CNNE 897802 - una odisea de meses llamada covid-19
La interminable lucha de un paciente para vencer al covid-19
04:06 - Fuente: CNN

(CNN) – Delirios… interminables delirios.

Inmerso en una espiral de olvidos y desvaríos y sólo acompañado por el monocorde sonido del monitor cardíaco apenas si lograba abrir los ojos. Cuando ocurría, la imagen era aterradora.

Conectado a un sinfín de tubos, artefactos, cables e intravenosas, León Tovar, un coleccionista de arte nacido en Bogotá hace unos 57 años, no dejaba de sentir que el final era inevitable.

Todo comenzó con un viaje a Europa.

El año aún estaba en pañales cuando León -corazón de León, ¿por qué no? – se dividía por cuestiones laborales entre las ferias de arte de Maastricht, en Holanda, y Madrid. Las noticias sobre la aparición de un peligroso virus en China ya retumbaban en las calles del Viejo Continente, pero él, como la mayoría de los mortales por aquellos tiempos, pensó: “Yo no, a mí no”.

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De todas formas, antes de llegar a Estados Unidos, donde Tovar reside y trabaja, su plan ya estaba trazado. Apenas puso los pies en la Gran Manzana, este hombre saludable y precavido - “yo no me tomaba ni una aspirina”-, no dudó en hacerse una prueba de covid-19 y acuartelarse en otra propiedad, lejos de sus seres queridos.

Aquí empezó la odisea.

“Eso fue un jueves o viernes. Ya para el sábado estaba muy enfermo, sumamente mal. Mi salud comenzó a deteriorarse dramáticamente y, prácticamente, comencé a quedarme casi sin respiración”, cuenta ahora.

El virus SARS-CoV-2, hambriento por los receptores de ACE2 de León, ya había hecho mella en su organismo y el temido covid-19 decía “presente”.

León revive la pesadilla: “Comencé a temblar mucho; sudaba profundamente. No sé si tuve fiebre o no. Sentía muchísima debilidad. Temblé tanto durante la noche que me caí de la cama. Ahí fue cuando me asusté y dije: ‘Bueno, tengo que estar enfermo’”.

Según informan los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades de EE.UU. (CDC, por sus siglas en inglés) las chances de hospitalización a medida que envejecemos aumentan considerablemente. Cuatro veces más para los adultos entre 50 y 64 años con relación al grupo comparativo (19-29 años). Las chances de morir a causas de la enfermedad son aún mayores, hasta 30 veces más altas entre ambos grupos.

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De acuerdo con proyecciones de la misma agencia, por cada 100.000 habitantes hay 255 adultos de entre 50 y 64 años que son hospitalizados.

Léon ya era uno de ellos.

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04:06 - Fuente: CNN

Horas, días, semanas… 

Habría de pasar más de un mes y medio en el hospital: “Ingresé esa mañana del 17 de marzo al New York-Presbyterian/Weill Cornell Medical Center y quedé internado allí por aproximadamente 48 días, de los cuales estuve más de tres semanas entubado y casi cuatro semanas en la unidad de cuidados intensivos. En coma inducido, fueron más de 40 días”.

Estos pacientes son denominados “long haulers”, algo así como pacientes de larga duración. Pacientes que, como Tovar, pasan una desmedida cantidad de tiempo en las unidades de cuidado intensivo exigiendo al límite al personal sanitario. “Son nuestros guerreros de larga duración”, los bautiza la doctora María Padilla, directora del Programa de Enfermedades Pulmonares en el hospital Mount Sinai, que atendió a León durante su internación.

Según estadísticas preliminares, alrededor de tres cuartos de los pacientes hospitalizados por covid-19, pueden convertirse en pacientes de larga duración, según un informe recibido en el portal médico medRxiv, que compila investigaciones científicas inéditas y que tiene entre sus patrocinadores a la Universidad de Yale. Y la odisea que les espera, en la mayoría de los casos, es un martirio.

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04:23 - Fuente: CNN

“Es como haberte envenenado”

A las conocidas dificultades respiratorias, fiebre, neumonía y dolor muscular propias de la enfermedad hay que sumar una constelación de síntomas y aflicciones que sufren los pacientes durante el cuidado intensivo; especialmente entre aquellos que están mecánicamente ventilados. Entubaciones, traqueotomías, paros cardiorrespiratorios, alucinaciones, delirios, paranoia, depresión, dificultades para hablar, convulsiones, problemas de corazón, riñones, hígado, coágulos, trombosis. La lista se hace interminable, como resulta el tiempo de internación.

Los estragos ocasionados por el covid-19 en la humanidad de León durante y luego la internación son diversos y, en muchos casos, requieren de mucho tiempo y paciencia para salir adelante.

La lista de problemas sigue para Tovar: “La inmovilidad por estar tanto tiempo internado me produjo lo que se llamaba ‘frozen shoulders’, un congelamiento de los hombros. Me diagnosticaron un daño severo en los omóplatos. Tengo un daño en la garganta por el entubamiento y por la traqueotomía. Por tiempo quedé imposibilitado para tomar líquidos y estuve sin comer por casi cuatro meses. Para la parte pulmonar tenía otra terapia diferente porque, obviamente, uno pierde capacidad respiratoria. Tuve que realizar terapia del tórax hacia arriba. También terapia para hablar, terapia en mis piernas”. Tovar continúa en recuperación en varios frentes, además de colaborar con el hospital Mount Sinai en áreas de investigación de la enfermedad.

“Desde muy temprano nos dimos cuenta de que para cuidar de un paciente con covid-19 debíamos llamar a todas las disciplinas que lo impactan”, relata la doctora Padilla. “El cardiólogo, el neumólogo, el nefrólogo, el terapista físico, el hematólogo, el especialista del hígado…”.

“Yo era una persona completamente sana, nunca había estado en una hospitalización. Es como haberte envenenado” afirma León. Y aunque en los últimos meses la mortalidad de los pacientes internados por covid-19 ha disminuido, la intensidad de lo que sucede puertas adentro de las unidades de cuidado intensivo aún continua.

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La soledad: el enemigo silencioso  

La historia no deja de repetirse cada día, alrededor del mundo entero.

Una persona se contagia, comienza a sentirse mal, al tiempo empeora, es ingresada a una unidad sanitaria y, luego…, la incomunicación. No importa el color de piel, la religión o la situación económica del paciente. Más allá del ciclópeo acompañamiento del personal médico, a este virus hay que vencerlo en soledad.

“Son pacientes que están realmente muy solos y uno trata de hacer lo que más puede para acompañarlos. Pero cuando tienes 80 o 90 pacientes es poco el tiempo que uno tiene para estar con ellos, y eso es un problema”, afirma el doctor David de la Zerda, director de Cuidados Intensivos del Jackson Memorial Hospital, en Miami.

Las horas, los días, las semanas se amontonaban para León… Y de su familia, nada.

“Fue un tema bastante duro porque me llevaron al hospital y quedé completamente incomunicado y aislado. Mi primera comunicación con ellos creo que fue a las cinco semanas. Les daban un reporte a las seis de la tarde, cada vez que podían, pero los hospitales estaban realmente colapsados acá en la ciudad de Nueva York.

Y entre ensueños y realidades, un día León oyó: “Mira, hay un hijo tuyo que quiere hablarte, tu familia quiere hablar contigo”, dijo la voz. “Fue como un ángel”, reconoce Tovar sobre el doctor que lo comunicó con su familia. “Yo tuve delirios casi todo el mes y medio que estuve dormido. Esa primera comunicación fue, básicamente, yo diciéndoles que estaba vivo, pero que estaba muy enfermo. No tenía muy claro el tiempo que había pasado”.

Y el tiempo pasó.

Comienza el otoño de este sombrío 2020 en Nueva York.

El año se le hace eterno a León desde aquel viaje a Europa. Tanto, como lo es para cada uno de los pacientes con covid-19 que luchan en solitario día a día para salvar sus vidas, o para sus familias o para los equipos médicos o, por qué no, para el mundo entero.

La odisea de León se aproxima lentamente a su final.

En la orilla, Mariu, al igual que Penélope, lo espera firme y decidida.

Espera que las secuelas de esta horrible enfermedad abandonen a su león y esta tragedia griega que atraviesa la familia Tovar, termine, de una vez por todas, con un final feliz.