JC Alejaldre (izquierda) hablando con tres de sus colegas del NewYork-Presbyterian en mayo de 2020.

Nota del editor: Juan Carlos (JC) Alejaldre es actualmente es beneficiado de DACA y un administrador en la División de Salud Comunitaria y de la Población en NewYork-Presbyterian, donde durante los últimos cuatro meses dirigió un esfuerzo para poner en funcionamiento las tiendas Covid-19 en los hospitales NewYork-Presbyterian Columbia y Allen Campus. Está estudiando para su doctorado en Salud Comunitaria y Política de Salud de la Escuela de Salud Pública de CUNY. Síguelo en twitter @JCAlejaldre Las opiniones expresadas en este comentario son suyas. Ver más opinión en CNNE.com/opinion

(CNN) – Durante los últimos cuatro meses, he estado peleando dos batallas. Una contra una conocida amenaza para la ciudad de Nueva York y el mundo, covid-19. La otra, contra una amenaza menos visible para los inmigrantes en todo el país, los intentos sistemáticos del gobierno de Trump de desmantelar la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA): el programa que protege a los Soñadores (inmigrantes indocumentados como yo que vinieron a Estados Unidos de niños) de la deportación.

El programa no es perfecto. Nos proporciona un permiso de trabajo que debe renovarse cada dos años, pero no proporciona un camino hacia la legalización o la ciudadanía o la capacidad de viajar fuera de Estados Unidos sin la amenaza de que no se les permita regresar. Esto se debe a que el gobierno de Trump puso fin a la libertad condicional avanzada, el programa que permitió a los destinatarios de DACA abandonar el país y regresar por razones humanitarias o educativas. Aún así, DACA me ha brindado muchas oportunidades, incluyendo servir a mi país durante la pandemia. Por ello, el asalto irracional de esta administración al programa DACA ha sido particularmente cruel: me ha dejado a mí, un profesional de la salud, con la constante amenaza de deportación de la cual mi protector facial, la mascarilla y mi uniforme de hospital no pueden protegerme.

La dramática pérdida de vidas debido al covid-19 me ha llamado la atención. Hace poco más de un año, perdí a mi madre por cáncer. Después de años de trabajar largas horas en múltiples trabajos subestimados para prepararme para el éxito, mi madre, que era indocumentada, decidió regresar a Colombia. Esto fue monumental porque las leyes de inmigración actuales significaban que enfrentaría una prohibición de 10 años de regresar a Estados Unidos por tener una “presencia ilegal” aquí.

A medida que su enfermedad progresaba, me vi obligado a decidir si debía abandonar el país para despedirme de ella en su lecho de muerte y arriesgarme a no poder regresar a EE. UU., o quedarme en el único hogar que conozco, el país que amo. Atrapado por las limitaciones del programa DACA, tomé una decisión que ninguna persona debería tener que tomar, no estar al lado de mi madre cuando falleció.

Cuando el coronavirus comenzó a surgir en la ciudad de Nueva York, me informaron que nuestro Departamento de Emergencias en el Centro Médico Irving de Nueva York-Presbyterian/Columbia University estaba abrumado, y me pidieron que dirigiera un esfuerzo para ayudar. Desde entonces, he puesto en funcionamiento las tiendas de campaña covid-19 ubicadas en los campus del Hospital Columbia y Allen de NewYork-Presbyterian y he movilizado al personal para evaluar y tratar a tantos pacientes estables como sea posible fuera del servicio de la sala de emergencias.

Con cada nuevo paciente que ingresó a las tiendas covid-19, recordé a mi madre. Era una cuidadora de cualquier persona que conocía, y yo mantenía su legado, cuidando a mi comunidad cuando más lo necesitaba.

Hasta la fecha, hemos visto a más de 1.000 pacientes de la comunidad de Washington Heights, en su mayoría individuos negros y latinos cuyas comunidades fueron las más afectadas por la pandemia. Era extremadamente difícil ver personas que se parecían tanto a mí. En comunidades minoritarias como estas, los neoyorquinos negros y latinos han estado muriendo a un ritmo significativamente más alto en comparación con los neoyorquinos blancos. Para subrayar aún más la disparidad de salud, una de las mayores comunidades de inmigrantes en la ciudad de Nueva York, East Elmhurst en Queens, representó el mayor número de casos positivos de covid-19 en la ciudad de Nueva York.

Soy un soñador pero, lo que es más importante, soy estadounidense. Me enfrenté a una batalla ante una pandemia para cuidar de mi comunidad y mi país. Mis circunstancias no definen quién soy, pero mis acciones sí. Me enorgullece presumir de ser uno de los más de 200.000 beneficiarios de DACA que se consideran trabajadores esenciales, con más de 43.000 trabajando en el cuidado de la salud. Más de 200.000 personas se levantan todos los días para asegurarse de que este país se mantenga en pie durante la mayor crisis de salud pública del siglo. Y a pesar de todo, no tenemos idea si al día siguiente nuestras vidas serán desarraigadas.

Esperar la decisión de la Corte Suprema de los EE. UU. sobre la terminación de DACA por parte de la administración Trump fue un recordatorio diario de que podría no tener más remedio que dejar de ayudar a mi comunidad, en cualquier momento.

El 18 de junio, la Corte Suprema dictaminó que la administración Trump no puede rescindir de inmediato DACA, lo que significa que unos 650.000 receptores actuales de DACA, incluidos esos 200.000 trabajadores esenciales, pueden tener un suspiro de alivio.

Pero hoy, ninguna de mis batallas ha terminado. Tuvimos éxito en aplanar la curva en la ciudad de Nueva York, pero los estadounidenses ahora están viendo que el virus emerge con toda su fuerza en todo el país. En cada ciudad afectada, en cada comunidad abrumada, hay un receptor de DACA que se levanta para enfrentar el desafío. A pesar de esto, la decisión de la Corte Suprema ha dejado la puerta abierta a nuevos desafíos contra DACA y la continua amenaza de deportación, con la administración Trump todavía considerando lo que sigue para el programa DACA.

Ahora más que nunca, la lucha contra el covid-19 y la lucha por los soñadores es una en la que no podemos ceder y debemos prevalecer. Seguiré honrando los sacrificios que hizo mi madre cuando me trajo a Estados Unidos a la edad de seis años, y los de millones de otros inmigrantes, luchando por la salud y el bienestar de las personas necesitadas.

Esto es para mí ser estadounidense.