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Nota del editor: Ben Sherwood, expresidente de Disney ABC Television Group y ABC News, es autor del best seller “The Survivors Club: The Secrets and Science that Could Save Your Life”. Las opiniones expresadas en esta columna son suyas. Ver más opiniones en CNNe.com/opinion.

(CNN) – A medida que aumentan los casos de covid-19, otra tendencia disminuye drásticamente. La cantidad de estadounidenses que aprueban el manejo de la pandemia por parte del presidente Donald Trump está cayendo abruptamente.

A fines de marzo, según una encuesta de ABC News, el 51% de los estadounidenses lo aprobaba. Hoy, solo el 38% lo hace. El número de estadounidenses que confían en lo que el presidente Trump les dice sobre covid-19 es aún menor: solo el 34% deposita gran confianza en lo que dice sobre el tema. El 64% confía en él solo un poco o nada en absoluto.

Independientemente de su posición política, esto debería ser motivo de preocupación. La confianza es crucial para nuestra supervivencia. De alguna manera, es tan importante como usar mascarillas.

Durante más de una década, tuve la oportunidad de entrevistar a algunos de los sobrevivientes más notables del mundo: un ciclista que luchó contra un león de montaña, trabajadores que escaparon de las torres en llamas del 11 de septiembre, pacientes con cáncer metastásico que vivieron más años de lo que predijeron los médicos. Sus historias muestran el poder de la adaptabilidad, el propósito, el ingenio y la determinación.

También muestran el poder de la fe: creer en algo, confiar en algo más grande que ellos mismos.

Para sobrevivir a esta pandemia, la confianza en la divinidad no será suficiente en sí misma. Debemos confiar en la humanidad. Necesitamos confianza en las instituciones y las personas que lideran la crisis, confianza en los expertos para informarnos, confianza en los demás.

Esto, como todos experimentamos, es cierto en el nivel más básico. ¿Confiamos en que el supermercado al que vamos toma las precauciones adecuadas? ¿En el dentista? ¿En nuestros amigos?

Incluso si la respuesta es sí, sabemos que eso no será suficiente. Si los ciudadanos van a seguir las pautas de salud pública, deberán confiar en que las decisiones del gobierno son imparciales y basadas en hechos. Si vamos a enviar a nuestros hijos a la escuela, hay una cadena de personas en las que tendremos que confiar. Y pensemos en la cadena de laboratorios y agencias reguladoras y fabricantes y distribuidores y científicos involucrados en una vacuna. Eso significaría un salto gigantesco de confianza.

Sin embargo, el único salto que estamos dando hoy es hacia atrás.

Gran parte de la desconfianza en el presidente Trump es autoinfligida, producto de sus meses de retraso, negación y disimulo. Incluso si esos patrones cambiaran mañana, y no hay indicios de que lo harán, probablemente sea imposible para Trump reconstruir la confianza que se tiene de él.

Pero el problema es más profundo que eso. La confianza en el gobierno, la academia, la ciencia, los medios, la tecnología, la religión e incluso en otros ciudadanos viene disminuyendo, impulsada por una campaña sistemática para desglosarla. Y por la tecnología, que recompensa la inmediatez sobre la precisión y la negatividad sobre los matices.

Para algunos, la falta de voluntad para confiar, incluso cuando se presenta con hechos inequívocos, se ha vuelto tan inquebrantable como cualquier fe religiosa. Para otros, la confianza ha sido erosionada por falsedades, malas decisiones y errores en las altas esferas. No debería sorprendernos que la confianza sea más baja en las comunidades que han sido sistemáticamente abusadas por quienes detentan el poder.

Sin embargo, las 7.800 millones de personas de este planeta fueron arrojadas al mismo bote salvavidas. La única forma de llegar a tierra es confiar el uno en el otro. Entonces, ¿cómo podemos reconstruir la confianza en un momento en que todo está tan fracturado?

Primero, paradójicamente, debemos elegir dónde no depositar nuestra confianza. Los líderes que han demostrado ser constantemente deshonestos se han ganado nuestra desconfianza. En cierto punto, se vuelve peligroso darle a alguien el beneficio de la duda.

Pero, en segundo lugar, debemos estar atentos a los líderes e instituciones que están enfrentando el desafío del momento con franqueza. Por una buena razón, una mayoría sustancial de los estadounidenses todavía confía en el Dr. Anthony Fauci y en los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades.

En tercer lugar, necesitamos que las instituciones se responsabilicen ante los hechos y el público. Los políticos deben decirnos la verdad y no vender falsas esperanzas. Los líderes empresariales también deben demostrar, a través de sus acciones, que están poniendo el bienestar de sus trabajadores y clientes al menos a la par de sus resultados.

Los medios de comunicación, donde he trabajado la mayor parte de mi carrera, también tienen una gran carga: para recuperar la confianza, deben evitar reaccionar ante la provocación o la distracción y enfocarse en lo que realmente importa. Y hacerlo a través de la responsabilidad legal y la humildad. La aplicación de la ley debe comenzar un proceso largo y difícil, para demostrar que es confiable a la hora de proteger y no para oprimir o abusar a las comunidades a las que juró servir.

Cuarto y, finalmente, debemos reconocer que la confianza no es una elección binaria: confiar ciegamente o no confiar en absoluto. Hay un término medio. En un artículo influyente, el psicólogo social Roderick M. Kramer abogó por lo que llamó confianza “moderada”. Esto recuerda el proverbio que a Ronald Reagan le gustaba citar: “Confía, pero verifica”. Eso es confianza moderada. Si es necesario, se puede retirar.

En la práctica, la confianza moderada requiere participación. Significa que, si no se siente cómodo con una barbacoa en un patio, pregunte a sus anfitriones cómo van a mantener a todos a salvo. Si está nervioso por regresar al trabajo, consulte con su empleador sobre sus planes específicos para proteger la oficina. La confianza moderada significa tomar riesgos calculados.

La caballería no va a venir a rescatarnos en la batalla contra el covid-19. Somos la caballería. Y a través de nuestras acciones individuales, para confiar y ser confiables, fortalecemos la cadena que nos une. Hacerlo podría ser nuestro mayor desafío, pero en esta lucha por la supervivencia también podría ser nuestra única esperanza.