Nota del editor: Garry Kasparov es el presidente de la ONG Iniciativa de Renovación Democrática en EE.UU. Las opiniones expresadas en este comentario son suyas. Vea más artículos como este en CNNE.com/opinion.
(CNN) – El líder de la oposición rusa Alexey Navalny fue trasladado a Berlín el sábado por la mañana. Estaba en coma después de caer repentinamente enfermo en un vuelo desde la ciudad siberiana de Tomsk a Moscú. Los médicos en Berlín confirmaron el envenenamiento de otro crítico de Putin, y espero no perder a otro colega valiente en la lucha contra el régimen mafioso del Kremlin.
Navalny saltó a la fama como bloguero anticorrupción, utilizando técnicas de investigación y documentos públicos para exponer la increíble escala de saqueos perpetrados por la élite gobernante en Rusia. Se hizo conocido en YouTube por fotos de los espectaculares yates y mansiones propiedad de políticos rusos con modestos salarios. A principios de este año, dijo que el nuevo primer ministro y su familia poseían propiedades por US$ 45 millones, incluso cuando el Kremlin disputaba la fuente de ingresos. Siempre ha calificado al partido Rusia Unida de Putin como “el partido de los estafadores y ladrones”.
Este no era el modelo tradicional de figuras de la oposición como Boris Nemtsov y yo y nuestra gran retórica sobre la democracia y la libertad. Era local y concreto, y funcionó. El tema de la corrupción tocó la fibra sensible, especialmente entre los jóvenes rusos que nunca conocieron la Unión Soviética y no estaban motivados por la ideología. Pero sabían que estaban siendo estafados y se vieron fortalecidos por el uso de documentos presupuestarios y conocimientos de investigación de Navalny y su equipo para exponer a la pandilla de Putin por lo que son. Él trajo una nueva y juvenil multitud a nuestro movimiento de coalición hace una década.
Por supuesto, el éxito y la popularidad de Navalny pusieron la mira sobre su espalda, así como en todos los miembros de su familia y su equipo. Expuso la corrupción, el alma de la mafia de Putin. Navalny ha sido arrestado más de una docena de veces, atacado con una sustancia química que lo dejó con daño ocular permanente y las cuentas bancarias de su familia han sido congeladas. Su hermano fue encarcelado en lo que se consideró un caso de motivación política, las oficinas de su grupo son allanadas de forma rutinaria, al igual que las casas de su personal, incluso las de sus padres y suegros. Así funcionan las mafias.
Pero Navalny evitó lo peor, al menos hasta ahora. No lo encarcelaron por las largas condenas que sufrieron otros, ni lo mataron a tiros como la destacada periodista de investigación Anna Politkovskaya o Boris Nemtsov. No se cayó por una ventana como parecen hacer tantos rusos, ni se exilió como yo. La impresión era que el régimen de Putin desconfiaba de convertir en mártir al popular Navalny, que preferían acosarlo y limitar el daño.
Ese incómodo equilibrio terminó en agonía el jueves, cuando Navalny cayó gravemente enfermo. Puede haber sido algo en su té, pero los agentes rusos tienen una gran experiencia con varios métodos de inoculación de toxinas. Así actúan las dictaduras de gran escala, en especial la de Putin. Y, por favor, que no insulten mi inteligencia con teorías sobre elementos deshonestos en una dictadura al estilo de la KGB y su supuesta responsabilidad. Como ocurre con todo, desde la interferencia electoral en Reino Unido y Estados Unidos hasta una campaña global de asesinatos, nadie en Rusia se arriesgaría a atacar un objetivo de tan alto perfil sin la aprobación de la cima.
Tampoco fue una operación trivial. Requería información, recursos y experiencia en tiempo real. La gran participación de las fuerzas de seguridad en el hospital de Omsk en lo que le pasó a Navalny también sugiere un lazo directo con el régimen. Los médicos inicialmente se negaron a trasladarlo —el médico jefe dijo que Navalny era demasiado inestable para hacerlo—, y su doctor personal dijo que creía que las autoridades rusas estaban tratando de retrasar su partida lo suficiente como para que fuera difícil detectar una sustancia en su sistema, lo que complica tanto el tratamiento del paciente como la investigación del ataque. Si los médicos de Omsk participaron en tácticas dilatorias innecesarias, tienen mucho por lo cual responder.
Quizás Putin sintió aún más impunidad que nunca tras los cambios constitucionales que confirmaron su condición de eterno líder supremo de Rusia. ¿Por qué molestarse en albergar incluso una oposición simbólica en este punto? Quizás Putin quería hacer una gran declaración frente a las enormes protestas a favor de la democracia en la vecina Belarús, donde respalda a su colega dictador, Alexander Lukashenko. Quizás crea que no enfrentará consecuencias, como con sus innumerables otras acciones. Los dictadores no se detienen hasta que alguien lo hace.
Pero preguntarse por qué Putin podría hacer esto y por qué ahora, es una distracción de los hechos brutales y su larga trayectoria. Me han preguntado muchas veces: “Si Putin es tan terrible, ¿por qué sigues vivo, Garry?”. Mi respuesta, como siempre, es que cualquiera que haga tal pregunta simplemente seguirá adelante y preguntará lo mismo de otro nombre, otro crítico, incluso si algo me sucedió. Sabemos qué es Putin y de lo que es capaz. Entonces, no me pidan a mí ni a nadie más que explique lo que le acaba de pasar a Alexey Navalny. Pregúntenle a él.
Y, sin embargo, los expertos en política exterior y diplomáticos occidentales siguen proponiendo nuevos reinicios y políticas de compromiso con la Rusia de Putin. El año pasado, nos dijeron que el regreso de Rusia al Consejo de Europa sería “una buena noticia para la sociedad civil rusa”. A principios de mes, docenas de nombres prominentes firmaron una carta en la que proponían otro “replanteamiento” de la política de Estados Unidos con el Kremlin después del desastroso reinicio de la era de Obama y la abierta adulación de Trump hacia el presidente ruso. Ciertamente, agradecería un replanteamiento sobre si finalmente van a tratar al Estado mafioso de Putin como la nación rebelde en la que se ha convertido, no una que lo reconozca un líder legítimo capaz de ser un socio confiable en la resolución de problemas globales.
A menos que vivan en un mundo de fantasía en el que decenas de críticos de un dictador despiadado mueren horriblemente o caen gravemente enfermos sin ningún motivo especial, es posible que vean la condición de Navalny como la respuesta de Putin a todas estas patéticas contemplaciones. Hará lo que quiera, matará a quien quiera y seguirá esperando que los líderes del mundo libre regresen por más en lugar de aislarlo y sancionarlo a él y a sus compinches en el olvido.
Pero debe estar preocupado por el futuro. La pronta y contundente declaración de Joe Biden sobre el ataque a Navalny se destaca frente a los días de silencio de la administración Trump, que tardíamente pidió una investigación completa por parte de las autoridades rusas. (Es decir, en lugar de una investigación internacional completa de las autoridades rusas, que en realidad sería lo más útil). Es posible que Putin y otros dictadores se apresuren a llevar a cabo sus listas de tareas pendientes antes de que alguien menos obediente se siente en la Oficina Oval.
Para entonces podría ser demasiado tarde, y rezo para que no lo sea para Alexey Navalny. En el lapso de unos meses, Putin ha confirmado su condición de dictador de por vida y su principal crítico ha sido envenenado. En un momento en el que se supone que todo el mundo debe cubrirse la cara, Putin se ha quitado la máscara de una vez por todas.