Nota del editor: Gregory Meeks es demócrata y representa al quinto distrito del Congreso de Nueva York en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos. Rubén Gallego es demócrata y representa al séptimo distrito del Congreso de Arizona. Las opiniones expresadas en este comentario son las suyas. Lea más opinión en cnne.com/opinion
(CNN) – Estados Unidos y Colombia son amigos cercanos y los amigos cercanos hablan con honestidad. Por eso, como representantes electos de Estados Unidos, tenemos un mensaje muy claro para nuestras contrapartes colombianas: muéstrenos el respeto de permanecer fuera de nuestras elecciones.
En las últimas semanas, hemos notado una tendencia profundamente preocupante: varios políticos colombianos eligen públicamente un bando en las elecciones estadounidenses. Políticos como la senadora María Fernanda Cabal, el senador Carlos Felipe Mejía y el congresista Juan David Vélez –un ciudadano colombiano-estadounidense con doble ciudadanía, de quien podríamos esperar más razonablemente que participe en la democracia estadounidense–, han llevado a las redes sociales, y uno ha tomado a la prensa, para tomar partido en la próxima votación presidencial de Estados Unidos. Algunos incluso han repetido la invención de que el vicepresidente Joe Biden es comunista o socialista radical. Anteriormente, el senador Gustavo Petro también intervino y expresó su preferencia por Biden en Twitter.
“WE WILL MAKE COLOMBIA GREAT AGAIN” (HAREMOS QUE COLOMBIA SEA GRANDE OTRA VEZ), escribió Vélez en Twitter este mes, retuiteando un mensaje del presidente Trump en el que calificaba a Biden de “TÍTERE de CASTRO-CHAVISTAS” en el Partido Demócrata. Cabal insinuó que Biden está controlado por la colección suelta de activistas de izquierda conocidos como Antifa. Mejía tuiteó un video de dos minutos de latinos por Trump en el que la asistente de campaña Mercedes Schlapp, en respuesta al respaldo de Petro a Biden, llama a Biden “el candidato de la izquierda radical” y lo compara con los comunistas.
Por el bien de nuestros dos países, este tipo de comportamiento tiene que terminar ahora.
Por supuesto, sabemos que las personas que recientemente han intervenido en nuestra elección difícilmente hablan por todos. La mayoría de los políticos colombianos, incluidos los que están en el gobierno, siguen respetando nuestras instituciones y procesos democráticos. Pero así como llamaríamos a cualquier demócrata que se entrometa en las elecciones de Colombia, creemos que la reciente toma de partido exige una respuesta inequívoca de nuestros amigos en Bogotá: ya es suficiente.
El apoyo a Colombia nunca ha dependido de si había un demócrata o republicano en la Casa Blanca, ni tampoco de la afiliación partidaria de los presidentes de Colombia. Debe permanecer de esa manera.
Cuando notamos por primera vez estas acciones, nos sorprendió que vinieran de Colombia, uno de nuestros socios democráticos más cercanos. Creemos que esto equivale a una forma de interferencia electoral: Biden no es comunista y, al difundir ese mensaje, los legisladores colombianos que dicen esto están desinformando a los votantes estadounidenses y a los ciudadanos de su propio país. El juicio sin escrúpulos de incluso un puñado de políticos colombianos daña la imagen y credibilidad del país.
Estos comentarios públicos son profundamente poco éticos. Las mentiras absurdas sobre que Biden representa a Fidel Castro o el socialismo al estilo de Hugo Chávez son francamente manipuladoras. Y jugar con el trauma de los colombianos que han escapado de la violencia de la guerrilla de izquierda, y el de los venezolanos que han huido del gobierno tiránico de Nicolás Maduro, es vergonzoso. Este alarmismo no hace más que forzar cruelmente a las familias de la diáspora en Estados Unidos a revivir el dolor de su dislocación.
Estados Unidos ha sufrido recientemente una dolorosa saga sobre la influencia extranjera en nuestras elecciones. Después de que la interferencia de Rusia en 2016 y la investigación realizada por Robert Mueller, que culminó en un informe de 450 páginas, provocó numerosos arrestos, los intentos extranjeros de impulsar las elecciones estadounidenses en cualquier dirección son un asunto especialmente sensible para nuestro país. Estos comentarios no ayudan.
Sin embargo, al final del día, no se trata de políticos individuales. Se trata de una asociación construida entre nuestros dos países durante décadas, una asociación que ambos necesitamos ahora más que nunca.
Republicanos y demócratas han estado en desacuerdo en el pasado sobre temas cruciales de política exterior, pero cuando se trata de apoyo a Colombia, ha habido consenso desde hace mucho tiempo. ¿Se imagina negociar nuestros logros más importantes, desde el Plan Colombia hasta el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos y Colombia, sin el apoyo de ambas partes? Lo dudamos. ¿Qué pasa con el apoyo de Estados Unidos a la candidatura de Colombia como socio global de la OTAN y miembro de la OCDE? Republicanos y demócratas intercambian puestos en la Casa Blanca cada pocos años. El apoyo a Colombia es una constante rara. Tomar partido en las elecciones estadounidenses amenaza con socavar la relación estratégica.
Ninguno de nosotros quiere ver sufrir a nuestra relación. Eso es porque sabemos cuánto pueden lograr nuestros países cuando trabajamos codo a codo. Hoy, Colombia es mucho más segura y próspera de lo que era hace veinte años, un logro construido sobre las espaldas de nuestros valientes socios colombianos y facilitado por el apoyo generalizado aquí en Estados Unidos. Una vez más, Colombia enfrenta una serie de desafíos sin precedentes, incluida la pandemia de covid-19, una recesión económica, un aumento en la inseguridad y la crisis de refugiados y migrantes venezolanos. Independientemente de si Biden gana la Casa Blanca en noviembre, no queremos nada más que mantener, de hecho, aumentar nuestra cooperación con Colombia para abordar juntos estos desafíos.
Pero la asociación no es una garantía. Se basa en la confianza mutua. Cuando los políticos colombianos eligen bando, ponen en peligro toda esa buena voluntad ganada con tanto esfuerzo.
Con tanta incertidumbre y tanto en juego, ahora no es el momento de jugar con fuego. Ahora no es el momento de quemar puentes. Es el momento de fortalecer los que hemos construido, independientemente del partido, juntos. Hacer lo contrario es miope y promete poner en peligro una de las relaciones más esenciales del hemisferio.