Nota del editor: Geovanny Vicente Romero es abogado y politólogo, con experiencia como profesor y asesor de políticas públicas y gobernanza. Es un estratega político y consultor de comunicación gubernamental. Actualmente está finalizando una maestría en Comunicación Política y Gobernanza en la Universidad George Washington. Es fundador del Centro de Políticas Públicas, Desarrollo y Liderazgo RD (CPDL-RD). Las ideas expresadas en este artículo pertenecen al autor. Lea más notas como esta en cnne.com/opinión.
(CNN Español) – Como si se tratara de un código no escrito, los presidentes elegidos tradicionalmente disfrutan de una ‘luna de miel’, que representa la etapa conocida como los ‘100 días de gobierno’. Estos tres meses de gobernanza constituyen una tregua no explícita por parte de las fuerzas vivas de la nación, especialmente de dos: la oposición política y por supuesto, lo que Edmund Burke en 1787 llamó el ‘cuarto poder’, la prensa.
Este fenómeno no ha sido uniforme siempre. Muchas veces la primera discusión del ‘matrimonio político’ entre el gobierno y la oposición surge temprano y en otras ocasiones el divorcio con la prensa viene pronunciado desde la campaña electoral (no le preguntemos a Donald Trump sobre esto porque puede escribir volúmenes). No obstante, esta gobernabilidad armoniosa puede depender de otros factores importantes. Por ejemplo, no es lo mismo gobernar con mayoría (legislativa) que en minoría, como no es lo mismo ser carismático y querido que ser impopular, así como ser gracioso o caer en gracia. Todos estos factores marcan desde el primer día la relación que se llevará.
Otro fenómeno impredecible, totalmente ajeno a la dialéctica política de los países, son los factores externos y sus efectos en la economía. Un presidente electo durante la ‘cotidianidad’ tendrá que escribir un diálogo/relato político de ‘amor en tiempos del coronavirus’, con la misma destreza del gran Gabriel García Márquez y los ciudadanos de dicho gobierno deberán ser tan pacientes como los lectores de Gabo cuando devoran cada verso. La crisis actual requiere paciencia, tolerancia y una oposición responsable que no se oponga por oponerse. Pero ojo, ¡sin oposición no hay democracia!
En medio de la pandemia toma posesión el primer presidente latinoamericano, elegido durante esta crisis, el 16 de agosto de 2020: Luis Rodolfo Abinader Corona, del Partido Revolucionario Moderno (PRM) en la República Dominicana. 2020 se despide transportándonos en una máquina del tiempo a 2010, en la que la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) ya denomina la “década perdida”, la República Dominicana -país de ingreso medio y uno de los que más ha crecido- también sufrirá una reducción de su Producto Interno Bruto (PIB).
A continuación, tras considerar los factores internos y externos que interactuarán en la nueva administración, compartiré mi panorama global, destacando tres escenarios que se le presentarán a Abinader:
Lo que se puede —y debería— hacer:
- Un nuevo modelo de gobernanza y comunicación para promover y practicar inclusión, transparencia y cercanía real con la ciudadanía: la administración de su antecesor, Danilo Medina, daba la impresión de enfocarse en resaltar cuán popular era el presidente en comparación con sus homólogos regionales, pero en realidad Medina le hablaba a la ciudadanía y a la prensa con una frecuencia parecida a la de Kim Jong Un a los norcoreanos. El modelo de gobernanza 4.0 en Twitter que Abinader deja ver durante la transición es uno que agrada a los jóvenes, que Nayib Bukele desarrolla con éxito en El Salvador y Trump ya lo hacía en Estados Unidos. Los gobiernos no tienen que ser tan formales.
- Relanzar la economía: profundizar la relación con los sectores productivos, desarrollando alianzas público-privadas en una relación ganar-ganar. La política exterior debe ayudar para atraer inversión extranjera y el gobierno debe observar de cerca su espacio fiscal y promover un entorno empresarial óptimo, respaldado por la seguridad jurídica, que hará apetecible a los extranjeros el clima de inversión. Mantener los empleos existentes y la generación de nuevos. Titánico, pero posible.
- Eficiencia pública: reducir el aparato estatal para fortalecer la eficiencia con la eliminación/fusión de instituciones para reubicar funciones duplicadas de entes y órganos inoperantes, con una reorganización del Estado que reoriente el gasto público a sectores de primer orden: salud. Plantearse que en 10 años el Estado deje de ser el principal empleador, creando una incubadora de Pymes. República Dominicana sería un Silicon Valley del Caribe para diversificar la dependencia del turismo, sector vulnerable a las pandemias.
- Eliminar las famosas “bocinas”: disminuir la publicidad gubernamental, reorientando estos fondos a áreas prioritarias. Los medios deben hacer su trabajo y el Estado el suyo. Periodistas que como ‘mercenarios mediáticos’ crean opinión pública irresponsable,distorsionan la realidad de las cosas y dañan la democracia, el micrófono también puede ser una arma mortal. (En República Dominicana, los periodistas enganchados en la nómina pública reciben el poco ilustre apodo de bocinas).
- Menos botellas, más capital humano: una administración pública más eficiente se logra colocando a los más capacitados. En el imaginario social, las botellas representan otra modalidad de servicios cobrados no prestados.
- Relanzar la política exterior: fortalecer lazos con Estados Unidos como principal socio comercial, así como con otros socios estratégicos en el marco de una política coherente, proactiva, no sólo reactiva y que anticipe escenarios. Una ‘política exterior inteligente’ como el mismo Abinader la ha llamado. Solo en los Estados Unidos de América residen 2,1 millones de dominicanos. En conjunto con los Ministerios de Cultura y Turismo, debe diseñarse un plan ambicioso para crear un puente cultural entre la diáspora y la Patria. Una generación de ellos no visita la isla, otros con poca frecuencia y algunos apenas se aventuran a improvisar tres palabras en español: dominicanidad extendida y más remesas. El próximo canciller, designado por Abinader, el Sr. Roberto Álvarez Gil, ha hecho énfasis en la protección y acercamiento con los dominicanos en el exterior.
Lo esperado, Primero la gente:
- Auditorías en todas las instituciones;
- Combate al clientelismo, especialmente en las compras y contrataciones;
- Que enfrente la corrupción a través del nombramiento de un procurador general independiente;
- Que la investigación a la planta de carbón Punta Catalina y al caso Odebrecht sean la carta de presentación de la voluntad política del nuevo gobierno;
- Que el nepotismo no tenga cabida en esta administración y que los puestos públicos sean justificados por el trabajo;
- Mayor y mejor inversión en salud y educación;
- Continuidad de los programas sociales, pero manejados -ojalá- de manera eficiente;
- Modernización de los cuerpos especializados, en especial la Policía Nacional (sí, con mejores salarios)
A lo que se enfrenta:
- A gobernar en medio de una pandemia, una muy larga;
- A llenar las expectativas de la ciudadanía que votó arrastrando un saco lleno de sueños;
- A una economía maltratada por la pandemia, con efecto inmediato en el turismo y en los empleos;
- A recurrir a los préstamos para dinamizar la economía y cubrir el déficit heredado por la administración anterior en un contexto con disminución de las recaudaciones, mientras su equipo financiero tendrá que hacer los ajustes de su espacio fiscal sin improvisación;
- A gobernar con ciudadanos empoderados y una sociedad civil vigilante a las promesas y hambrienta por justicia: cero corrupción.
En una columna anterior, analicé el liderazgo que las condiciones actuales requieren, diciendo que “hoy es de aceptación universal el hecho de que tenemos una crisis, a causa de algo que se puede observar solo a través de un microscopio. Por lo tanto, necesitamos un liderazgo diferente, ya que el momento actual no da espacio a la improvisación. Recordemos que los grandes líderes resultan de las grandes crisis, no de los momentos de estabilidad. Nelson Mandela no es considerado un líder por el único hecho de haber sido presidente. Todo lo contrario, su lucha previa a ese momento lo catapultó. Por otro lado, a Rosa Parks no la recordamos por las conferencias que dio alrededor de Estados Unidos defendiendo los derechos civiles; se la destaca porque en un momento de crisis decidió dar un paso que, aunque pondría su vida en peligro, marcaría el rumbo de la causa colectiva. En la actualidad necesitamos un liderazgo distinto, uno con una perspectiva diferenciada –e incluyente- de género. Por ejemplo, no es por casualidad que siete mujeres gobernantes estén dando cátedra en el manejo de la pandemia. No, ¡no es casualidad! Es realidad y lógica”.
Las grandes crisis no hacen acto de presencia sin traer de compañeras a las grandes oportunidades. Abinader no solo tiene la oportunidad de demostrar de qué está hecho, las circunstancias también le permiten ser el Franklin Delano Roosevelt dominicano (recuperación económica, Gran Depresión) que navegue su país hasta puerto seguro o el Ronald Reagan que sepa defender los valores históricos de su pueblo (influyó en la caída del Muro de Berlín). No todos los días uno tiene la oportunidad de escribir su nombre en el olimpo de la historia o en el club poco envidiable de aquellos que pasan sin pena ni gloria.
El liderazgo político requiere abandonar la zona de confort para influir y decidir en la dificultad. Mandela nos legó un gran ejemplo, como dije una vez: “luego de años en prisión luchó por una causa, logró conquistar el poder y supo trabajar las inquietudes que inspiraron sus luchas. No llegó al poder para improvisar; de hecho, se retiró del poder cuando su pueblo lo seguía queriendo y el poder moral lo acompañó hasta el último de sus días”.