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Nota del editor: Sara Stewart es una escritora de cine y cultura que vive en el oeste de Pensilvania, en EE.UU. Las opiniones expresadas aquí son únicamente suyas. Ver más artículos como este en CNNe.com/opinion.

(CNN) – Para muchos de nosotros, la nostalgia se ha convertido en una constante en nuestra dieta de entretenimiento durante estos estresantes meses, conforme continúa la pandemia de covid-19 y, en muchos lugares, se empeora. Mi propia dieta habitual de entretenimiento audiovisual se ha basado en dramas románticos situados en épocas más simples, historias de mujeres adorablemente complicadas y los hombres a menudo bien parecidos que las aman. Películas como estas provienen de una era de placeres ahora casi prohibidos con abrazos casuales y discotecas bulliciosas y compras reales, no virtuales.

Pero en mi última inmersión en el mundo de las películas familiares —y en teoría románticas— de las últimas tres décadas, apenas puedo ver a sus protagonistas por la cantidad de señales de alarma que brotan a su alrededor. De repente, ver esos filmes se ha vuelto cada vez menos un escape y cada vez más un reflejo de nuestra realidad actual.

Elija una década —1980, 1990 o principios de los 2000— y verá que cualquiera de los personajes masculinos principales resulta ser un manipulador, algunos con gran poder de alienación y subyugación sobre sus parejas. En inglés, alguien que ejerce un poder de “gaslight”. Es decir, alguien que puede lograr que su víctima perciba que lo que le pasa es responsabilidad enteramente suya al punto de perder la razón.

“Gaslighting” se ha convertido en un concepto conocido en los últimos años, gracias a la actual administración en la Casa Blanca. Pero tiene sus orígenes en el entretenimiento, ya que entró en el léxico popular como el título de una película de Ingrid Bergman de 1944, basada en una obra de teatro, en la que una joven esposa se ve conducida lentamente hacia la locura mientras su esposo juega con su mente.

En términos generales, como lo expresó la colaboradora de CNN, Frida Ghitis, en su análisis del comportamiento manipulador del propio presidente Donald Trump, esta técnica resulta ser una “manipulación táctica de la verdad”.

Se cuestiona repetidamente la cordura de una persona y lo que cree que es verdad, con la intención de hacerla cumplir la voluntad ajena. Ese es un sello distintivo del abuso doméstico.

Y mientras más romances clásicos veo, más convencida estoy de que todos hemos sido impregnados por guiones que impulsan la idea de la obsesión y el conflicto como características necesarias en las relaciones que valen la pena. Ideas que alimentas aquello de que la definición misma de romance radica en su capacidad para hacer que una mujer se sienta verdaderamente miserable antes de que llegue un final feliz como recompensa.

Para mi consternación, tres de mis consumos recientes más queridos, “Pretty in Pink”, “Reality Bites” y “The Notebook”, son ejemplos notables. Los tres protagonistas masculinos engañan a las heroínas para que piensen que son el tipo más correcto, a pesar de no demostrar ninguna comprensión de la dinámica de las buenas relaciones y de hacer que sus intereses amorosos se sientan como basura en múltiples ocasiones.

Fuera del prisma rosado de la nostalgia, tengo que ser honesta. Esto no es amor. Esto no es lindo. Se trata de manipulación -incluso si está disfrazado de alguien como Ryan Gosling-. Y las comedias románticas han estado incentivando a los cinéfilos para que piensen lo contrario durante demasiado tiempo ya.

El primero en su tipo, “Pretty in Pink” de 1986, es la historia de Andie escrita por John Hughes (Molly Ringwald), una adolescente de clase trabajadora que se enamora de un joven rico llamado Blane (Andrew McCarthy). Al buscarla para su primera cita, él le pregunta groseramente si quiere ir a casa y cambiarse de ropa -“Ya lo hice”, murmura Andie, en la primera de muchas escenas en las que se ve cómo ataca su autoestima-. Luego viene este intercambio:

Blane: ¿Estás preparada para una fiesta? ¿Sí? ¿No? ¿Quizás?

Andie: No, no lo creo.

Blane: Son mis amigos. Está bien… No iría si pensara que no te van a aceptar.

Andie: ¿No podemos ir a otro lado?

Blane: Andie, me gustas. Creo que te gusto. Sabemos que están pasando un montón de tonterías, pero si estás bien con eso, yo también lo estoy. Si queremos llegar a algo, tenemos que lidiar con esto, ¿verdad?

Andie: Sí.

Blane: Vamos, tengo tanto que perder como tú. Si no, podemos salir con esos poco agraciados amigos tuyos, si quieres.

Entonces, para aclarar. Al inicio de su primera cita, él insulta su ropa, a sus amigos y la presiona para que vaya a una fiesta con sus amigotes de la escuela, que resultan ser bastante crueles.

Al final de la noche, es Andie quien se disculpa con Blane por arruinar la velada, que, en recompensa, la invita al baile de graduación.

Esta película muestra un drama sobre ese baile, en el que Blane deja plantada a Andie, tras su promesa de ir con ella, con una excusa patética. Cuando ella decide ir sola, y termina acompañada por el llamativo Duckie (Jon Cryer) -el vencedor romántico en un final original rechazado por el público de prueba-, se encuentra con Blane y lo deja abandonado en una mesa.

“Dijiste que no podías estar con alguien que no creía en ti”, dice tristemente. “Bueno, creí en ti. Simplemente no creía en mí. Te amaré… por siempre”. Le dice eso no besándola o pidiéndole que baile con él, sino mientras sale rápidamente del lugar.

Pero eso no tiene ningún sentido. Suena como un recorrido por la culpa. ¿Cómo, exactamente, creía él en ella? ¿Por qué es culpa suya o su problema? ¿Cómo puede amarla “por siempre” si han salido exactamente dos veces? ¿Por qué Duckie le dice que vaya con él? ¿Por qué se recompensa alguno de estos comportamientos? No importa, a esa altura de la historia ya comienzan los créditos de la película.

Mi siguiente análisis fue sobre la icónica comedia romántica Gen-X “Reality Bites” (1994), en la que Lelaina (Winona Ryder) se debate entre el músico Troy (un Ethan Hawke ya en decadencia) y el muchacho corporativo Michael (Ben Stiller, quien también dirigió). Soy una fanática de su registro propio y su estilo nihilista, pero a la fría luz de 2020, sus nociones sobre el romance no resultan apropiadas.

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El culto y subempleado Troy es insufrible desde el principio, construyendo una escena en la que atrapa a Lelaina entrando de una noche con Michael -un tipo muy agradable, con trabajo, que es lindo y divertido, y parece gustarle mucho la chica- y la molesta por salir con “la razón por la que se inventaron los Cliff Notes” (o manuales “para tontos”).

Lelaina: “Si algo te molesta tanto, desearía que pudieras ser lo suficientemente hombre como para hablarme sobre eso”.

Troy: “Está bien. [Le toma la cara entre las manos] Estoy realmente enamorado de ti. [Risitas] ¿Es eso lo que quieres oír? ¿Lo es? Bueno… no te hagas ilusiones”.

En un mundo sano, este sería el final de su amistad con un tipo así.

Más tarde, cuando se pone un vestido de encaje para otra cita con Michael, el omnipresente Troy le dice que se ve “como un tapetito”. ¡Hay que ver cómo cambia la cara de Lelaina y oírla decir que va a cambiar! Michael le dice que no lo haga, que se ve hermosa. Troy replica: “Ahora no piensen por ti misma”.

¡Estaba pensando por sí misma! —le grité a la pantalla— cuando compró el vestido que tenía puesto.

La trama se precipita hacia el discurso de Troy ensalzando sus supuestas virtudes. “Podría hacer cosas malas, y podría lastimarte, y podría huir sin tu permiso, y podrías odiarme para siempre, y sé que eso te asusta porque soy lo único verdadero que tienes”.

Acertadamente, Lelaina rechaza esa sarta de actitudes tóxicas, pero no por mucho tiempo, porque al final no le hace caso a Michael cuando tiene la intención de apoyarla para ser una famosa documentalista, y de todos modos elige a Troy.

Se pueden encontrar rasgos similares en Noah Calhoun, héroe romántico de “The Notebook” de 2004, en cuyo monólogo dice: “¡Eso es lo que hacemos, luchamos! ¡Me dices cuando soy un hijo de pu** arrogante, y te digo cuando te pones realmente fastidiosa. Algo que eres el 99% de las veces. No tengo miedo de herir tus sentimientos. Tienes una tasa de rebote de dos segundos, y vuelves a portarte como una fastidiosa… Entonces, no va a ser fácil. Será realmente difícil; vamos a tener que trabajar en esto todos los días, pero yo quiero hacer eso porque te quiero”.

Mujeres, ¿puedo obtener un rotundo “no, gracias” a semejante propuesta? “Trabajar” en el matrimonio es una cosa, pero que alguien te invite a una vida calificándote como una fastidiosa (“dolor en el trasero” son sus palabras exactas) es otra muy diferente.

“The Notebook”, ambientada en la década de 1940 vende la idea de que Allie, el personaje de Rachel McAdams, debería terminar con Noah, el “pasional” interpretado por Gosling, que es tan así que amenaza con suicidarse en su primer encuentro a menos que ella acepte salir con él, colgando de la parte superior de una rueda de la fortuna con un brazo hasta que ella cede.

Cuando finalmente terminan en una cita, él la convence de que acostarse en el medio del camino es divertido, aunque casi los atropellen. El resultado: su romance de verano es impulsado por peleas y maquillajes.

En los años que siguen, ella toma otro rumbo y se compromete con un veterano de guerra astuto y frío llamado Lon (James Marsden), mientras que Noah construye obsesivamente un santuario para Allie -al lado de una plantación, otra caja de Pandora- y se convierte en un ermitaño alcohólico hasta que ella vuelve a su vida, una escena que culmina con el discurso que mencioné líneas arriba.

En el pasado, he recibido correos llenos de odio por sugerir que reevaluamos nuestros viejos favoritos, ya sean películas, programas de televisión, música o celebridades. Personalmente, no planeo dejar de ver ninguna de estas películas si las encuentro. Pero los archivaré en mi cerebro como un género diferente: horror psicológico. Y estaré a favor de los Duckie, los Michael y los Lon desde el primer momento.