(CNN) – Seamus Heaney encapsuló a la perfección el objetivo inaugural de Joe Biden. El presidente entrante de Estados Unidos, que suele recurrir a la poesía del autor irlandés para describir sus propias experiencias vitales, debe crear el momento en que “la esperanza y la historia rimen”.
Estados Unidos necesita inspiración después de una presidencia de cuatro años caracterizados por la división, el despecho y los ataques a sus valores fundamentales. En su discurso inaugural de este miércoles, Biden se solidarizó con el dolor del país que ahora lidera por la pandemia que lo azota y se refirió con brutal honestidad al camino por delante, cosas que despreció su predecesor.
Su tarea ahora es mucho más intimidante de lo que fue fue durante la campaña. En la víspera de la toma de posesión de Biden, el número de muertos por el covid-19 llegó a 400.000 en el país. El lanzamiento de la vacuna en el país es un desastre. Las nuevas mutaciones de virus se propagan. Y además está el problema creciente de la insurgencia nacionalista.
Al poner su mano sobre la Biblia y prestar juramento, Biden recibió la herencia más envenenada desde Franklin Roosevelt, quien en 1933 asumió el cargo en medio de la Gran Depresión.
El optimismo contagioso de FDR y su lema inaugural, “A lo único que hay que tener miedo es el miedo mismo” allanó el camino de Estados Unidos para salir de la crisis. Sus años luchando contra la polio paralizante le dieron una fortaleza de acero, empatía hacia los desposeídos y una fe inquebrantable en tiempos mejores, incluso en los momentos de más desesperación.
Ochenta y ocho años después, otro nuevo presidente intentará revivir una nación golpeada por el dolor y la división nacional, con un carácter forjado también por las tragedias personales: la muerte de su primera esposa, su hija pequeña y su hijo adulto Beau. “Sé que son tiempos oscuros, pero siempre hay luz”, dijo entre lágrimas Biden mientras dejaba Delaware hacia Washington para cumplir la misión de su vida.
“No debemos ser enemigos”
Al mirar desde el Capitolio hacia el vasto interior de Estados Unidos, no se encontró con una gran multitud, sino con un bosque de banderas que representaban a todos los estadounidenses que no pudieron estar en el National Mall para presenciar el inicio de su presidencia.
Ese decorado, con miles de barras y estrellas, y banderas de estados y territorios, es una forma de distraerse de la pandemia y la insurrección alentada por Trump que hizo imposible una toma de posesión tradicional.
De todos modos, las congregaciones masivas en el Mall son una tradición relativamente reciente. El primer presidente, George Washington, prestó el juramento inaugural de su cargo en 1789 en el Federal Hall de Nueva York, que entonces era la capital de Estados Unidos.
Fotografías de entonces muestran la primera toma de posesión del presidente Abraham Lincoln en 1861, cuando Estados Unidos se desgarraba antes de la Guerra Civil. Con gran preocupación por la seguridad, el honesto Abe prestó juramento en el Frente Este del Capitolio, como era la norma entonces, debajo de la cúpula del edificio, aún sin terminar.
“No somos enemigos, sino amigos. No debemos ser enemigos. Aunque la pasión haya tensado nuestros lazos de afecto, no debe romperlos”, dijo Lincoln, una advertencia apta para la nación dividida que Biden debe liderar.
En 1945, un FDR enfermo y exhausto, que estaba a meses de morir, razonó que los tiempos de guerra no son tiempos de fiesta. Los soldados que debían haber marchado en su cuarto desfile inaugural estaban luchando en Europa y Asia. Entonces, como Biden, FDR instó a sus seguidores a no acudir en masa a Washington; por el contrario, pronunció su discurso desde el Pórtico Sur de la Casa Blanca.
Al menos Biden pudo salir. Las celebraciones del nuevo mandato de Ronald Reagan tuvieron que trasladarse a la Rotonda del Capitolio en 1985 debido al clima helado.
El frío de Washington no es para broma.
El presidente William Henry Harrison murió de neumonía solo 32 días después de asumir el cargo. Su fallecimiento quizás fue propiciado por su discurso inaugural, que duró una hora y 45 minutos en el frío.