Nota del editor: Mari Rodríguez Ichaso ha sido colaboradora de la revista Vanidades por varias décadas. Es especialista en moda, viajes, gastronomía, arte, arquitectura y entretenimiento. También es productora de cine y columnista de Estilo de CNN en Español. Las opiniones expresadas en esta columna son propias de la autora. Puedes leer más artículos así en cnne.com/opinion
(CNN Español) – No hay duda de que la princesa Diana de Gales es uno de esos personajes inolvidables que han marcado nuestras vidas. 23 años después de su trágica muerte en un túnel de París, el 31 de agosto de 1997, ¡seguimos hablando de ella y recordándola!
Tuve la suerte de haber conocido a Diana en tres ocasiones mientras hacía mi labor de periodista. Y creo que uno de los apretones de mano más fuertes y genuinos que he experimentado ha sido el de ella. Les cuento…
La primera vez fue en Nueva York, en un evento de gala del Fashion Week en el Lincoln Center en enero de 1995. Desde que la vi llegar —sonriendo, alegre y con un bronceado resplandeciente— me impresionó lo alta que era, el paso rápido con el que caminaba, el nuevo peinado con “gel” que se había hecho esa noche y lo bello que era su cutis.
Diana era una mujer joven, llena de vida y de gran alegría. Y aquello se le notaba. Horas más tarde, un reducido número de editoras fuimos invitadas a saludarla y tuve la suerte de ser una de ellas. Y allí —compartiendo unos minutos en los que nos habló de lo mucho que le gustaba Nueva York— ocurrió el apretón de manos del que les conté.
Después la vi de nuevo en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, en un evento en honor de Christian Dior en diciembre de 1996. Me pareció curioso que llevara un vestido largo estilo lingerie, y al no llevar brassiere era evidente que se sentía incómoda. Se pasó la noche ajustándose los tirantes y recolocando el escote.
La tercera vez que la vi fue un poco más de lejos, con el grupo de prensa. Fue en junio de 1997, un mes antes de su cumpleaños 36, cuando visitó a la Madre Teresa en su convento del Bronx. Iba vestida con un conjunto blanco. Lucía bella y genuinamente emocionada por su encuentro con la legendaria monja.
Diana la había conocido en Roma en 1992, porque cuatro meses antes la princesa y Carlos habían viajado a La India, pero la Madre Teresa no pudo verlos cuando recorrieron su convento.
En esa visita a Nueva York, Diana asistió a varios lugares importantes de la ciudad, que la recibió con enorme entusiasmo. También estuvo en varias inauguraciones, incluyendo una subasta de caridad en Christie’s, donde se venderían varios de sus vestidos. Se le veía radiante y libre. También se veía independiente, llena de energía, vibrante y todos comentamos su evidente cambio emocional. Aquella Diana, dos meses antes de su muerte, se veía feliz y disfrutando cada momento de su vida.
Creo que medio mundo, millones y millones en este planeta, admiraban y sentían incluso mucho cariño por Diana de Gales. Y por eso su inesperada muerte fue un gran golpe para todos. Y no solo celebraban su belleza, su estilo, y su imagen, sino que todos admirábamos su espíritu y su deseo de ayudar a los que necesitaban una mano generosa en sus difíciles vidas. Alguien que comprendiera sus problemas, les diera un abrazo y un amoroso apretón de manos. ¡Y Diana era así!
La princesa también se dio a querer, por encima de todo, por su maravilloso amor a sus hijos. Fueron niños que crecieron junto a una madre cariñosa, llena de humanidad, que los abrazaba y besaba con locura (algo poco común en la realeza inglesa) y les enseñaba cómo era la verdadera vida.
Guillermo y Enrique fueron niños con mucha suerte al tener esa mamá tan divertida y simpática, que compartía con ellos un viaje a un parque de diversiones, pero también los llevaba a visitar hospitales para conocer enfermos de sida o a niños menos afortunados.
¡Diana trató de que sus hijos vieran la vida y al prójimo tal como son! Y este recuerdo es el más bello de sus 36 años entre nosotros, lo que me hace reflexionar… ¡Qué joven estaba al morir!
Y esa juventud, cuando apenas comenzaba a vivir de manera independiente y fuerte, se truncó absurdamente en aquel accidente en París.
En mis viajes a la capital francesa, cada vez que cruzo el Pont de l’Alma, o entro en el lobby del Hotel Ritz, pienso en aquel fatídico último día en la vida de Diana. ¡Nunca imaginaría que aquellas horas cenando en el hotel con Dodi Fayed serían sus últimas! ¡Qué pérdida para sus hijos y para el mundo!
Me pregunto: ¿cómo hubiera sido Diana de abuela? ¿Cómo hubiera sido Diana al ver a sus hijos casados y padres de familia? ¿Y cómo hubiera sido Diana durante el penoso distanciamiento que al parecer existe en estos momentos entre Guillermo y Enrique?
Probablemente no hubiera permitido ese distanciamiento, pero el tiempo dirá lo que pasará entre ellos. Al menos ambos —en un comunicado conjunto por primera vez desde que Enrique y Meghan se mudaron a Estados Unidos con su hijo Archie y renunciaron a sus funciones oficiales en la realeza— han anunciado que el año que viene, en julio de 2021, se desvelará una estatua de la princesa en los predios del Palacio de Kensington de Londres.
Esto se dará justo cuando se hubiera celebrado el cumpleaños 60 de su madre, ahí donde vivió con sus hijos varios años, después de su separación y divorcio del príncipe Carlos. ¡Y quizá sea el momento de una muy esperada reconciliación de los hermanos que tanto se querían!