Nota del editor: Liz Williams Russell es la directora de las actividades programáticas y de concesión de subvenciones de la cartera de Justicia Climática en la Fundación para Louisiana, una intermediaria filantrópica de justicia social en todo el estado, que invierte, construye y apoya un movimiento con sede en Louisiana por la justicia climática. Las opiniones expresadas en este comentario son propias de la autora. Ver más opinión en CNNe/com.opinion
(CNN) – Cuando el huracán Katrina azotó Louisiana en 2005, habían pasado 40 años desde que New Orleans había sufrido un gran huracán. En los 15 años transcurridos desde entonces, nuestro estado ha sido testigo de siete desastres climáticos importantes e incluso más tormentas sin nombre: cada municipio del estado ha estado bajo una declaración federal de emergencia en la memoria reciente.
Katrina se convertiría en una de las tormentas más devastadoras de la historia de EE.UU.. Ahora, mientras hacemos una pausa en el recuerdo de las vidas perdidas y cambiadas para siempre como resultado del huracán Katrina y el huracán Rita, que azotó al estado solo un mes después, Louisiana ha sido nuevamente devastada por una gran tormenta. Sus impactos se ven agravados por la pandemia en curso, que ya ha impactado a nuestras comunidades y trastornado muchas de nuestras vidas.
El huracán Laura se precipitó hacia nuestra costa el 27 de agosto con vientos de aproximadamente 240 kilómetros por hora. Desde 2005, hemos visto tormentas intensificarse en períodos de tiempo más cortos, trayendo agua más rápidamente que los umbrales alrededor de los cuales nuestras comunidades han sido diseñadas. El huracán Laura tardó solo dos días en fortalecerse de una tormenta tropical a una catastrófica categoría 4 en las cálidas aguas del Golfo de México. De hecho, las temperaturas oceánicas de este año han sido de las más cálidas registradas, y es esta señal reveladora del cambio climático la que ayudó a crear las condiciones para que Laura se convirtiera en una de las tormentas más poderosas que jamás haya tocado tierra en nuestro país.
Con la falta de respuestas institucionales que se centren en la equidad racial, de género y económica, los desastres afectan de manera desproporcionada a las comunidades vulnerables. Las respuestas de nuestro gobierno deben centrarse en los residentes desatendidos, mientras que los líderes estatales y locales deben tomar las medidas necesarias para reducir el riesgo mejorando los estándares de desarrollo o restringiendo las nuevas construcciones en áreas de alto riesgo.
La frase “tormenta de 100 años” se está volviendo menos relevante a medida que los eventos climáticos extremos se vuelven cada vez más comunes. Durante años, los científicos han predicho que los océanos más cálidos harán que las tormentas sean más frecuentes e intensas. Esta es una noticia terrible para nuestras comunidades costeras, que ya están siendo golpeadas por el aumento del nivel del mar y las tormentas que dejan un rastro de daños que perdura mucho después de tocar tierra. La creciente población de comunidades costeras y la continua pérdida de tierras solo han exacerbado esta tendencia.
A medida que continúan llegando informes de destrucción de las comunidades de Louisiana y Texas después del huracán Laura (se han informado más de una docena de muertes relacionadas con las tormentas y cientos de miles no tienen electricidad), no puedo evitar pensar en las frases utilizadas para describir esta tormenta: marejada ciclónica “insuperable”, vientos sostenidos de 240 kilómetros por hora (con ráfagas de casi 290) y pérdida catastrófica de vidas. Si bien esta vez parece haberse evitado lo peor, la temporada de huracanes está lejos de terminar.
Los meteorólogos y los líderes locales están tratando de advertirnos de lo inimaginable mientras enfrentamos amenazas extraordinarias a nuestros hogares y medios de vida. Desafortunadamente, sabemos que las comunidades más afectadas en cada desastre —nuestras poblaciones rurales, pobres y desatendidas— también serán las más afectadas por esta tormenta. Tomemos las medidas necesarias para priorizar su recuperación mientras reconstruimos.
El cambio climático representa una amenaza existencial y debemos hacer todo lo posible para reducir las emisiones y frenarlas. Si bien las emisiones globales de carbono disminuyeron como resultado de la pandemia de covid-19, debemos tomar las medidas necesarias para reducirlas de manera proactiva en el futuro.
Louisiana tiene una de las emisiones per cápita más altas del país y el estado alberga una gran cantidad de instalaciones del sector petroquímico, de petróleo y gas. Incluso ahora, las instalaciones y comunidades vulnerables ahí localizadas, se enfrentan a impactos combinados de emisiones tóxicas en medio de un desastre natural. Para abordar estos problemas, el gobernador John Bel Edwards dijo que se concentraría en reducir las emisiones de gases de efecto invernadero durante su segundo mandato, y recientemente lanzó un grupo de trabajo para ayudar a diseñar una estrategia para cumplir con este objetivo. Debemos asegurarnos de que sus recomendaciones sean efectivas y viables, mientras centramos los impactos en las comunidades negras e indígenas, así como en la comunidad LGBTQ y otras comunidades de color y de bajos ingresos desatendidas.
A medida que nuestra atención cambia de la respuesta a la reconstrucción en las partes devastadas de nuestro estado, debemos integrar prácticas que mitiguen en lugar de empeorar las disparidades existentes, basadas en un compromiso con toda nuestra gente. Después de Katrina, gastamos miles de millones en recuperación y reconstrucción. Si bien hicimos muchas cosas bien y aprendimos lecciones difíciles que muchos otros en todo el mundo aún no han tenido que enfrentar, también perdimos oportunidades para crear un cambio positivo y sostenible para nuestra región.
Las comunidades con recursos suficientes pueden financiar la infraestructura preventiva y adaptarse al cambio más fácilmente. En el futuro, debemos asegurarnos de que los recursos y la financiación del gobierno se utilicen para crear puestos de trabajo locales y oportunidades comerciales para los necesitados mientras reconstruimos y protegemos estas comunidades vulnerables de riesgos futuros. La capacitación relevante para el desarrollo de la fuerza laboral y las prácticas de adquisición que fomenten las pequeñas empresas locales e involucren el Programa de Empresas Comerciales Desfavorecidas en el proceso de recuperación podrían permitir una mayor resiliencia a largo plazo.
A medida que el gobernador Edwards y su equipo pasan de la respuesta inmediata al desastre a la distribución de los dólares de recuperación, debemos asegurarnos de hacer un mejor trabajo al invertir en el liderazgo de primera línea de nuestras organizaciones comunitarias y en un futuro más justo y vibrante para nuestras comunidades costeras. Además de coordinar los recursos de cuencas hidrográficas y regionales, necesitamos tener una estrategia coherente para abordar los sistemas de desigualdad. No podemos dejar de lado a nuestros residentes en comunidades rurales o nuestros residentes que viven en la pobreza.
En un momento en que EE.UU. enfrenta cientos de incendios forestales activos, tormentas devastadoras, temperaturas récord y una pandemia mundial, invertir en la justicia climática es más crítico que nunca. Con los recursos adecuados, la mayoría de las personas pueden afrontar situaciones de crisis y adaptarse a ellas, ya sean pandemias o desastres naturales, calamidades agudas o crónicas. Nuestras comunidades son resilientes, pero debemos brindar una recuperación proactiva y un acceso equitativo para ayudar a las personas tanto en situaciones de emergencia como en el día a día.
Este es un momento transformador en nuestra historia. Debemos invertir en liderazgo para lograr el cambio estructural de largo plazo requerido para este desafío generacional. El futuro de la humanidad depende de ello.