Nota del editor: Pedro Brieger es un periodista y sociólogo argentino, autor de varios libros y colaborador en publicaciones sobre temas internacionales. Actualmente se desempeña como director de Nodal, un portal dedicado a noticias de América Latina y el Caribe. También es columnista de televisión en C5N de Argentina y en el programa “En la frontera” de PúblicoTV (España), y en la radio argentina en Radio10, La Red, La Tribu y LT9-Santa Fe. A lo largo de su trayectoria, Brieger ha recibido importantes premios por su labor informativa en la radio y la televisión de Argentina. Las opiniones aquí expresadas son exclusivas del autor.
(CNN Español) – El velatorio público de Diego Armando Maradona fue uno de los más impresionantes de las últimas décadas, y no solamente por el hecho de que se despidiera a una figura popular. También por sus características: no es muy común que miles de personas en un funeral mezclen el llanto de dolor con la alegría del canto; algo, a priori, inexplicable.
Mientras me acercaba a la Plaza de Mayo en Buenos Aires, lugar emblemático de las manifestaciones populares, para asistir al velatorio, me preguntaba cómo harían miles de personas para despedir a su ídolo en medio de una pandemia y con las recomendaciones del gobierno de mantener distancia que, por supuesto, no se cumplieron.
Bajo un sol que rajaba la tierra, la gente apiñada desafiaba el covid-19, cantaba y bailaba ante la Casa Rosada, la casa de gobierno, que lucía un gigantesco crespón de color negro.
Miles cantaban “maradó maradó” o “diegoooo diegoooo” extendiendo la letra “o” hasta el infinito. Y por supuesto, como no podía ser de otra manera, contra los ingleses; recordando la victoria del Mundial de 1986. Cantaban y saltaban con esa forma de saltar tan característica de los estadios de fútbol argentinos, cuando no existían los asientos individuales que limitan el movimiento colectivo, un cantar que se trasladó a las manifestaciones populares en las calles.
Durante la proscripción del peronismo, entre 1955 y 1973, en los estadios la gente cantaba “dale campeón, dale campeón” para alentar su equipo favorito con la música del estribillo de la marcha peronista que dice “Perón, Perón, qué grande sos”. El saber popular canalizaba su rebeldía a través de un aliento aparentemente deportivo, porque el peronismo y lo popular están en las venas de este país. Y en las venas de Maradona. Lo popular representado por la gente humilde, pobre, que tiene pocas alegrías en la vida. Por eso, pese a sus reconocidos problemas, el vocablo alegría es el que más se repite en los testimonios. Como en el de ese hombre, que ante las cámaras de televisión en un altar improvisado con velas dijo que mientras no tenían para comer, Diego les daba felicidad a los pobres. Tal como sucedió en Nápoles, donde Maradona, al llegar en la década de los 80 del siglo pasado dijo que quería ser el ídolo de los niños pobres de esa ciudad. El diácono Ricky Carrizo me lo explicó de manera muy clara: “¿Sabés qué pasa Pedro? El pobre es el único que entiende al pobre y Diego nunca se olvidó de sus orígenes”.
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En un momento hay un enfrentamiento entre un pequeño grupo y la policía, mientras otros intentan -y logran- entrar a la mismísima Casa Rosada, donde está el presidente Alberto Fernández. Pero que no cunda el pánico. “Calma, calma… ¡Que no panda el cúnico! - —diría el mismo Maradona jugando con la frase de su gran ídolo Roberto Gómez Bolaños— no vienen a tomar el Palacio”. Hay caos y luego de unos minutos se retiran. Sí, hubo disturbios y algunos destrozos, pero el asunto no pasó a mayores.
Un caos “maradoniano”, como no podía ser de otra manera. Entraron porque querían estar cerca del “Diego”, tal cual lo llama la mayoría. “El Diego”, un integrante más de la familia, el que más alegrías les trajo, el que nunca olvidó sus orígenes, el que disfrutaba enfrentando a los más poderosos, los que justamente lo denigraban —-y aún lo denigran— - por aquello que los más pobres amaban.
Y pensar que hay gente que todavía cree que se murió un jugador de fútbol.