(CNN) – Los asentamientos informales rodean a Caracas, la capital de Venezuela, como las paredes de un tazón. Las casas pequeñas se amontonan unas sobre otras en las colinas empinadas. A algunas de ellas solo se puede acceder a través de escaleras vertiginosas.A principios de mes, Ingrid Sánchez trató de conseguir votos aquí para el gobernante Partido Socialista en Petare, el barrio más grande de Venezuela. Cuando comenzaron las elecciones parlamentarias el 6 de diciembre, contrató motocicletas y jeeps para transportar a los votantes pobres pero fieles por las colinas empinadas hasta el centro de votación.
A Sánchez no le sobra el dinero: es una exmaestra que vive de una pensión que le otorga el Estado con un valor de US$ 1,5 por mes. El dinero en efectivo para pagar los vehículos se lo dio el Partido Socialista, el partido del difunto Hugo Chávez. Pero no eran bolívares venezolanos, eran dólares estadounidenses. Y mientras los contaba, Sanchez se dio cuenta de que los cuatro billetes de US$ 20 que tenía en sus manos valían más que 50 meses de su pensión.
“Ahora todo es en dólares”, dice con pesar. Es una señal de un cambio monumental en el país que, según ella, haría que Chávez se revolviera en su tumba.
‘Estamos haciendo las cosas al revés’
Sánchez, de 57 años, es un miembro fiel del Partido Socialista y cree fervientemente en la visión del fallecido presidente Hugo Chávez, quien profetizó una utopía marxista donde el Estado se ocuparía de las necesidades del pueblo, mejoraría la calidad de vida, haría desaparecer la desigualdad y limitaría a las empresa privadas a un papel menor en la economía. “Uno nunca pierde la esperanza, y ese es un proyecto en el que todavía creo”, dijo.
Sin embargo, hoy Venezuela apenas se parece a la que describió Chávez. Hay un hambre desenfrenada, una desigualdad vertiginosa, y los hospitales públicos están abandonados mientras el país se enfrenta a la pandemia de coronavirus. El dólar estadounidense tiene cada vez más prioridad sobre el bolívar, y aunque el salario mínimo venezolano es el más bajo de la región, el mercado de valores del país está en auge. El sucesor de Chávez, el actual presidente Nicolás Maduro, inauguró recientemente un hotel de ultralujo donde las habitaciones tienen un costo que equivale a US$ 300 por noche.
Todo esto plantea una pregunta con la que claramente Sánchez ha estado luchando: ¿sigue vivo el socialismo en Venezuela? “No sé, estamos haciendo las cosas al revés”, dice.
Los planes de Chávez cuando llegó al poder para el socialismo en Venezuela
Cuando Chávez llegó al poder en 1998, la riqueza de Venezuela era abundante. Algunos analistas han estimado que el país ganó casi un billón de dólares de los ingresos por el petróleo entre 1999 y 2014, más de ocho veces el equivalente actual del Plan Marshall.
Con esa cantidad de dinero, era fácil imaginar al Estado como la figura paterna definitiva. Chávez invirtió la mayoría de los ingresos en programas destinados a mejorar los niveles de vida y reducir la desigualdad. La televisión estatal transmitía horas de imágenes de ciudadanos que recibían viviendas financiadas por el Estado, alimentos y subsidios para cooperativas agrícolas. El Gobierno envió personal médico cubano a los barrios para establecer clínicas para los pobres y lanzó campañas de alfabetización y educación. En diciembre de 2007, incluso envió camiones llenos de combustible para calefacción a estadounidenses de bajos ingresos en Nueva York y Boston. Esto sucedió solo 15 meses después de que llamara al entonces presidente George W. Bush “el diablo” en las Naciones Unidas.
A lo largo de sus 14 años de presidencia, Chávez osciló entre diferentes tendencias económicas. No obstante, siempre trabajó para fortalecer el control estatal de la economía a través de controles de precios, regulaciones de cambio de divisas y gasto público. Amenazó con apoderarse de la mayoría de las empresas privadas en Venezuela, pero nunca abolió la propiedad privada. Atacó al capitalismo, pero nunca abandonó las relaciones comerciales con Estados Unidos.
Chávez soñaba con poner fin al dominio del dólar estadounidense —emblema del mayor defensor del capitalismo en el mundo— y crear una moneda alternativa con la que comprar y vender petróleo crudo. “El mundo es una víctima del imperio del dólar. Estados Unidos ha comprado la mitad del mundo con billetes inútiles, (…) ¡pero el imperio del dólar ha llegado a su fin!”, dijo en 2009.
¿Sigue vivo el socialismo en Venezuela? La respuesta de Maduro
Diez años después, en cambio, son el bolívar venezolano y la revolución bolivariana los que parecen estar llegando a un fin. Incluso su antiguo protegido, Maduro, reconoce que las cosas han cambiado. Cuando CNN le preguntó a principios de este mes si pensaba que Venezuela todavía era un país socialista, Maduro dijo que pensaba que los “valores” del socialismo en Venezuela podrían estar desapareciendo, refiriéndose a las nuevas muestras de riqueza en las calles de zonas lujosas de Caracas.
“Por momentos avanzamos, otras veces retrocedimos. Quizás hoy retrocedamos en lo que concierne a nuestros valores socialistas. Lo reconozco”, dijo en rueda de prensa.
Cuando los precios del petróleo comenzaron a caer en 2013, Maduro —quien se convirtió en presidente ese año abruptamente después de que Chávez murió de cáncer de manera repentina sin que hubiera un plan de transición en marcha— se encontró librando una batalla perdida contra las fuerzas del mercado, decretando controles de precios ante el aumento de los precios de los productos básicos, solo para descubrir que estos productos desaparecían de la noche a la mañana y estaban disponibles solo en el mercado negro a un precio 10 veces superior a su valor oficial. A medida que las reservas de divisas disminuían, imprimió montones de dinero nuevo, lo que devaluó el bolívar hasta convertirlo en un papel desechable. Y, por lo tanto, lo mismo pasó con los salarios de la mayoría de los trabajadores venezolanos.
Cómo cambió el papel del dólar
En años más recientes, incluso el control del Estado sobre el sistema financiero del país se ha visto gravemente afectado. El dólar estadounidense es cada vez más común en las transacciones diarias. En marzo de 2019, toda la red eléctrica de Venezuela colapsó, lo que dejó a algunas regiones sin electricidad hasta por una semana. Sin electricidad, las transacciones electrónicas, incluidos los pagos con tarjetas de crédito y débito, eran imposibles. Y pagar en efectivo era inútil incluso con los billetes de bolívares de mayor denominación, que valían solo centavos. Así que los venezolanos empezaron a usar la opción que les quedaba: billetes extranjeros ilegales.
Los venezolanos comunes siempre habían considerado los dólares estadounidenses como un último recurso. Era algo que la mayoría de las familias mantenía escondido debajo del colchón para cubrir las necesidades del mercado negro. Sin embargo, durante los apagones se utilizaron dólares para pagar por bolsas de hielo para mantener los alimentos en refrigeradores sin electricidad. Las tiendas comenzaron a aceptar los billetes ilegales. Al principio lo hacían vigilando cuidadosamente a las temidas fuerzas de seguridad de Venezuela, y luego gradualmente lo hicieron al descubierto. El Gobierno no intervino.
Una vez que se rompió la barrera, fue imposible dar marcha atrás. En Caracas, las transacciones de unos pocos dólares ahora han reemplazado las transferencias bancarias locales de millones de bolívares. Los productos están cada vez más disponibles en Caracas para quienes pueden pagarlos en dólares u otras monedas extranjeras, como euros, pesos colombianos o reales brasileños.
La decisión sobre el precio de la gasolina
La pandemia de coronavirus también hizo posible que el propio Maduro demoliera uno de los pilares del socialismo de Venezuela: el petróleo barato para los ciudadanos, considerado un derecho de nacimiento en un país tan rico en crudo.
Los gobiernos socialistas aquí siempre han tenido cuidado con el delicado tema de recortar los subsidios a la gasolina. En 2014, el propio Maduro declaró que no tocaría el precio de la gasolina porque sería como “echar leña al fuego”. Sin embargo, frente a una demanda de gasolina muy reducida durante el confinamiento, este año pudo hacer lo que ningún otro gobernante en Venezuela se atrevió en las últimas tres décadas: subir los precios.
En mayo, Maduro declaró que la gasolina subsidiada se racionaría a 30 galones por mes por vehículo, pero los clientes podrían comprarla con un precio con recargo a US$ 0,5 el litro (US$ 1,9 por galón) en un número seleccionado de estaciones de servicio en el país. El resultado fue que la gasolina subvencionada prácticamente desapareció de la venta, mientras que pagarla en billetes verdes se convirtió en la norma para quienes podían hacerlo.
“Con eso, lograron romper el mito del Caracazo”, dice Altero Alvarado, analista petrolero en Caracas, en referencia a un ciclo infame de disturbios contra el alza del precio del petróleo en 1989.
Eso no significa que la gente no protestó. Con un colapso casi total de los servicios, escasez de gasolina y agua y apagones frecuentes, hubo al menos 1484 protestas en Venezuela en el mes de octubre. El 93% estuvo relacionado con necesidades básicas como el acceso a los servicios públicos regulares, según el Observatorio Venezolano de Conflictos Sociales. Sin embargo, estas protestas fueron rápidamente reprimidas por las fuerzas de seguridad, lo que permitió al Gobierno impulsar efectivamente la política, dice Alvarado.
¿Es capitalismo con características venezolanas?
Otro golpe a la visión económica de la era Chávez sobre el control estatal ocurrió en noviembre de este año. Ese mes, el Gobierno permitió por primera vez a una empresa privada emitir bonos en dólares y, al hacerlo, recaudar capital fuera del control gubernamental. La medida, inaudita desde principios de la década de 2000, tomó la forma de una autorización poco publicitada para un fabricante de ron. El ron es la bebida nacional de Venezuela, que se consume por igual en los asentamientos irregulares de Caracas y en los centros turísticos más exclusivos de la costa caribeña.
Es increíblemente difícil administrar una empresa privada en Venezuela. El país ocupa el puesto 188 de 190 en el ranking de facilidad para hacer negocios del Banco Mundial. Hasta ahora, el Gobierno decidía qué empresas tenían acceso a divisas extranjeras y a qué tasa el Banco Central las convertiría a bolívares. Pero este año, el Gobierno permitió que la marca de ron venezolana Santa Teresa recaudara dinero mediante la emisión de bonos por un valor total de US$ 300.000.
Los bonos permiten a los inversores dar una determinada cantidad de dinero a las empresas a cambio de la promesa de que el dinero se les devolverá con intereses. En el caso de Santa Teresa, la empresa recurrió a los bonos cuando se dio cuenta de que ningún banco venezolano tendría capital suficiente para prestarle lo necesario para expandir la destilería, debido a la devaluación del bolívar. Poder pedir prestados fondos a inversores privados y devolverlos en dólares protegería a la empresa de la inflación galopante del país.
“De alguna manera estamos empezando a volver a la realidad, a entender que los mercados tienen que funcionar”, dice Alberto Vollmer, dueño de Santa Teresa, en una entrevista con CNN en Caracas. “Intentaron lo absurdo, que era aniquilar todos los negocios. No funcionó, así que ahora están revirtiendo las políticas”, agrega. (Hay algo de historia aquí: en 2006, el propio Chávez expropió parte de las tierras de Santa Teresa durante uno de sus famosos programas de televisión “Aló Presidente”).
Ricardo Cusanno, presidente de la Federación Venezolana de Cámaras de Comercio, señala que Venezuela no es la primera economía planificada en trazar este camino. El país bien podría estar en camino de convertirse en una “China tropical”, una comparación que muestra que la empresa privada y los mercados libres aún pueden combinarse con un control político intensivo y la ausencia de derechos civiles, señala.
Desde el avance de Santa Teresa, dice, más inversionistas extranjeros han expresado interés en hacer negocios en Venezuela. “En las últimas semanas ha sido una locura. Nos han contactado fondos de inversión franceses, fondos latinoamericanos, incluso fondos norteamericanos”, cuenta, con la emoción visible de alguien que no había visto ese nivel de interés en mucho tiempo.
‘Lo que ves ahora es la pérdida de control’
Cuando Maduro lo cuenta, ni la pobreza aplastante de Venezuela ni sus recientes concesiones al capitalismo significan que el gran proyecto socialista de Chávez ha fracasado. En cambio, dice, su progreso simplemente se ha estancado por el colapso del precio del petróleo de 2013 al 2015. Con frecuencia se refiere a esto como una “guerra”, que dejó sus arcas vacías y los programas sociales funcionando con escasos recursos.
“Chávez nunca dijo que el socialismo triunfó aquí”, dijo. “Vamos a trabajar muy duro para instalar una forma socialista de producción, y recién empezamos. Cuando estábamos empezando a dar esos primeros pasos hacia una economía socialista, llegó esta guerra brutal y perdimos nuestros ingresos del petróleo”, agregó.
Los críticos ven las dificultades financieras de Venezuela de manera diferente. Además de los precios del petróleo, culpan a la incapacidad del propio Estado para invertir en su sector petrolero o mantener la infraestructura petrolera, a la catastrófica corrupción del Gobierno y la mala gestión económica nacional. También señalan que otros exportadores de materias primas, como la vecina Colombia, lograron superar la crisis. Según el FMI, el PIB de Venezuela perdió el 86% de su valor bajo el mando de Maduro, principalmente debido a la caída de los ingresos del petróleo.
Y la lenta invasión del dólar, dicen, puede ser más una señal de un caos cada vez más profundo que de una liberalización económica positiva.
¿Se puede comparar la tendencia actual del socialismo en Venezuela con lo sucedido en China en la década de 1980?
Si bien los venezolanos ahora pueden usar monedas extranjeras para comprar sus alimentos y productos del hogar, no pueden abrir una cuenta bancaria en dólares. Por tanto, sus ahorros aún están sujetos a una de las tasas de inflación más altas del mundo. Y cuanto más dinero extranjero en efectivo se utiliza en el país, más valor pierde el bolívar. Esto en última instancia perjudica a las personas de bajos ingresos a quienes todavía se les paga en bolívares, como Ingrid Sánchez.
Luis Vicente León, uno de los analistas más respetados de Caracas y gerente de una firma de encuestas, se muestra receloso de comparar este momento en Venezuela con la transición de China a los mercados abiertos en la década de 1980, cuando se permitió lentamente la inversión extranjera en sectores específicos de la economía y zonas económicas especiales limitadas. China también mantuvo su propia moneda nacional mientras reformaba gradualmente la economía.
“Puede haber un plan para hacer las mismas cosas que Deng Xiaoping hizo en China, pero tal vez en el futuro. Tal vez los primeros pasos de las reformas chinas fueron similares, pero no creo que estemos viendo eso todavía. Lo que ves ahora es la pérdida de control, por parte del gobierno, de la economía y los precios ”, dice.
Rafael Ramírez, un exministro de petróleo que trabajó con Chávez y Maduro de 2003 a 2014, advierte que un cambio no regulado ahora podría abrir la puerta a la anarquía económica donde los más poderosos establecen las reglas. “Cuando Maduro dice que le agradece a Dios por el dólar, se está rindiendo. No hay control de la economía, está en manos de especuladores”, dijo a CNN.
Ramírez es parte del creciente número de exasesores de Chávez que acusan a Maduro de dilapidar la Revolución Bolivariana. Desde el exilio, acusa a Maduro de abrazar el capitalismo clientelista, mientras que la mayoría de los venezolanos recibe ningún beneficio de las reglas de mercado relajadas.
“Solo el pueblo salva al pueblo”
Según una encuesta reciente de tres universidades independientes de Caracas, el 96% de los venezolanos vive por debajo del umbral de pobreza. Más de 5 millones han huido de las dolorosas condiciones económicas del país. Esto convierte a Venezuela en el país con la mayor crisis migratoria en la historia moderna de América Latina.
Sánchez, la maestra jubilada y miembro del Partido Socialista, perdió a una de sus hijas por el éxodo. Ahora vive en Chile. Su hija mayor permanece en Venezuela, donde hace trabajos ocasionales para llegar a fin de mes y ayuda a su madre a dirigir una radio comunitaria. Con unos salarios tan infravalorados, hay pocas razones para que busque un trabajo de tiempo completo, dice Sánchez.
Su casa en Caracas es humilde, con dos cuartos a cada lado de una cocina donde las ollas han estado vacías durante mucho tiempo. En la sala de estar, un gran retrato de Chávez en uniforme militar se posa con orgullo en la pared junto a la puerta que da la bienvenida a cada visitante con la advertencia “No se habla mal de Chávez aquí”.
Cuando habla del tipo de país que le gustaría que fuera Venezuela, dice: “Creo en una comunidad activa, organizada. ¿Quieres saber por qué no me he ido? Porque sé que aquí hay gente que está feliz con lo que hago, y esta pequeña semilla que estoy poniendo hoy es la que germinará en un cambio mañana”.
“Solo el pueblo salva al pueblo”, dice, citando un famoso eslogan de guerrilla revolucionaria de la década de 1960. Pero en la Venezuela de hoy, dice, “la gente está jod***** a la gente”.