(CNN Español) – Mónica Lotti aprieta la cara contra la ventana del módulo del CTI, y mira hacia donde está uno de sus pacientes en mejor estado de salud conectado a un ventilador no invasivo.
“¿Querés que te traiga una radio?”, le dice desde afuera, gesticulando para que la vea a través de la máscara. “Así se te hacen más cortos los días”. El paciente le hace un gesto de ‘no’ con la mano y la Dra. Lotti suspira. Se da vuelta y le indica a una de las enfermeras los próximos pasos que van a probar con el paciente, el único de toda la sala azul del centro de asistencia Casmu, en Uruguay, que está sin intubar. El menos grave de todos.
Con los demás ya no puede hablar. Se trata de probar medicamentos, mecanismos terapéuticos y esperar con fe a que evolucionen. Pero muchos de ellos (el 80% de los que están con respirador) mueren. Y ella no los olvida. “Hay pacientes que no se pueden olvidar. En lo personal, me cuesta procesarlo y sacarlos de mi cabeza”, dice.
“Tenemos una mortalidad muy elevada”, dice el coordinador de los CTI del Casmu, Marcelo Gilard. Una mortalidad cuyo índice viene creciendo: del 42% de todos los internados en cuidados intensivos en febrero al 49% en abril, según los datos de la Sociedad Uruguaya de Medicina Intensiva (Sumi) sobre la situación en los hospitales de Uruguay.
Durante el año pasado, Uruguay fue destacado como uno de los países que mejor manejó la situación. Los contagios de covid-19 se mantuvieron a raya, hubo pocos muertos y prácticamente todos los casos tenían un estricto seguimiento epidemiológico. Sin embargo, a fines de 2020 los contagios empezaron a crecer de manera cada vez más intensa, hasta que, en marzo, ese crecimiento se volvió exponencial y las autoridades anunciaron que habían perdido definitivamente el hilo epidemiológico.
De tener uno de los mejores resultados de la región, pasó a tener uno de los de peores. Entre marzo y abril, Uruguay se convirtió en el país con mayor índice de contagios semanal, según el portal Our World in Data. Y ese aumento vertiginoso de casos tuvo su traducción en el aumento constante de internados en CTI, que se triplicaron en los últimos 30 días. En las últimas semanas hubo un aumento de las camas con respiradores de un 23% que evitó un colapso sanitario, pero no la sensación de agotamiento del personal médico.
Hospitales de Uruguay, desbordados
“Sobrecarga”. Esa es la palabra que utiliza Marcelo Gilard para describir la situación del CTI de su centro asistencial, que duplicó con creces las camas disponibles (de 36 a 80). Del total, 68 están destinadas a pacientes con covid-19. Incluso las que antes eran salas pediátricas ahora están dedicadas a la tarea de combatir el virus. Las salas se organizan por colores: azul, verde, blanco, rosado y el block quirúrgico. “Y están todas ocupadas”, aclara.
“En un momento la demanda fue muy intensa”, dice la doctora Lotti, “porque se agrandó tan rápido, tan rápido (la cantidad de contagios) y hubo que agrandar (la capacidad de CTI). Y en algunas unidades hacía falta personal de enfermería y médico. Los que estábamos teníamos que cubrir todos los vacíos”. En tanto, la licenciada en enfermería Ana Bucer agrega: “siempre hay ingresos, no hay camas libres, digamos. Y son pacientes que vienen en un estado que ya está complicado y cuesta mucho tiempo recuperarlos y hay muchos fallecidos. Entonces es complicado”.
Una situación de desborde, sumada al tiempo que llevan los médicos trabajando, que ha empujado al personal sanitario hasta el límite, como afirma la licenciada Ana Bucer. “Hay situaciones que estás al límite, ¿no? Pero por el momento la vamos remando”. “Abrumada, esa es la palabra. Abrumada. En ningún momento pensé que iba a ser así. Es desesperante a veces”, añade la doctora Lotti.
En los CTI de los hospitales de Uruguay, el personal parece salido de alguna película futurista, distópica. La gente aquí dentro no tiene cara. Túnica, sobretúnica, guantes, más guantes, alcohol, cobertor para el pelo, máscaras quirúrgicas, lentes, máscaras de plástico… Capa tras capa. En medio de esas estrictas medidas de bioseguridad, cada movimiento, cada entrada a cada módulo implica un largo proceso. Pese a eso, la situación en este sentido ha mejorado: hoy prácticamente todo el personal de salud de Uruguay que interactúa con el covid-19 está vacunado, lo que ha disminuido el ausentismo.
La única luz al final del túnel
La vacunación, que avanza a buen ritmo en Uruguay, es precisamente la única luz al final del túnel que ven los profesionales de la salud, y que auspician. Hoy Uruguay tiene al 32% de su población vacunada con una dosis y 15% con ambas dosis de las vacunas Sinovac (en su mayor parte), Pfizer y AstraZeneca.
Pero esa luz al final del túnel no alumbra todavía los CTI, que viven su peor momento desde que empezó la pandemia. La luz que sí ven los intensivistas es la de la calle, al salir de sus guardias médicas. Mónica Lotti cuenta lo que siente cuando termina su guardia, habitualmente un par de horas después de lo que marca su horario. Cuesta “un rato largo poder darme cuenta de que estoy en otro lado. Poder recuperar mi sentir, mi vida”, explica. Algo similar siente Marcelo Gilard, quien cuenta que, antes de llegar a su casa, habitualmente necesita dar alguna vuelta por la plaza cercana a donde vive, tratando de bajar tensiones y recuperar su vida.
Pero una de las cosas que más le impactan a ambos es el intenso movimiento que ven en las calles de Montevideo: algo que los médicos y científicos del país han recomendado reducir, para intentar disminuir los contagios. “El ver a la gente en parques, sin tapabocas, compartiendo comidas, bebidas… quizás esas personas deberían darse una vuelta por acá, por un CTI, recorrer un CTI y vivir lo que es una tarde acá”, sostiene Gilard. “Son como dos mundos separados totalmente. Ajenos”, apoya Lotti. Y la licenciada Bucer agrega: “a veces pienso que por qué no viven lo que nosotros vivimos”.
Y lo que muchos de ellos viven no termina con la vida de aquellos pacientes a los que no pueden salvar en los hospitales de Uruguay. Mónica Lotti trabaja como intensivista hace más de dos décadas, y asegura que siempre ha manejado “bastante bien” la convivencia permanente con la muerte. Pero ahora ve que todo ha cambiado: “Ver un paciente con el cual hablamos, tenemos una buena relación, está espectacular hoy de tarde (…) y al otro día cuando llego está muerto y tengo que informarle a la familia”. “Porque antes los pacientes paraban, morían, pero no de esta manera. No de esta manera. Es anímicamente mucho más difícil, si uno se toma el trabajo en serio de procesarlo. Y a veces algunos pacientes más que otros pegan y pegan muy duro”.
A la hora de escribir esta nota, el paciente de la sala azul que estaba despierto y en mejor estado que el resto está intubado. Su condición se agravó y pelea por su vida.