Nota del editor: Jeffrey D. Sachs es profesor y director del Centro para el Desarrollo Sostenible de la Universidad de Columbia. Las opiniones expresadas en este comentario pertenecen exclusivamente al autor. Puedes leer más artículos de opinión en CNNe.como/opinion.
(CNN) –– El mes pasado, escribí que Amy Coney Barrett ayudaría a marcar el comienzo de una nueva jurisprudencia de posverdad en la Corte Suprema. Si bien cité sus declaraciones anticientíficas sobre el cambio climático, su llegada al tribunal creó una nueva mayoría de 5-4 contra la ciencia de la salud pública en el apogeo de la pandemia de covid-19 en Estados Unidos.
La Corte Suprema falló esta semana en contra de la decisión del estado de Nueva York de limitar las reuniones religiosas en algunas partes de alta incidencia de coronavirus en la ciudad de Nueva York. Al hacerlo, el tribunal demostró los peligros de que jueces científicamente analfabetos revoquen decisiones gubernamentales basadas en evidencia científica.
El efecto inmediato en la ciudad de Nueva York es debatible porque el estado ya había levantado órdenes particulares bajo revisión. El peligro grave e inminente radica en el resto del país. Justamente, donde las autoridades de salud pública se sentirán paralizadas para restringir las reuniones religiosas, incluso cuando el virus se propaga sin control.
Los dos casos bajo revisión fueron presentados por dos cuerpos religiosos. Se trata de la Diócesis Católica Romana de Brooklyn y Agudath Israel of America, un grupo judío ortodoxo. Ambos se opusieron a los estrictos límites para las reuniones religiosas en los vecindarios especialmente afectados de Brooklyn. Los cinco jueces conservadores de la corte, una nueva mayoría con Barrett ahora en el tribunal, argumentaron que los límites del estado a las reuniones religiosas violaban “el requisito mínimo de neutralidad” a la religión bajo la Primera Enmienda.
La mayoría de la Corte Suprema caracterizó la violación de la neutralidad de esta manera:
“En una zona roja, mientras una sinagoga o iglesia no pueden admitir más de 10 personas, las empresas categorizadas como ‘esenciales’ pueden admitir a tantas personas como deseen. Y la lista de empresas ‘esenciales’ incluye cosas como instalaciones de acupuntura, campamentos terrenos, garajes. Así como muchos cuyos servicios no se limitan a los que pueden considerarse esenciales. Como todas las plantas de fabricación de productos químicos y microelectrónica y todas las instalaciones de transporte”.
En su voto concurrente, el juez Neil Gorsuch opinó lo siguiente:
“Por lo tanto, al menos según el gobernador, puede ser inseguro ir a la iglesia. Pero siempre está bien comprar otra botella de vino, comprar una bicicleta nueva o pasar la tarde explorando los puntos distales y los meridianos. ¿Quién pensaría que la salud pública se alinearía tan perfectamente con la conveniencia secular?… La única explicación para tratar los lugares religiosos de manera diferente parece ser un juicio sobre que lo que sucede allí no es tan “esencial” como lo que ocurre en los espacios seculares. De hecho, el gobernador es notablemente franco al respecto. En su opinión, la ropa y el licor, los viajes y las herramientas son todos ‘esenciales’. Mientras que los ejercicios religiosos tradicionales no lo son. Ese es exactamente el tipo de discriminación que prohíbe la Primera Enmienda”.
El juez Brett Kavanaugh argumentó de manera similar:
“El estado argumenta que no ha discriminado inadmisiblemente a la religión porque algunos negocios seculares como los cines deben permanecer cerrados. Y, por lo tanto, reciben un trato menos favorable que los lugares de culto. Pero bajo los precedentes de esta corte, no basta con que un estado señale que, en comparación a las casas de culto, algunos negocios seculares están sujetos a restricciones igualmente severas o incluso más severas… Más bien, una vez que un estado crea una clase de negocios favorecida, como lo ha hecho Nueva York en este caso, el estado debe justificar por qué las casas de culto están excluidas de esa clase favorecida “.
El problema es que la mayoría, en apariencia científicamente analfabeta, de la Corte Suprema no entendió por completo la restricción de los servicios religiosos. Gorsuch afirma erróneamente que el estado de Nueva York considera que la lavandería y el licor son esenciales, pero que los servicios religiosos no lo son. Eso es falso. Kavanaugh aseguro equivocadamente que el estado de Nueva York no justificó por qué las casas de culto están excluidas de la “clase favorecida” de negocios con restricciones menores. Esto también es falso.
Las juezas Sonia Sotomayor y Elena Kagan, escribiendo en minoría, explicaron los hechos científicos básicos que fueron completamente ignorados por la mayoría:
“Pero el JUEZ GORSUCH ni siquiera trata de adecuar sus ejemplos con las condiciones que los expertos médicos nos dicen facilitan la propagación del covid-19: grandes grupos de personas que se reúnen, hablan y cantan en proximidad dentro de lugares cerrados durante largos períodos… A diferencia de los servicios religiosos, que ‘tienen cada uno de esos factores de riesgo’… los talleres de reparación de bicicletas y las licorerías generalmente no cuentan con clientes reunidos en el interior para cantar y hablar juntos durante una hora o más a la vez (‘Epidemiólogos y médicos generalmente están de acuerdo en que los servicios religiosos se encuentran entre las actividades más riesgosas’)”.
Y añadieron: “Los jueces de esta corte participan en un juego mortal al cuestionar el juicio experto de los funcionarios de salud sobre los entornos en los que se propaga un virus contagioso, que ahora infecta a un millón de estadounidenses cada semana, con más facilidad”.
De hecho, los grandes riesgos de transmisión son los lugares cerrados. Precisamente, como servicios religiosos, restaurantes, salas de conciertos y teatros donde grandes grupos están juntos durante un tiempo considerable, generalmente una hora o más. Así lo señalan las juezas Sotomayor y Kagan.
“Nueva York trata los lugares de culto de manera mucho más favorable que sus comparadores seculares”, al “exigir que los cines, salas de conciertos y estadios deportivos sujetos a la regulación de Nueva York cierren por completo. Pero permitiendo que los lugares de culto abran sujetos a restricciones de capacidad”, escribieron.
Un estudio reciente de investigadores de la Universidad de Stanford, publicado en Nature Magazine, señala el mismo punto sobre los mayores riesgos de transmisión viral. “En promedio, en áreas metropolitanas, restaurantes de servicio completo, gimnasios, hoteles, cafés, organizaciones religiosas y restaurantes de servicio limitado produjeron los mayores aumentos previstos en las infecciones cuando se reabrieron”.
Hay algo especialmente decepcionante en la decisión de la Corte Suprema. Y es que el tribunal inferior destacó los puntos correctos con mucha claridad en una decisión que fue descaradamente ignorada por la mayoría. La Corte de Distrito Federal había señalado: “Entre las otras características problemáticas de las reuniones religiosas, los feligreses llegan y se van al mismo tiempo, se saludan físicamente, se sientan o se paran juntos, comparten o pasan objetos y cantan de alguna manera que permite la transmisión aérea del virus”.
Nada de esto es para argumentar que las regulaciones del estado de Nueva York fueron perfectamente diseñadas. Ese no es el punto. La cuestión es que la Corte Suprema debería estar del lado de salvar vidas. También, de instar a todos a un comportamiento racional y basado en la ciencia. Especialmente en este momento de máximo peligro para la población.
Incluso más que la Corte Suprema, los grupos religiosos también deberían ponerse del lado de manera activa y enérgica de las autoridades de salud pública. Tanto para proteger a sus propios feligreses como a toda la sociedad. El papa Francisco socorrió a los católicos de todo el mundo al adaptarse a una misa en línea en respuesta a la cuarentena. Su reciente artículo de opinión en The New York Times señala de manera elocuente que el bien común tiene prioridad sobre los llamamientos simplistas a la “libertad personal” en las protestas contra las medidas de salud pública justificadas.
Nuestras creencias religiosas son las grandes maestras del valor supremo de la vida humana. Y pueden ser grandes sanadoras para aquellos con problemas mentales durante la pandemia. El mensaje para el pueblo estadounidense debe ser unificado. Los líderes religiosos de la nación, los especialistas en salud pública, los políticos y, sí, los jueces de la Corte Suprema deben utilizar el conocimiento científico combinado con la compasión para poner fin a la pandemia con la máxima velocidad y el menor sufrimiento adicional y pérdida de vidas.