(CNN) – En mis 20 años como periodista, he experimentado de primera mano crisis y devastación en todo el mundo.
Algunos han sido desastres naturales únicos, como las secuelas del tsunami de 2004 que destrozó las comunidades costeras a lo largo del borde del océano Índico, cerca de su epicentro.
Mientras informaba allí, visité un campo de reasentamiento en Sri Lanka, donde 3.000 personas tenían acceso a un solo baño. Condujimos durante días, durmiendo en nuestro automóvil y usando la batería del automóvil para encender nuestra cámara y luces para revelar la devastación.
Después ocurrió el terremoto de 2010 en Haití, adonde llegué apenas 14 horas después de que temblara la tierra. Los militares y las grandes organizaciones de ayuda aún no habían llegado, por lo que fuimos testigos de las secuelas inmediatas en Puerto Príncipe. Los edificios se habían derrumbado y se estima que 100.000 personas murieron de inmediato. Aproximadamente otras 120.000 morirían en las semanas y meses posteriores. Recuerdo a niños pequeños corriendo detrás de los camiones que transportaban cadáveres para comprobar si sus padres estaban allí. Hasta el día de hoy, la considero una de las historias más difíciles que he cubierto.
Y luego, la hambruna de 2011 en Somalia, donde una sequía severa y un vacío de liderazgo provocaron más de un cuarto de millón de muertos, la mitad de ellos niños. La gente hambrienta caminaba durante días y días para llegar a los campos de refugiados y, cuando llegaban, estaban aún más desnutridos y agotados. Muchos no lograron sobrevivir.
Todas estas historias son desgarradoras y horripilantes en su alcance y profundidad: la gran cantidad de vidas perdidas o descarriladas.
La crisis humanitaria en EE.UU. por el coronavirus
Pero nunca pensé que sentiría esa sensación de pérdida y sufrimiento en mi propio país. A medida que esta pandemia se desarrolla en EE.UU., ahora la cuento entre los peores desastres humanitarios que he cubierto.
No digo esto a la ligera. Habiendo pasado dos décadas viajando a los lugares más devastados del planeta, he visto los terribles ingredientes de una crisis humanitaria: un evento singular o una serie de eventos que abruman los recursos médicos y conducen a muertes inimaginables, muchas de las cuales se podían prevenir.
Esta semana, nuestro país superó la marca de los 10 millones de casos de covid-19. Casi 250.000 estadounidenses han muerto hasta ahora. Un cuarto de millón. Más que todas las guerras, desde Vietnam. Es el equivalente a 625 aviones que se estrellan este año, casi dos aviones cada día hasta ahora. Son amigos míos los que han muerto y las conversaciones empapadas de lágrimas que tengo a altas horas de la noche con sus cónyuges e hijos. Contaban conmigo como su amigo, el médico, “Mr Fix It”, y me duele el estómago porque no puedo evitar sentir que les he fallado.
En mi memoria viven entre los 220.000 muertos del terremoto de Haití y sus secuelas; los 228.000 muertos por el tsunami; los 260.000 que murieron durante la hambruna somalí.
El jueves, EE.UU. registró un récord de 153.496 casos nuevos de covid-19, con más de 67.000 personas hospitalizadas actualmente. Los hospitales de todo el país están comenzando a sentirse abrumados nuevamente, y los casos aumentan tan rápido como hemos visto desde marzo. La capacidad de las UCI se está reduciendo en muchos estados y la escasez de personal aumenta la tensión.
Para principios del próximo año, se espera que se duplique el número de personas hospitalizadas, con dificultades para respirar, aisladas de sus seres queridos. No hay esquinas que estemos volteando, solo estamos montando un cohete apuntando a las estrellas. Para el 1 de marzo de 2021, se podrían perder 439.000 vidas, según un pronóstico del Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud de la Facultad de Medicina de la Universidad de Washington.
Y eso, por supuesto, es solo una parte del desastre humanitario del covid-19. El costo económico que se cobra a nuestra sociedad —en empleos perdidos, en hogares empujados más allá de sus límites, en la contracción y aniquilación de sectores completos de nuestra economía, en el deterioro de la salud mental, en pérdidas educativas entre nuestros niños en edad escolar— aún tiene que desarrollarse, y aún más: ser calculado y abordado.
Según las Naciones Unidas, un desastre humanitario se define como “una interrupción grave del funcionamiento de una comunidad o sociedad que implica pérdidas e impactos humanos, materiales, económicos o ambientales generalizados, que excede la capacidad de la comunidad o sociedad afectada para hacer frente al uso de sus propios recursos”.
Y la pandemia y su impacto en EE.UU. hasta ahora encaja a la perfección con esta definición.
Problemas de covid-19 durante meses en EE.UU.
Este desastre no apareció de repente; se ha estado desarrollando a cámara lenta desde que el coronavirus se declaró por primera vez una emergencia nacional, en marzo. Los residentes de algunos estados se enojaron cuando les dijeron que tenían que cerrar bares, peluquerías, gimnasios y restaurantes. El plan escalonado que los funcionarios y expertos de salud pública establecieron para la reapertura gradual del país fue casi completamente ignorado mientras los estados se apresuraban a reiniciar sus economías.
E incluso una vez que quedó claro que las mascarillas pueden ayudar a controlar la propagación, muchos líderes estatales se resistieron a imponer mandatos. Hasta el lunes, 35 estados, junto con el Distrito de Columbia y Puerto Rico, tienen algún tipo de mandato de máscara en todo el estado. Algunos mucho más estrictos que otros. Según el IMHE, el 67% de las personas dice que usa habitualmente una máscara cuando sale de casa. Pero en Wyoming, Idaho y Dakota del Sur, el uso de mascarillas está por debajo del 50%.
Como muestra de lo mal que han ido las cosas en nuestro país, la organización internacional Médicos Sin Fronteras, que lleva la ayuda donde más se necesita, pasó muchos meses sobre el terreno en EE.UU. haciendo el tipo de trabajo que suelen hacer en países en desarrollo. Estuve con Médicos sin Fronteras (MSF) en África Occidental durante el brote de ébola, en Pakistán después de las terribles inundaciones, en la República Democrática del Congo, en Haití y en muchos otros lugares. Nunca esperé que estuvieran en mi estado natal de Michigan.
Heather Pagano, coordinadora de emergencias de MSF, dijo que se sentía “bastante surrealista” trabajar en su tierra natal.
“En un momento en que hay una gran alteración en la sociedad, entonces buscas dónde están las personas más descuidadas y vulnerables, deberías encontrar a MSF. Y creo que eso es lo que intentamos hacer también en esta pandemia masiva de covid-19, y aquí estamos aquí en EE.UU. trabajando en hogares de ancianos”, me dijo en agosto.
Llega el invierno boreal y empeoran los casos de coronavirus
Ahora entramos en invierno boreal, con el virus fuera de control y más personas reunidas en el interior, especialmente durante las vacaciones. Odio decir esto, pero mucha más gente se enfermará y morirá.
Una vez más, los modelos de pronóstico predicen que si no cambiamos nuestro comportamiento, para fin de año, tendremos más de 300.000 personas infectadas cada día. Y el total de hospitalizaciones podría llegar a 128.000, casi el doble de lo que tenemos ahora, a mediados de enero.
Michael Osterholm es el director del Centro de Investigación y Políticas de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Minnesota. También es miembro de la junta asesora de covid-19 del presidente electo Joe Biden.
“Lo que EE.UU. tiene que entender es que estamos a punto de entrar en el infierno de covid-19. Está sucediendo”, dijo a principios de esta semana en CNBC.
En CNN dijo: “Todo lo que estamos haciendo en este momento no parece tener mucho impacto en esta curva. El número de casos aumenta cada vez más rápido cada día, tanto para los contagios como para las hospitalizaciones y muertes. Yo no creo que tengamos una idea todavía de dónde va a terminar. Entonces, imagínese lo mal que está ahora, solo anticipe cómo será en las próximas semanas y meses”.
¿Cómo llegamos aquí?
La falta de liderazgo y una estrategia nacional global sobre la pandemia es una de las razones. La responsabilidad recayó en los 50 gobernadores de la nación para manejar la crisis individualmente. Durante meses, el presidente Trump ha afirmado falsamente que el país está “dando la vuelta a la esquina” de la pandemia incluso mientras miembros de su propia administración, el Dr. Anthony Fauci, la Dr. Deborah Birx y el Dr. Robert Redfield, estaban transmitiendo un mensaje diferente.
Durante el período previo a las elecciones, el presidente celebró grandes manifestaciones en algunos de los lugares más afectados en los estados, donde sus partidarios en su mayoría sin máscara estaban apiñados.
En estos mítines, y en Twitter, se burló de las máscaras faciales y de los medios —”Covid, covid, covid”— por prestar tanta atención a la crisis y predijo que el tema sería olvidado después del día de las elecciones.
Desde las elecciones, el presidente Trump ha guardado silencio sobre el tema. Y no ha habido noticias del vicepresidente Mike Pence, quien encabeza el Grupo de Trabajo sobre el Coronavirus de la Casa Blanca. En silencio, el país bate récords día tras día.
Hasta este punto, no ha habido coordinación con el gobierno entrante de Joe Biden.
Fatiga pandémica por el coronavirus
No hay un centro de dolor en esta pandemia. El virus nos mantiene separados. Estamos experimentando nuestras pérdidas individuales a puerta cerrada: puertas de funerarias cerradas, puertas de hogares de ancianos cerradas, puertas de hospitales cerradas, puertas de entrada cerradas. Y no podemos compartir nuestro dolor unos con otros, como lo hicimos después de otras tragedias nacionales como el 11 de septiembre, el huracán Katrina o el tiroteo en la escuela primaria Sandy Hook.
Debido a que no podemos ver el dolor que otros están experimentando, a veces puede parecer distante y abstracto. Los psicólogos saben que en tiempos de tragedia, nos identificamos con los que sufren; estamos conmovidos y queremos ayudarlos.
Pero una vez que el número de personas afectadas comienza a crecer, nuestra compasión no solo se divide entre todos los que están sufriendo, sino que nuestra cantidad total de compasión disminuye. Ese es un fenómeno llamado “desvanecimiento de la compasión”.
“Un gran número no es bueno para la empatía. Las personas que están lejos de nosotros no son buenas para generar empatía. Las personas que son diferentes a nosotros, las personas mayores. Estos no son, no hay esa circunstancia en la que nuestra empatía va a ser muy atraída”, me explicó Azim Shariff, psicólogo social de la Universidad de British Columbia, en Canadá.
Pero Shariff dijo que no podemos simplemente levantar las manos porque todavía hay circunstancias en las que tenemos que hacer algo.
“Confiamos en el… sistema emocional de las personas, y en el sistema emocional poco confiable, para obligarlos a usar una máscara, cuando tal vez lo mejor sería subcontratar la toma de decisiones a expertos que buscan a los datos de una manera desapasionada. Y diciendo: ‘Bueno, en este caso, todos deberían usar una máscara’”, dijo Shariff.
La rana en la olla: el verdadero desastre humanitario
Independientemente de cómo llegamos aquí, la verdadera tragedia, el verdadero desastre humanitario, es que mucho de esto era previsible y prevenible. Los expertos en salud pública nos han dado las advertencias y las herramientas, aunque básicas, a lo largo de esta pandemia: distanciarse físicamente, usar una mascarilla, lavarse las manos con frecuencia.
Otros países, como Corea del Sur y Nueva Zelandia, han hecho un trabajo mucho mejor en el control del virus. Sabemos que se puede hacer.
Hemos estado viviendo como la rana legendaria en una olla de agua tibia. Al principio no siente el calor, no percibe el peligro. Pero poco a poco la temperatura sube hasta que el agua está cerca de hervir, y para entonces, para la rana, ya es demasiado tarde.
Pero para nosotros, todavía no es demasiado tarde. Dependiendo de su perspectiva, tal vez nunca sea demasiado tarde.
Sigamos los consejos de los expertos que han estado aquí todo el tiempo para ayudarnos a llevarnos a un lugar seguro. Ahora, nos piden que tengamos cuidado al pasar las vacaciones.
Considérenlo como alimento para pensar en Acción de Gracias: una gran ayuda de altruismo recíproco. Incluso frente a estos números y el dolor que crecen sin cesar, tenemos mucho por lo que estar agradecidos, incluido el hecho de que podemos ser los que ayuden a poner fin a este desastre.
– Andrea Kane de CNN Health contribuyó a este informe.