(CNN Español) – En el cuarto donde nos recibe hay un pequeño cuadro pintado a mano, un diploma y una computadora. La computadora es su mejor amiga, con la que Milagros Costabel, quien no puede ver con sus ojos, se conecta con el mundo. El diploma dice que será parte de la generación 2025 de Harvard. Y el cuadro dibuja un barquito de papel con una frase: “ahí van los sueños”.
Esa nave de papel ha debido atravesar varias tormentas. Pero estaba preparada.
Desde niña, su mamá le ha cambiado de lugar, a propósito, los muebles y objetos de la casa humilde en la que creció y de su propio cuarto. Dice que no quería que se acostumbrara a la ausencia de obstáculos, porque “la vida real no es así”. Y, una a una, Milagros ha ido sorteando todas las dificultades a las que la enfrentó la vida real.
Nació con menos de 25 semanas de gestación, pesando apenas 740 gramos. Estuvo tres meses en cuidados intensivos y sobrevivió de milagro. Por eso su nombre: “Milagros fue un milagro”, dice su madre, María Bionda. Aunque vivió, sus retinas no se desarrollaron por falta de oxígeno. “Retinopatía del prematuro”, me dicta, para que me quede claro. Milagros no ve, aunque eso es una convención. Cualquiera que se le acerque verá que sí ve muy bien, con los oídos y con las manos.
María le enseñó desde muy chica a Milagros a ser autosuficiente: hacer la cama, atarse los cordones, vestirse, bañarse… Y su hermana Chloe, dos años mayor, era su mejor aliada. La que le sacaba los obstáculos del camino, la que jugaba con ella, la que le levantaba y movía la cara para que saliera bien en las fotos. “Sus amigos no se daban cuenta de que era ciega”, dice María. “Ayudó a que creciera libre”.
Pero en 2006, a los 7 años, Chloe desarrolló un tumor cerebral. Después de un tratamiento de más de un año entre Montevideo y Buenos Aires, la hermana de Milagros falleció, y con ella se fue su mejor amiga.
Para María, ese momento marcó la vida de toda la familia. “Yo me levanté por ella —cuenta— y ella me levantó a mí”. “Le enseñé a ser independiente. Ya no tenía a la hermana. Ella iba a tener que arreglárselas por sí misma, iba a tener que vivir de su carrera”.
Educación con barreras
Al conocerse que Milagros fue admitida con beca en Harvard, muchos pusieron el acento en el sistema educativo uruguayo. Algunos políticos y personas en general se jactaron en redes sociales del éxito de Milagros como un logro nacional.
Por eso, ella aclaró rápidamente en un largo hilo de Twitter que las cosas siempre son más complejas. Allí habló de las dificultades y barreras que enfrentó en la educación pública de una ciudad del interior de Uruguay como Colonia, y contó cómo todo hubiera sido imposible sin su esfuerzo, el de su mamá y el apoyo de su familia y amigos.
Apenas entró a la escuela pública, recibió un regalo clave de una amiga de la familia: una máquina de braille. María rápidamente aprendió el sistema de lectoescritura táctil, “y todos los días yo le daba 10, 15 hojas para transcribir a tinta para que las maestras pudieran corregirme al día siguiente. Así por 6 años, hasta que entré al liceo”.
“Aprendía yo para enseñarle a ella”, explica María. Del braille a la tinta y de la tinta al braille. Así avanzaba y aprendía. Cuando obtuvo su primera computadora, empezó a ir a clases de computación y dactilografía. “Tenía que escribir sin mirar las teclas”, dice. Lo logró y eso le cambió la vida.
En la secundaria, contó también en Twitter, encontró “un montón de gente que, aún sin saber cómo hacerlo, estaba dispuesta a apoyarme y a permitirme aprender como los demás”. Abundó en uno de esos profesores: Gerardo Menéndez. Este docente de Geografía aprendió braille para poder enseñarle, mandarle tareas y corregírselas. Fue él quien le enseñó a Milagros cómo es el mundo, los continentes, los ríos y montañas, a través de mapas con relieve y texturas, que él mismo diseñaba. “Creo que todas las personas —ciegas o no— merecen tener uno, dos, muchos Gerardos en su trayectoria educativa”, escribió.
“Si vos sos ciego y tu familia no te apoya… —se interrumpe, mientras encoge los hombros— el sistema no está preparado para personas no videntes. Muchos dicen que querer es poder. Pero sin herramientas no se puede”, agrega.
Pero así como tuvo ayuda para aprender muchas cosas, cuenta que el inglés lo aprendió sola, por su cuenta, “mirando” videos, “leyendo” en inglés, soñando con su futuro. “Yo digo mirar”, se ríe. Cuenta que una de sus profesoras de inglés no quería enseñarle. Según esa docente, su ceguera se lo impedía. “Pero me prometí a mí misma que iba a aprender inglés”.
Hoy, con el inglés como aliado, su mejor amiga es la computadora y el teléfono celular, que la conectan con el mundo. Esos aparatos y su sistema de accesibilidad a través del sonido, le han permitido desarrollar una inaudita capacidad para escuchar audios acelerados, incomprensibles para cualquier mortal. “Necesito las cosas ya, no tengo paciencia para escuchar en tiempo normal”.
Así, escucha desde textos de mensajes que le llegan por las redes sociales, hasta libros. “Descargo un libro en Amazon y lo leo en un día”, dice. “Esa velocidad extra me ayudó a hacer las cosas muy rápido”.
También aprendió sola a tocar el piano. Y nos lo demuestra. Uno le pide cualquier melodía y, sin saber leer música, simplemente mueve el teclado y lo transforma en música. “Eso se llama oído absoluto”, dice orgulloso su padre, Juan Costabel.
Mantener a la familia
Hace tres años, Juan se quedó sin trabajo y debió reinventarse. Una gran amiga de la familia —la misma que trajo la máquina de braille— argentina residente en Europa, les prestó su casa en pleno casco antiguo de Colonia del Sacramento, y allí pusieron un emprendimiento gastronómico. Un pequeño restaurante con vista a la hermosa desembocadura del Río Uruguay sobre el Río de la Plata, frente a Buenos Aires.
La casa tiene todavía vestigios de la era portuguesa, que gobernó Colonia en el siglo XVII y XVIII, y desde sus ventanales puede verse el centenario empedrado de sus calles, ahora vacías de turistas debido a la pandemia de covid-19.
La “emergencia sanitaria” y el cierre de fronteras de Uruguay fue el golpe de gracia para la economía familiar. Un nuevo obstáculo en la vida de Milagros. Colonia y su ciudadela viven del turismo. El restaurante estuvo más de tres meses cerrado, entre marzo y julio de 2020. “Nos quedamos sin ingresos. Nos quedamos en cero. Nada”, cuenta Juan.
La hermana de María les traía el surtido del supermercado, para que no les faltara nada, y Milagros se puso a trabajar: empezó a vender sus artículos periodísticos en inglés a medios internacionales: Foreign Policy, The Telegraph, HuffPost, Euronews, Business Insider… “Primero notas de opinión, que son las más fáciles. Pero después empecé a escribir notas sobre la pandemia, viví mi primera conferencia de prensa, estaba con periodistas de verdad, entrevisté a gente importante y me decía ´¿qué hago yo acá?´”.
Con su trabajo para medios internacionales, pudo pagar la electricidad (“que acá es carísima”) y los teléfonos celulares de toda la familia. “Si no, no sé cómo hubiéramos hecho”, dice María.
Fue entonces que Milagros empezó a madurar la idea de irse a estudiar al exterior. Aunque la universidad en Uruguay es pública y gratuita, “no quería estudiar acá”, explica. “Desde los 15 años, más o menos, tenía la ilusión de vivir la experiencia de vivir afuera“. Pretendía inicialmente ir a España, pero “siempre tuve a EE.UU. en la cabeza”.
Harvard
“Si la pandemia lo permite, salgo en agosto”, dice feliz. Ya tuvo varias reuniones en Zoom con funcionarios de Harvard y con sus futuros compañeros de generación “de todos lados”. Allí pretende estudiar Ciencias Políticas y tal vez otro idioma.
La universidad estadounidense le va a pagar los estudios, el alojamiento, y le permitirá trabajar en el campus. “Tienen cosas que no soy capaz de imaginarme. Todavía lo estoy procesando mentalmente”.
Su mamá quiere ir con ella. “Quiero ver dónde va a estar, quedarme tranquila… y después volver”. No tiene plata para el pasaje, pero aunque ha recibido ofrecimientos para pagárselo y lo agradece, no está dispuesta a aceptarlos. Dice que va a encontrar la forma de ahorrar el dinero y pagárselo ella.
La decisión de postular a Harvard la tomó Milagros sola, sin el beneplácito inicial de sus padres que, si bien no se opusieron, no les hacía mucha gracia que se fuera tan lejos.
Por mediados de 2020, un amigo periodista le comentó de la posibilidad. Se puso a investigar y vio que era posible para ella postularse. Pero explica que lo hizo casi sin esperanza. “Se postularon más de 57.000 personas, la mayoría de EE.UU. y gente con plata. Harvard acepta solamente al 4% de los que se postulan. Yo sabía que lo más probable era que no quedara”. “A mis padres les dije: estoy haciendo algo que no va a salir”. Y a sí misma se dijo: “lo voy a hacer porque si no lo intento, me voy a arrepentir siempre”.
Pero Milagros sabe de milagros, y de superar obstáculos. Y este fue uno más.
“Cuando leí welcome to Harvard´ me puse a llorar”, dice. “Llamé a mi mamá y le pedí que se fijara en el correo electrónico. Quería estar segura de lo que decía. No podía creerlo…. Nadie podía creerlo”. “Fue una locura”, agrega María. Cuando ya se había repuesto un poco, María grabó un pequeño video para mandárselo a su hermana. Ese video se viralizó.
El video desató la noticia. Su popularidad en las redes sociales creció de manera exponencial. De tener una cuenta de Twitter (@mili_costabel) dirigida a los medios para los que trabajaba, con apenas 500 seguidores, pasó a tener casi 4.000 en pocos días. “Una audiencia que antes no tenía”, sonríe.
Ahora que muchas personas la conocen a través de las redes, se animó a hacer un directo con preguntas de la gente. “El otro día me preguntaron, por ejemplo, si yo veía en mis sueños”, lanza sin dar la respuesta. La curiosidad me carcome. “¿Y? ¿Cómo sueñas?”, le pregunto. “No puedo ver tampoco en los sueños —contesta—. No veo imágenes como ustedes. Una vez soñé que podía ver, pero el sueño no terminó porque nunca vi”, y lanza la carcajada.
“Soy como todos”
A Milagros le sorprende su imprevista popularidad, y aclara que no pretende ser ejemplo de nada, ni de nadie, que su historia es única, como todas. “Lo que yo pienso, o lo que me pasó a mí o cómo yo resuelvo las cosas no tiene por qué ser la forma de otras personas no videntes”, aclara.
Pero su madre sí pretende enviar un mensaje: “hay que terminar con eso de que el que no ve no puede”. “Me molesta el `pobrecita” —agrega Milagros— soy como cualquier persona, solo que no veo. Muchos piensan que soy divina, especial… pero soy como todos”. Y María acota: “Ella te exige, te deja la cabeza así. No es ninguna pobrecita”.
Paradójicamente, Milagros cree que tiene una ventaja. Su realidad la lleva a “ver las cosas diferentes”. Lo cierto es que “no sería quién soy sin esto”.
Pero hay una cosa que tal vez sí le gustaría cambiar: “me pregunto cómo soy yo”. Cree que es fea, porque sus papás siempre insisten en que es hermosa por dentro. Es difícil convencerla de lo contrario.
Tampoco sabe cómo luce visualmente el diploma de Harvard que tanto la enorgullece, que le da la bienvenida y que no está en braille. Pero sí sabe lo que significa: que hacia ahí van sus sueños. Y allí va ella.