(CNN Español) – Uruguay pasó de ser tomado como ejemplo en el manejo del covid-19 a ser señalado como el último de América en recibir vacunas. Esto sucede justo cuando las cifras de la pandemia crecen día a día, ya sin control epidemiológico. ¿Cómo se llegó a ello?
Todo comenzó el 13 de marzo de 2020. Ese día, Uruguay fue el último país de América del Sur en detectar en su territorio el virus que paralizó al mundo y lo transformó como nunca antes lo había visto esta generación. Rápidamente, el entonces flamante gobierno encabezado por Luis Lacalle Pou tomó fuertes medidas restrictivas que, junto a la obediencia y responsabilidad de la población, permitieron que el virus se mantuviera a raya durante al menos siete meses. Uruguay fue entonces destacado como el país que mejor estaba controlando la pandemia en América Latina, con una de las menores tasas de contagios, escasas muertes y una economía relativamente activa.
Mientras en muchos países se imponían las cuarentenas obligatorias con restricción de movimiento y los médicos locales, entre ellos el expresidente de Uruguay Tabaré Vázquez, sugerían esa misma medida, el gobierno optó por la que llamó “libertad responsable”: cerró fronteras, centros educativos, oficinas públicas, clubes, sitios de espectáculos, la mayoría de las actividades privadas, como la construcción, y dispuso fuertes protocolos para todo el sector privado, pero sin prohibir formalmente los desplazamientos.
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El lema repetido hasta el hartazgo era “quédate en casa”. La población respondió. Sin necesidad de retenes policiales ni sanciones a los transeúntes, las calles lucían vacías. Y también los hospitales y las unidades de Cuidados Intensivos e Intermedios (CTI), esperando un tsunami que no llegó.
La economía se fue reactivando lentamente. En abril de 2020, un mes después de la declaración de la emergencia sanitaria, se reinició la construcción, luego reabrieron los locales comerciales del centro de la capital Montevideo, las escuelas, los restaurantes, los “free shops” —tiendas libres de impuestos— de la frontera con Brasil y los vuelos internacionales con restricciones solo para residentes y ciudadanos —con pruebas negativas de covid-19—.
Poco a poco, el país volvía a funcionar con la pandemia bajo control, y ya se podía especular con que el pequeño país, desacoplado de sus vecinos infectados, se podría convertir en la “Nueva Zelandia de Latinoamérica” y en un fuerte imán para eventos e inversiones internacionales.
Pero luego los casos de covid-19 aumentaron en Uruguay
Sin embargo, eso no sucedió. Hay un dicho uruguayo que indica que reza que en este pequeño país austral —de cerca de 3,5 millones de habitantes— todo tarda un poco más, pero llega. Y cuando una parte del mundo recibía la segunda ola del covid-19, a Uruguay llegó la primera. Aunque no fue un tsunami, a partir de noviembre de 2020 la curva de contagios dejó de ser plana y se elevó.
Según los científicos, la porosa frontera —sobre todo con el sur de Brasil— y el amplio intercambio comercial que allí existe, había permitido que el virus volviera a ingresar, mientras que la apertura cada vez mayor de la economía se había encargado de que circulara cada vez más.
Con los contagios e internados en las unidades de cuidado intensivo creciendo exponencialmente y ante la inminencia de las fiestas de fin de año y el verano austral, el gobierno decidió en diciembre de 2020 volver a cerrar las fronteras y reglamentó el artículo constitucional que en Uruguay garantiza el derecho de reunión. De la “libertad responsable” se pasó a la “convivencia solidaria” y del “quédate en casa” a la noción de “moverse dentro de la burbuja”.
Por esos días estalló la noticia: el semanario Búsqueda publicó que en noviembre de 2020 Uruguay le había respondido a la farmacéutica estadounidense Pfizer que no estaba interesado en su vacuna. Al momento de conocerse la noticia, el gobierno despidió a la persona que envió desde su cuenta el correo electrónico al laboratorio: el coordinador de Relaciones Internacionales del Ministerio de Salud Pública, Franco Allagia.
Casi simultáneamente, la prensa informó que el presidente de Argentina, Alberto Fernández se había ofrecido para ayudar a que Uruguay recibiera la vacuna desarrollada por Rusia Sputnik V. Un ofrecimiento que —según informó el diario El Observador— el presidente Lacalle Pou inicialmente no había considerado y que, una semana después, decidió aceptar.
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Ante esta situación, entrado 2021 Uruguay solo contaba con la promesa de las 1.500.000 dosis que había reservado —y anunciado— en octubre de 2020, en el marco del mecanismo Covax de la Organización Mundial de la Salud (OMS). La fecha de llegada de estas dosis era incierta y, al mismo tiempo, las autoridades uruguayas se unían tarde a la carrera de todos los gobiernos por negociar directamente con las farmacéuticas.
Así, de ser el país destacado en el manejo de la pandemia, Uruguay se convirtió en el único de América Latina sin contar en su territorio con vacunas contra el covid-19. El último en recibirlas.
¿Por qué? Según el diario La Nación, la explicación que da el gobierno uruguayo es que “el país hizo lo que entendía más conveniente, que era ingresar en el mecanismo del Covax (Fondo de Acceso Global para Vacunas Covid-19) y que en la primavera austral había pocos casos y el virus se veía contenido, por lo que no se aceleraron negociaciones con laboratorios en forma bilateral”.
El 22 de enero, el gobierno uruguayo anunció acuerdos bilaterales de compra de vacunas a las empresas estadounidense Pfizer y la china Sinovac. Un anuncio que se confirmó un mes después, el 22 de febrero, cuando el presidente Lacalle Pou anunció el arribo de una primera partida de 192.000 vacunas de Sinovac, que finalmente llegaron desde Chile la noche de este jueves.
Pese a ser el último en recibirlas, las autoridades uruguayas confían en que ahora el país logre vacunar a su población más rápidamente que el resto de Latinoamérica, aprovechando las ventajas de tener un territorio pequeño sin grandes accidentes geográficos, una baja demografía y un sistema universal de salud que accede a todos los rincones.
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Los primeros en ser vacunados, anunció el gobierno uruguayo, serán el personal de la educación, los militares, policías y bomberos. Contrariamente a lo que sucedió en otros países, apenas después será vacunado el personal de la salud, cuando lleguen, presumiblemente en la primera quincena de marzo, las vacunas de la empresa Pfizer, de mayor efectividad comprobada.
Así las cosas, en lugar de aprovechar el buen manejo de la pandemia para reimpulsar la economía, como se avizoraba a mediados de 2020, los efectos económicos y sociales de la crisis se dejaron sentir cada vez más: caída aproximada del 4,5% del PIB (superior al 3% pronosticado por los organismos internacionales, aunque la cifra oficial se conocerá en marzo), aumento de la pobreza de entre dos y cuatro puntos, y un 30% más de personas viviendo en la calle.
Hasta este jueves, Uruguay ha registrado más de 55.695 contagios de coronavirus y 595 muertos. Un promedio de más de 660 contagios diarios desde que comenzó la pandemia y 170 muertos por cada millón de habitantes.
En mayo de 2020, el coordinador del grupo científico que asesora al gobierno, Rafael Radi, había utilizado una analogía futbolera —el lenguaje que mejor entienden los uruguayos— para explicar la situación de control relativo que había en el país: “Es como estar jugando un partido en La Paz a 4.000 metros y estamos aguantando el 0-0, estamos bastante contentos, pero nos pueden golear en tres minutos”. Actualmente, nadie duda que el partido está perdido, aunque no esté claro por cuántos goles.