Nota del editor: Roberto Izurieta es director de Proyectos Latinoamericanos en la Universidad George Washington. Ha trabajado en campañas políticas en varios países de América Latina y España, y fue asesor de los presidentes Alejandro Toledo, de Perú; Vicente Fox, de México, y Álvaro Colom, de Guatemala. Izurieta también es colaborador de CNN en Español. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor. Ver más opiniones en cnne.com/opinion
(CNN Español) – Conocí a Guillermo Lasso hace más de 25 años y he colaborado con él y su campaña actual de manera informal. En esos tiempos, se destacaba como un exitoso joven en el ambiente financiero de Guayaquil. Luego, dirigió el Banco de Guayaquil y hace 10 años tomó la decisión de dedicarse completamente a la política. Fue audaz en esos tiempos porque se atrevió a disputarle el poder a Rafael Correa en su última elección (2013). La ley electoral creada por el mismo Correa básicamente establecía el monopolio de las campañas electorales a la publicidad del Gobierno: era un instrumento muy útil para mantener y concentrar el poder. Luego de cuatro años, en 2017, Lasso compitió contra el candidato escogido por Rafael Correa: Lenín Moreno. Hoy, compitió y ganó al último delfín de Correa: Andrés Arauz.
En la primera vuelta electoral, Ecuador tenía 16 candidatos para escoger. Al igual que la primera vuelta en Perú, para los votantes es difícil decidir entre tantos candidatos. Un buen sistema de partidos debería preseleccionar los candidatos entre sus líderes y no dejar esa confusa decisión a todos los votantes, agravada por una ley electoral disfuncional.
Andrés Arauz pasó muy cómodamente a la segunda vuelta y su contendor se disputaba en un virtual empate entre Guillermo Lasso y Yaku Pérez. La comunicación inoficiosa del Consejo Nacional Electoral (CNE) de Ecuador, con un apresurado anuncio de resultados provenientes de actas electorales, agravó la confusión de esa noche electoral. En ese mismo momento, Yaku Pérez llamaba al movimiento indígena a las calles, rodeó el CNE y convocó públicamente a Guillermo Lasso a presentarse para un debate en vivo. En una decisión políticamente audaz y arriesgada, Guillermo Lasso acepta el reto y acude al CNE donde se produce un encuentro público y abierto que fue un ejemplo de madurez democrática: para eso están hechos los líderes.
Con ese encuentro comenzó la segunda vuelta electoral. En realidad, haciendo cualquier cálculo serio e independiente, era claro que Guillermo Lasso pasaría a la segunda vuelta, pero con ese encuentro, Guillermo Lasso retomó la iniciativa política y fue la conversación ciudadana políticamente más importante de la segunda vuelta.
Mientras tanto, con semejante ventaja en la primera vuelta, Andrés Arauz se dedicó a gobernar antes de tiempo. Se reunió en México con su líder Rafael Correa y con su equipo, dando la impresión de un anticipado consejo de gabinete ministerial.
Las múltiples fotos de dicha reunión solo podrían haberse hecho públicas por ellos mismos para enviar un claro mensaje del liderazgo de Correa sobre el equipo de Arauz. Ese encuentro termina siendo el segundo evento importante de la campaña y fue un error del equipo de Andrés Arauz. Rafael Correa mantenía el liderazgo, pero para votar por él había que votar por otro una vez más. En este caso, Andrés Arauz. Eso le funcionó a Héctor José Cámpora en Argentina hace casi 50 años, cuando hizo campaña usando la frase “Campora a la presidencia, Perón al poder”, mientras Juan Domingo Perón estaba exiliado en España. Pero Correa no tiene la fuerza que tenía Perón.
Luego, vino el único debate presidencial. En la primera vuelta, Arauz solo asistió a uno porque era obligatorio aunque los candidatos recibieron invitaciones para muchos. Andrés Arauz es bien formado, rápido e inteligente, pero para mí tiene un problema con la verdad y Guillermo Lasso capitalizó aquello. Como yo lo vi, Lasso dio la impresión de entrar con un libreto predefinido y rígido, pero inmediatamente se dio cuenta y comenzó a debatir contra Arauz con espontaneidad y capacidad: Guillermo Lasso fue auténtico y salió victorioso del debate.
Mientras Andrés Arauz y su equipo seguían en una onda triunfalista, Guillermo Lasso dio un giro a su campaña: la acercó a la gente y sus problemas dando paso a su nueva línea: los encuentros. De esta manera, Lasso pasa de una primera vuelta donde daba la idea de dar lecciones basado en su capacidad y experiencia, a eventos genuinos con la enorme diversidad del electorado nacional. Fue un éxito.
La verdad es que más que ganar, las elecciones se pierden y Andrés Arauz y el correísmo perdieron la suya por méritos propios. Por ejemplo, miremos los 10 años que gobernó Correa con la bonanza petrolera. Para tener una idea, Jamil Mahuad (presidente de Ecuador de 1998 a 2000) gobernó con un precio del petróleo que bajó hasta US$ 10,82 por barril y Correa tuvo la suerte de que llegó a US$ 145,31. La gente recuerda esa bonanza, pero después vino el endeudamiento y se pagó caro. A Lenín Moreno le ha tocado restructurar semejante deuda y sin un petróleo alto.
Pero en los años de bonanza petrolera, había un sector social que recibió de lejos muchos más privilegios que la gran mayoría y ellos fueron el grupo de poder político. El último gran escándalo de la campaña reflejó eso. Andrés Arauz recibió la plata de la venta de su renuncia al Banco Central luego de trabajar allí solo 2 de los últimos 12 años, según reportó la agencia Efe, cuando cientos de empleados del Banco Central que han trabajado más de 25 años aún esperan su liquidación. Arauz explicó la situación en su cuenta de Twitter diciendo que se fue a estudiar en 2017, con licencia y sin sueldo, y que lo despidieron en 2020. Eso terminó siendo para algunos una muestra que recordaba el privilegio y abuso del poder.
Durante los 10 años del correismo, también se hicieron de muchos enemigos: sobre todo entre los medios de comunicación y los periodistas profesionales e independientes. Los escándalos de corrupción terminan ofendiendo a miles que ahora deben combatir la pandemia con pobreza. De nuevo, la ley electoral en Ecuador es rígida y disfuncional, por lo que no es posible realizar una campaña nacional articulada y de impacto. En estos casos, la campaña termina siendo orgánica y espontánea, liderada por miles que luchan para no permitir la impunidad de los abusos del poder y que buscan una recuperación de la grave crisis económica, que, en el caso de Ecuador, siendo una economía dolarizada, requiere creer en ella y, en mi opinión, Guillermo Lasso lo hizo con mucha claridad. Incluso a pesar de que hubiera formado parte del Gobierno durante la crisis financiera de los 90, uno de los argumentos de la campaña en su contra, eso no tuvo tanto peso para afectarlo.
El gran triunfo electoral se lo debe al pueblo ecuatoriano: todos los demás fuimos tan solo canales de expresión de esa voluntad, en mi caso, en calidad de amigo de Guillermo Lasso por muchos años. El gran mérito recae en la madurez del pueblo ecuatoriano que Lasso supo canalizar exitosamente, enviando un claro mensaje al país y la región.