Nota del editor: Pedro Brieger es un periodista y sociólogo argentino, autor de varios libros sobre temas internacionales y colaborador en publicaciones de diferentes países. Es profesor de Sociología en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Director de Nodal, un portal dedicado a las noticias de América Latina y el Caribe. Es columnista de TV en el canal argentino C5N y en el programa “En la frontera”, de PúblicoTV (España) y en programas de las radios argentina Radio10, La Red, La Tribu y LT9-Santa Fe. A lo largo de su trayectoria, Brieger ha ganado importantes premios por su labor informativa en la radio y televisión argentinas. Su cuenta en Twitter es @PedroBriegerOk. Las opiniones expresadas en esta columna pertenecen exclusivamente al autor. Ver más artículos de opinión en CNNe.com/opinion.
(CNN Español) – El tiempo es una variable de nuestras vidas que se ha ido modificando a lo largo de la historia y, según donde se viva, el espacio y la cultura modifican los sentidos. Hoy el mundo enfrenta una pandemia y, más allá de las medidas que tome cada país, está planteada la necesidad de conseguir lo antes posible una vacuna contra el coronavirus.
Enfermedades contagiosas existen desde siempre y en algunos casos se ha demorado décadas en encontrar una vacuna para paliar sus efectos. Lamentablemente, para algunas ni siquiera se ha encontrado la fórmula. Pero en la era de la tecnología instantánea, que permite comunicar todo el planeta al segundo, la ansiedad nos carcome.
Es lo que sucede con la necesidad de obtener ya “la” o “las” vacunas para contrarrestar los efectos del nuevo coronavirus. Para millones de personas es la esperanza de retomar una vida normal. Para algunos gobiernos y empresas privadas es parte de una épica guerra comercial y política que involucra fortunas y donde la carrera por la exclusividad parece dejar de lado la cooperación científica.
Pero las vacunas hay que probarlas. Y en la era de la comunicación, donde con un simple teléfono se puede mandar una filmación a todo el planeta, ya no es tan sencillo “experimentar” en tierras alejadas y ocultas, como sucedió en numerosos territorios africanos e incluso en Australia con poblaciones aborígenes, para citar apenas unos ejemplos donde no había ningún tipo de respeto hacia las personas, convertidas en verdaderos conejillos de indias.
Las vacunas hay que probarlas, de eso no cabe duda. La pregunta es cómo hacerlo. Varios científicos y Premios Nobel alzaron sus voces pidiendo voluntarios para contagiarse y ser verdaderos conejillos de indias. Tomando en cuenta la expansión global de la pandemia, se necesitarán miles de personas en diversos continentes dispuestas a exponerse al virus para probar la efectividad de las diferentes vacunas que se están desarrollando. ¿Cómo lograrán motivarlas? ¿Con dinero? O tal vez ¿será la pandemia una oportunidad para demostrar que la solidaridad puede vencer al egoísmo? El tiempo lo dirá.