Nota del editor: Virginia Bonard es una periodista y escritora argentina. Es autora del libro “Nuestra fe es revolucionaria” sobre el pensamiento del papa Francisco. Ha sido parte de los equipos de comunicación de la Comisión Episcopal de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) y colabora en medios como Ciudad Nueva, Criterio, Religión Digital, Vatican Insider y el suplemento Valores Religiosos de Clarín, entre otros. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas de la autora. Ver más opinión en CNN en Español.
(CNN Español) – Cuando conocí “verdaderamente” a una persona a la que llamaré “Rosalía”, ella era mucho mayor que yo y eramos lo que en cualquier parte del mundo se conoce como “buenas vecinas”.
MIRA: OPINIÓN | A favor del aborto: es un derecho humano fundamental decidir sobre nuestro propio cuerpo
Al mes de haber nacido nuestro segundo hijo, una tarde, ella tocó el timbre de mi departamento. Se alegró mucho por el bebé y jugó también con nuestra hija de un añito y medio. Se la veía muy emocionada.
Mientras compartíamos un té y los detalles del parto, Rosalía se desmoronó y no paró de llorar. “Yo me hice 6 abortos. Mi marido no quería más hijos pero yo sí. Fueron los peores momentos de mi vida. Nunca te vas a arrepentir de tener un hijo, pero sí de abortarlo porque no hay vuelta atrás”.
Su historia me recuerda la de una amiga de mi juventud, a quien llamaré “Gabriela”. Las dos éramos jóvenes y deportistas, nos divertíamos muchísimo en el verano, pero un día ella dejó de venir los fines de semana. Supe después que “Gabriela” había quedado embarazada de su novio, tan joven como ella. Ninguna de las dos familias dio espacio al bebé en camino y la obligaron a abortar. Para “Gabriela” el aborto fue un antes y un después en su vida. Y quiso olvidar todo lo que le recordara aquellos días grises.
Cada vez que se renueva el debate sobre el aborto en cualquier parte del planeta -y en particular en mi país- me fundo con convicción sobre los principios de la vida, lo esencialmente humano, lo que somos antes que nada, eso que nos fraterniza y sororiza como especie. ¿Cuándo empieza la vida? ¿Cuándo empecé a ser lo que soy? ¿Qué hace que algunos estén y respiren mientras que otros no puedan y hayan quedado afuera sin haber podido siquiera opinar, decir “A”, ante la mayor decisión sobre la que pivotan todas las demás: vivir o no vivir?
Nos une que somos humanos y que tenemos una marca de fábrica que es nuestro ADN: es único, nos da identidad y nos recuerda que somos muy distintos a nuestros padres. Hablo de biología nomás, nada del otro mundo.
Lo segundo que me aparece con contundencia es si realmente vamos a tener que aceptar que siempre ganen los más grandes, los que tienen más fuerza, los que pueden decidir sobre los más pequeños, los que aparecen en los medios de comunicación a escala global porque pueden. ¿Y los más débiles, las minorías? Destaco con ternura y delicadeza, entre esas minorías silenciosas y silenciadas, a todas las vidas pequeñas que anidan en el maravilloso y sorprendente cuerpo de una mujer que gesta.
Creo en una humanidad que poco a poco va dando lugar –le cuesta pero va por buen camino– a los derechos de las minorías, de todas las minorías: las étnicas, las sexuales, las políticas, las sanitarias, las culturales, las artísticas. Y sumen las que ustedes quieran: un mundo sin minorías, que excluye, que se va construyendo sobre mentiras y medias verdades porque no podemos vivir y pensar todos de la misma manera. Hablemos de esa minoría que es pura promesa. Dejémosla ser.
Ahora vayamos a la cuestión del aborto en contextos de pobreza. Algunas mamás que viven en villas y barrios populares con las que tengo vínculos hace varios años, muy enojadas me dijeron: “¿Por qué hablan por nosotras? ¿Por qué dicen que nosotras, las mujeres pobres, queremos el aborto? Para nosotras un hijo es lo más importante de la vida”.
Claramente vemos flotar y permanecer en la superficie argumental aquellos principios que sostienen las clases medias y medias altas, las que, por su llegada arrasadora a los medios de comunicación y su altísima penetración cultural, tapan aquellas voces de minorías sociales pobres que ven en el hijo por nacer una oportunidad, una alegría entre tanta necesidad, la posibilidad de formar familia. ¿Que es difícil de creer? Copio parte de la carta que un grupo de mamás, que vive en barrios populares de Buenos Aires y su conurbano, le acercó hace poco al papa Francisco para que haga fuerza por ellas en el ámbito público:
“Al escuchar al presidente de la Nación presentar su propio proyecto de ley que busca legalizar el aborto nos invadió un frío terror (…) Nuestra voz, como la de los niños por nacer, nunca es escuchada. Nos catalogaron como ‘fábrica de pobres’, ‘vividoras del Estado’. Nuestra realidad de mujeres que salimos adelante con nuestros hijos es opacada por otras mujeres a quien nadie les dio representatividad. (…) No nos quieren escuchar ni los legisladores ni los periodistas. Si no tuviéramos a los curas villeros que levantan la voz por nosotras estaríamos aún más solas”.
Reitero algunas frases que no suelen leerse en las crónicas sobre este tema: El aborto duele. El aborto abandona. El aborto oscurece. El aborto lastima. El aborto ahoga. El aborto entristece. El aborto impide. El aborto coarta. El aborto llora. El aborto no interrumpe: el aborto mata.
Mientras preparaba esta columna, un grupo de prestigiosos científicos y docentes argentinos que han trabajado durante años en el tema analizando la cuestión desde la perspectiva del cuidado de las dos vidas involucradas en un embarazo, me hizo llegar el libro Aborto de la A a la Z, que se encuentra en proceso de preproducción. Tomé algunos conceptos que me parecen medulares para entender que el aborto es un negocio inescrupuloso:
–Según los autores, la actividad biológica vital de un nuevo ser humano comienza en el mismo momento de la fecundación. Esto es observado en forma cotidiana, por ejemplo, desde el uso de las técnicas de fertilización asistida.
–Son reconocidos mundialmente los enormes intereses biotecnológicos que existen en el desarrollo de células embrionarias para investigación o tratamiento; como también la modificación del genoma humano en etapa embrionaria. ¿Qué se ponen en juego en este aspecto? Grandes, enormes, incalculables intereses económicos.
–Desde lo social y político, las tasas de fertilidad y fecundidad de las poblaciones; su envejecimiento; los gastos sociales que implican las poblaciones de bajos recursos; “el impacto de la pobreza en la economía de cada país; la sobrepoblación del planeta, y el uso y resguardo de los recursos naturales van a definir una determinada estrategia política, económica y social, que muchas veces está influenciada por organismos internacionales o empresas que someten la soberanía de un país”, afirman los autores.
Estos aspectos que señalan los autores, ciertamente están oscurecidos y silenciados en el debate. Este primero de diciembre comenzaron las exposiciones en la Cámara de Diputados de Argentina y quienes argumentarán en contra tomarán algunos de esos ejes para desarrollar y fundamentar su postura.
Argentina es un país que fue y sigue siendo atravesado por grietas y divisiones que han logrado ponernos en posición de hermanos contra hermanos en distintos momentos de nuestra historia. ¿Hacía falta en tiempos de pandemia global sumar una grieta más a nuestro maltratado país?
El mundo nos necesita a todos y cada uno, seres de esta extraordinaria especie humana. Ninguno de nosotros es material de descarte o basurita muda.
Nadie es más que nadie en esta tierra.
Cuidemos la vida de punta a punta.
Nunca nadie menos.