra toda lógica, las máscaras se han convertido en símbolos políticos en EE.UU.

Después de meses de negarse a usar un cubrebocas y cuando el país se acercaba a las 143.000 muertes por covid-19, por primera vez Trump llamó a usar lo que describió como una máscara patriótica.

El resultado del asombroso mal manejo de la respuesta a la pandemia es que el poder y el estatus que los ciudadanos estadounidenses han disfrutado durante décadas está disminuyendo rápidamente.

Cuando entrevisté a migrantes durante la pandemia, muchos me dijeron que preferirían buscar asilo en Canadá en lugar de en EE.UU.

La administración de Trump ha utilizado al nuevo coronavirus como una excusa para terminar temporalmente con el asilo, lo que ha servido como un recordatorio de que EE.UU. busca brindar justicia a quienes huyen de la persecución en sus países de origen.

Aunque el gobierno estadounidense interrumpió la revisión de solicitudes de asilo, sí ha continuado procesando deportaciones, incluida la de aquellos que tienen covid-19. Con esa decisión el virus se propaga a otros países.

Al igual que muchos migrantes, los ciudadanos estadounidenses también hablan con mayor frecuencia de mudarse a Canadá, que ha manejado el coronavirus mucho mejor que su país. Y tiene un sistema de salud universal (lea: no recibirá una factura médica de US$ 400.000 si sobrevive al coronavirus).

El problema más apremiante en EE. UU. no es el coronavirus en sí, sino la continua ignorancia e ineptitud deliberada en la forma como el gobierno de Trump lo maneja.

Como Ed Yong, quien cubre ciencia en The Atlantic, explicó sucintamente en una entrevista con Christiane Amanpour: “La pregunta que más me preocupa no es cuánto tiempo tardará en llegar una vacuna, sino si un país que lo está haciendo tan mal como nosotros en el control del covid-19 podrá implementar una vacuna de manera equitativa y eficiente. No estoy seguro de tener fe en el proceso”.

Como señala Yong, incluso si EE.UU. tiene una vacuna contra el covid-19, dada la ausencia de liderazgo de la administración Trump es probable que el coronavirus sea un problema a largo plazo.

A medida que los países cierran sus fronteras a los ciudadanos estadounidenses, algunos de nosotros podemos experimentar el inconveniente de no poder visitar a familiares, amigos o seres queridos que viven en el extranjero. A medida que EE.UU. cierra sus fronteras y suspende el trámite de asilo, los solicitantes quedan en el limbo y muchos, como Nora Martínez, viven en campamentos debido al hacinamiento en los refugios.

Lo que muchos ciudadanos estadounidenses y migrantes reconocen claramente, tal vez por primera vez, es que, bajo el actual gobierno, EE.UU, ha utilizado al nuevo coronavirus como una excusa para promover la desinformación y atacar los derechos humanos esenciales como el asilo. El costo real de la ausencia de liderazgo del país se medirá mucho más que en aquellos países que cierran sus fronteras a los titulares de pasaportes estadounidenses.