CNNE 908750 - joe biden

Nota del editor: Jorge Dávila Miguel es licenciado en Periodismo desde 1973 y ha mantenido una carrera continuada en su profesión hasta la fecha. Tiene posgrados en Ciencias de la Información Social y Medios de Comunicación Sociales, así como estudios superiores posuniversitarios en Relaciones Internacionales, Economía Política e Historia Latinoamericana. Actualmente, Dávila Miguel es columnista de El Nuevo Herald, en la cadena McClatchy y analista político y columnista en CNN en Español. Los comentarios expresados en esta columna pertenecen exclusivamente al autor. Mira más en cnne.com/opinion

(CNN Español) – La política de Washington frente a Cuba, como muchas otras del presidente Donald Trump, no seguirían vigentes si el candidato presidencial demócrata Joe Biden resultara elegido. La pregunta es: ¿cuándo, cómo y, sobre todo, hasta dónde se restablecería con Biden aquella política de compromiso de Barack Obama con La Habana?

Trump ha tenido como práctica desactivar muchas de las políticas de Obama. Es previsible que Biden, habiendo pertenecido a aquella administración, las restaure o, mejor aún, las reinvente. Biden navegó bajo las velas de Obama, pero también deberá establecer su propio rumbo como mandatario de la primera potencia mundial. Ese podría ser el caso con la política hacia Cuba.

Biden se lo dijo en abril a la cadena CBS 4 News, cuando mencionó un detalle interesante para quienes seguimos de cerca el siempre complejo estado de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. “Sí, la restablecería -refiriéndose a la política de compromiso de Obama-. En gran parte, volvería a ella. Insistiría en que ellos mantuvieran los compromisos que dijeron que crearían cuando nosotros, de hecho, establecimos la política”, dijo Biden.

El señalamiento de “compromisos incumplidos” por parte de Cuba es relevante porque ese país, aludiendo a su soberanía y al espíritu de igualdad en aquellas negociaciones, nunca admitió darle algo a Washington, o que lo fuera a hacer, a cambio de las concesiones estadounidenses en el proceso de deshielo.  Y la pregunta permanece: ¿hubo compromisos o promesas incumplidas, o es una de las imprecisiones de Biden?

De todas formas, ahí encontramos el nudo gordiano del posible restablecimiento de las relaciones diplomáticas y comerciales entre los dos países. ¿Cuánto debe ofrecer La Habana en las negociaciones, si es que lo debe hacer, y cuánto está dispuesto a conceder Washington y a cambio de qué?

Hay que mencionar la singular historia de dichas relaciones. Incluso antes de la independencia de Cuba frente a España, Estados Unidos tuvo respecto a la isla una voluntad de dominio político y territorial. Un buen precedente es la carta de Thomas Jefferson a propósito de que Cuba fuera un estado más de la Unión. Por eso es perfectamente entendible el sentimiento nacionalista en la isla ante Estados Unidos, no nacido de la revolución de Fidel Castro sino inspirador de ella. De ahí la legítima posición de Cuba ante las injerencias en su soberanía. Todo asunto interno debe ser resuelto dentro de la nación cubana y por cubanos.

Sin embargo, es difícil imaginar cómo los actuales derechos ciudadanos y las regulaciones electorales, refrendadas en la reciente Constitución de 2019 facilitarían que los cubanos tuvieran mecanismos adecuados para resolver soberanamente sus asuntos. Dicha constitución reconoce la libertad de expresión, de prensa y de reunión (todavía pendiente de una legislación que la regule). Pero el espíritu democrático de la letra constitucional permanece preso en la letra. El crucial dilema de la realidad sociopolítica y económica cubana es que la relación entre los individuos y el Estado es disfuncional. Los derechos ciudadanos palidecen ante los derechos del Estado.

Una parte central de la política de Biden hacia Cuba muy posiblemente estará marcada por los derechos humanos. Pero la extrema politización de estos derechos ha sido una constante en la conducta de Washington hacia Cuba. Biden y el Estado cubano deberán caminar una fina línea si al final desean restablecer una relación justa y fluida. La posición agresiva estadounidense durante los últimos 60 años, con la excepción de la era de Obama, y la exaltación politiquera de Donald Trump no han solucionado un problema que para concluir implica que ambas partes acepten imperativos morales.

El gobierno cubano necesita solucionar su denominado diferendo Cuba-Estados Unidos cuanto antes. Un nuevo “deshielo” (imagen siempre pintoresca en un escenario caribeño) beneficiaría inmediatamente a Cuba, cuyo objetivo es el levantamiento del embargo comercial y financiero. Las capacidades productivas y comerciales de la isla socialista -además de sus garrafales errores económicos- están quebradas por dicho embargo y Cuba, como nación, tiene derecho a querer seguir siendo soberana. Tanto como su pueblo tiene derecho a aspirar a la soberanía popular.

Con Obama, algunos celosos nacionalistas cubanos se quejaban de que el objetivo de Estados Unidos en dominar la isla no había cambiado, con la diferencia de que Obama “les quería entrar por la cocina”. Nadie, obviamente, quiere que lo manden en su casa. Así que, si se quieren llevar bien con el vecino, ser soberanos y evitarse tentaciones, lo mejor es que sí, que arreglen la cocina solo entre cubanos. Ellos, sin duda, van a ser los primeros en ponerse muy contentos.