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Nota del editor: John Avlon es analista político senior de CNN. Las opiniones expresadas en este comentario pertenecen al autor. Ver más opiniones en CNN.

(CNN) – Todavía no sabemos exactamente qué motivó al presunto asesino de ocho personas en los spas del área de Atlanta el martes por la noche, seis de las cuales eran mujeres asiático-estadounidenses.

Pero sí sabemos que los crímenes de odio contra asiático-estadounidenses han ido en aumento desde el inicio de la pandemia de covid-19 en EE.UU.

Estas personas han informado haber sido atacados al menos 500 veces en los primeros dos meses de este año, según la organización Stop AAPI Hate, con un total de 3.795 quejas recibidas durante el año pasado. La mayoría de ellos –un 68%–, fueron acoso verbal, mientras que el 11% involucró agresiones físicas.

En las últimas semanas se conoció el asesinato de un inmigrante tailandés de 87 años, Vichar Ratanapakdee, así como el brutal ataque a un hombre de 67 años en San Francisco que no se menciona públicamente, también la golpiza a un joven de 27 años llamado Denny Kim en el barrio coreano de Los Ángeles, quien dice que sus atacantes gritaron “Tienes el virus chino, regresa a China”.

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Brutal ataque contra hombre de origen asiático en una lavandería de San Francisco
00:40 - Fuente: CNN

En 2020 hubo 29 ataques por motivos raciales contra estadounidenses de origen asiático en la ciudad de Nueva York, según el Departamento de Policía de Nueva York, 24 los cuales se describen como “motivados por el coronavirus”.

Esta creciente ola de violencia llevó a pensar sobre el tema racial después de que se conoció la noticia de los asesinatos en el área de Atlanta.

Es un hecho que el primer brote de covid-19 se informó en Wuhan, China. Pero a las pandemias no les importa la raza o la política o incluso las fronteras nacionales. En todo caso, eso no detiene el chivo expiatorio racial. Vimos una variación en el tema durante la epidemia de influenza de 1918, que algunos etiquetaron como la “gripe española”, y que en realidad se cree que se generó en una base del ejército de EE.UU. en Kansas, cuando se culpó sin fundamento a los inmigrantes y los nativos americanos de propagar la enfermedad en las ciudades del oeste de Estados Unidos.

Es por eso que hubo un rechazo a los intentos por etiquetar esta pandemia como la gripe de China –o “Kung-Flu”–, por parte del presidente Donald Trump, miembros de su gobierno y aliados en los medios de comunicación de derecha. El punto no era la corrección política enloquecida, era la conciencia de los desagradables impulsos que podía desencadenar.

Hemos visto demasiados ejemplos contemporáneos de retórica extrema que conduce a la violencia. El tirador de El Paso, que mató a 22 e hirió a otros 24 que compraban en un Walmart local, dijo a los investigadores que condujo 11 horas para poder atacar a los mexicanos, haciéndose eco de los puntos de vista extremistas sobre una “invasión hispana”.

Hay mucho que no sabemos sobre el presunto tirador del spa de Atlanta en este momento, y la motivación puede ser difícil de destilar. No es necesario decir que su amor a Dios y sus armas divulgado en las redes sociales no significa nada negativo en sí mismo. Ambos tópicos son venerados por millones de estadounidenses respetuosos de la ley. Podría resultar que fue motivado por un asunto más personal que lo llevó a matar.

Pero estos impulsos rara vez se incuban en el vacío, y hemos visto cómo se levantan sentimientos antiinmigrantes y anti-asiáticos en nuestra sociedad, especialmente en los últimos meses.

Según un análisis de la Liga Anti-Difamación (ADL por sus siglas en inglés), las teorías de conspiración y hostilidad anti-asiático-estadounidenses aumentaron un 85% en Twitter en las 12 horas posteriores al diagnóstico de covid de Donald Trump.

El discurso de odio ha sido un problema creciente en EE.UU., con un nuevo informe de la ADL que muestra que la propaganda de los supremacistas blancos casi se duplicó en 2020 a los niveles más altos que jamás hayan registrado. Gran parte de ella presentaba “lenguaje supremacista blanco con un sesgo patriótico” en un esfuerzo por “normalizar el mensaje supremacista blanco y reforzar el reclutamiento mientras apunta a grupos minoritarios”.

La Oficina del director de Inteligencia Nacional publicó una evaluación de amenazas sobre el extremismo violento interno, que el secretario del Departamento de Seguridad Nacional, Alejandro Mayorkas, describió como “la mayor amenaza” para Estados Unidos. El informe destaca los desafíos particulares de confrontar a los extremistas solitarios, a quienes Mayorkas describió como “dispuestos y capaces de tomar esas ideologías y ejecutarlas de manera ilícita, ilegal y violenta”. Estas amenazas no son nuevas para EE.UU. pero están otra vez en aumento.

Estados Unidos es una nación de inmigrantes. Somos la nación grande más diversa del mundo, que deberíamos considerar como nuestro mayor recurso renovable. Los estudios muestran que los inmigrantes tienen muchas más probabilidades que los estadounidenses nativos de iniciar negocios y más de un tercio de los premios Nobel otorgados a los estadounidenses en ciencias se otorgaron a inmigrantes. Los asiático-estadounidenses no solo son el grupo de inmigrantes de más rápido crecimiento en EE.UU., sino que también tienen tasas más altas de títulos universitarios e ingresos que la población en general.

Además, los asiático-estadounidenses también han sido parte del tapiz estadounidense durante mucho tiempo, y no es la primera vez que experimentan períodos de profunda discriminación. La Ley de Exclusión de Chinos fue una ley notoria que codificó la discriminación contra los asiáticos en 1882, haciendo que la inmigración fuera ilegal y prohibiendo a los estadounidenses de origen chino convertirse en ciudadanos. Fue derogada en 1943, aproximadamente al mismo tiempo que el presidente Franklin Delano Roosevelt instaló campos de internamiento japoneses-estadounidenses.

Este es un aspecto horrible de la historia estadounidense, pero debe recordarse para no repetirlo.

La discriminación no nos define como nación. Una década después de los campos de internamiento, Estados Unidos eligió a su primer senador asiático-estadounidense, Hiram Fong de Hawai, hijo de inmigrantes chinos. Unos años más tarde se le unió el senador Daniel Inouye, japonés estadounidense que luchó con la célebre 442ª de Infantería durante la Segunda Guerra Mundial y sirvió en el Senado durante medio siglo.

Un compromiso fundamental con la inclusión y la igualdad ante la ley es la tradición estadounidense alternativa, que se persigue de manera irregular pero, en última instancia, logra un progreso medible con el tiempo. Como declaró Frederick Douglass en un gran discurso de 1869 en el que defendió los derechos de los asiático-estadounidenses que ya estaban siendo atacados, somos, en el mejor de los casos, una “nación compuesta”.

“Somos un país de todos los extremos, lados y opuestos; el ejemplo más conspicuo de nacionalidad compuesta en el mundo”, afirmó Douglass. “Existen cosas en el mundo como los derechos humanos. No descansan sobre un fundamento convencional, pero son eternos, universales e indestructibles”.

Frente al prejuicio y la violencia incluso hoy, ese compromiso con la igualdad de derechos, bajo la ley, es todo lo que se requiere para reconocer la injusticia y exigir un camino diferente, consistente con los ideales estadounidenses, no con nuestros temores.