(CNN) – Durante su carrera de más de 60 años, Robert Ballard realizó más de 150 expediciones submarinas e hizo innumerables descubrimientos científicos importantes.
Pero el renombrado oceanógrafo dice que hizo las paces con el hecho de que probablemente siempre será conocido como “el hombre que encontró el Titanic”.
Según Ballard, su madre predijo que nunca podría escapar de ese “viejo barco oxidado” cuando la llamó para decirle que había localizado el famoso naufragio en 1985.
En sus próximas memorias, “Into The Deep”, Ballard recuerda que entró al estreno de la película “Titanic” en 1997 con el director de la película, James Cameron, quien se dirigió a él y le dijo: “Ve tú primero. Tú lo encontraste”.
“Las madres siempre tienen razón”, dice a CNN Travel. “Estoy seguro de que mi obituario dirá algo como ”el hombre que encontró el Titanic murió hoy”.
“En muchos sentidos me ha liberado para soñar otros sueños. Así que me siento emancipado en muchos sentidos”.
Y esos “otros sueños” siguen evolucionando después de décadas de explorar las profundidades marinas.
“Cuando los niños me preguntan ‘cuál es tu mayor descubrimiento’, siempre les digo ‘es el que estoy a punto de hacer’”, dice.
Aunque Ballard admite que es poco probable que añada otras 100 expediciones a su cuenta, planea “seguir haciendo algunas” mientras pueda.
En sus memorias, que saldrán a la venta a finales de este mes, se adentra en su asombrosa carrera, y también se sincera sobre algunos de los momentos más decisivos de su vida personal, como la trágica muerte de su hijo.
“Cumplo 79 años en junio. Era el momento perfecto [para contar mi historia]”, dice sobre el libro, escrito con la ayuda del periodista de investigación del diario The New York Times Christopher Drew.
“Con la pandemia, no iba a salir al mar. Tenía mucho tiempo libre”.
La fascinación de Ballard por el océano comenzó a una edad temprana. A los 12 años ya había decidido que quería ser el capitán Nemo de la clásica novela de ciencia ficción de Julio Verne “Veinte mil leguas de viaje submarino” cuando fuera mayor.
“Ese fue el momento crucial en el que decidí que quería ser no solo oceanógrafo, sino también oficial de la marina”, dice.
“Algo de lo que nunca he hablado mucho es que soy disléxico y que aprendo de forma diferente. No leí ‘Veinte mil leguas de viaje submarino’, sino que vi la película producida por Disney”.
Ballard obtuvo grados en química y geología y un máster en geofísica en la Universidad de Hawai.
En 1965, tras ser llamado al servicio militar, se incorporó a la Marina de EE.UU. y fue asignado al Grupo de Inmersión Profunda de la Institución Oceanográfica de Woods Hole, donde ayudó a desarrollar el Alvin, un sumergible para tres personas con un brazo mecánico.
Pasó gran parte de la década de 1970 explorando el océano en el Alvin, alcanzando los 2.750 metros para explorar la Dorsal mesoatlántica, además de unirse a una expedición que descubrió respiraderos térmicos en la Falla de Galápagos.
Viaje al Titanic
A estas alturas ya estaba preparado para asumir la enorme tarea de intentar localizar el transatlántico de pasajeros del Reino Unido que se hundió en el Atlántico Norte el 15 de abril de 1912.
Aunque Ballard admite que nunca fue un “fanático del Titanic”, se obsesionó con la búsqueda de los restos del naufragio tras ser testigo de varios intentos fallidos de otros exploradores.
“El Titanic era claramente el gran Monte Everest en ese momento”, explica. “Muchos otros lo habían intentado. Muchos que pensé que habrían tenido éxito, o que deberían haberlo tenido pero no lo hicieron”.
En octubre de 1977 hizo su primer intento de localizar el barco, utilizando el buque de salvamento de aguas profundas Seaprobe, un barco de perforación con equipo de sonar y cámaras sujetas al extremo del tubo de perforación.
Sin embargo, Ballard se vio obligado a admitir la derrota cuando el tubo de perforación se rompió.
Una vez que regresó de la expedición, comenzó a desarrollar robots que pudieran recorrer el fondo del océano recogiendo imágenes e información.
“El Titanic fue en realidad la primera vez que usamos este tipo de tecnología”, explica. “En todas las expediciones anteriores, me metí físicamente en los submarinos”.
“Llegar hasta allí [la mayor profundidad del océano] llevaba dos horas y media. Así que son cinco horas de viaje. Una vez bajé 6.000 metros, lo que me llevó seis horas y casi me mata”.
Una vez que Ballard se sintió seguro con la tecnología de los sumergibles robóticos, supo que podría volver al lugar y estudiar el fondo del océano por horas y horas sin tener que subirse a un submarino.
Pero quedaba el pequeño problema de conseguir la financiación necesaria para apoyar una expedición tan costosa e importante.
Recién en los últimos años Ballard pudo ser completamente honesto sobre los acontecimientos, ahora desclasificados, que lo llevaron a descubrir el naufragio.
La expedición formaba parte de una misión militar secreta de Estados Unidos para recuperar dos submarinos nucleares naufragados, el Thresher y el Scorpion, que se habían hundido en el fondo del Atlántico Norte.
Antes de aceptar la misión, que fue aprobada por el entonces presidente de EE.UU. Ronald Reagan, preguntó si podía buscar el Titanic cuando hubiera completado la tarea ultrasecreta.
Aunque nunca se le concedió explícitamente el permiso para buscar los restos del naufragio, Ballard afirma que se le dijo que podía hacer prácticamente lo que quisiera una vez que hubiera encontrado los submarinos nucleares.
“Debo decir que fue difícil para mí porque no pude decir la verdad durante muchos, muchos, muchos años sobre quién pagó realmente por esto”, admite.
“Fue una misión confidencial en la que participé en plena Guerra Fría. Nos enfrentábamos a la Unión Soviética y esto [la búsqueda del Titanic] era una tapadera”.
Tras completar la misión con 12 días de sobra, Ballard y su equipo partieron en busca del Titanic en el Argo, un vehículo de alta mar con una cámara a control remoto que transmitía imágenes en directo desde el fondo del mar a una sala de control en el Knorr, el buque de investigación de remolque en el que se encontraban.
El 1 de septiembre de 1985 se dieron cuenta de que habían localizado restos del barco hundido que chocó contra un iceberg frente a la costa de Terranova durante su viaje inaugural.
Lo que sintió tras descubrir el Titanic
Aunque al principio celebró el descubrimiento, la enormidad de la tragedia, que provocó la muerte de más de 1.500 personas, sobrepasó rápidamente a Ballard y a todos los que estaban a bordo del Knorr.
“Hacia las dos de la madrugada, alguien comentó que nos acercábamos a la hora de la noche en la que el Titanic se había hundido en un mar tan tranquilo como el que teníamos ahora”, escribe en “Into the Deep”.
“No fue hasta este momento cuando la emoción de la tragedia me golpeó por completo. Sé que suena raro, pero fue bastante inesperado”.
“Nunca había sido un fanático del Titanic. Claro, había querido encontrarlo, y había sido muy competitivo en eso”.
“Pero una tragedia mundial ocurrió en ese lugar, y ahora el sitio mismo se apoderó de mí. Su emoción me llenó y nunca me abandonó”.
Ballard continúa describiendo su horror ante la “manía del Titanic”, que se desató cuando se hizo pública la ubicación del naufragio y “los inversores vieron signos de dólar”.
“Sin darnos cuenta, habíamos abierto todo esto cuando encontramos los restos del naufragio, y se había convertido en un feo carnaval, un insulto al destino del Titanic y a todos los que perdieron la vida en sus últimas horas”, escribe.
Planes de museo submarino
En los años posteriores al hallazgo del barco, Ballard conoció a varios de los supervivientes, muchos de los cuales eran apenas unos bebés cuando se hundió, y dice sentirse honrado de ser “parte de esa historia”.
Aunque cree que deberían dejar el lugar en paz, entiende por qué la gente está tan desesperada por verlo.
Por eso tiene previsto crear museos submarinos tanto del Titanic como de su barco gemelo, el Britannia, que se hundió en el mar Egeo en 1916, para que los visitantes puedan viajar a ambos naufragios de manera electrónica.
“Tenemos la tecnología que hace posible que uno se enganche literalmente al Titanic”, explica.
“Así que estoy muy seguro de que dentro de una década seremos capaces de hacerlo. Porque no va a ir a ninguna parte. Dicen que se está desmoronando. Pero no es así. Está siendo amado hasta la muerte por los visitantes más de lo que la madre naturaleza lo está atacando”.
Después del Titanic, Ballard descubrió los restos del patrullero de John F. Kennedy de la Segunda Guerra Mundial, el acorazado alemán Bismarck y varios barcos antiguos en el mar Negro.
Pero dice que apenas ha arañado la superficie cuando se trata de todos los barcos hundidos que hay.
“Si los sumamos, quizá he encontrado 100 [naufragios], que es más que nadie”, admite. “Pero las Naciones Unidas dicen que hay más de tres millones de naufragios en el océano”.
En búsqueda de Amelia
En 2019, Ballard dirigió una expedición en una misión para resolver el misterio de la desaparición de la aviadora Amelia Earhart y su navegante Fred Noonan en 1937.
Él y su equipo, que ahora incluye a su hija Emily, pasaron dos semanas buscando los restos del Lockheed Electra alrededor de Nikumaroro, una isla deshabitada que forma parte de la nación micronesia de Kiribati.
Aunque no pudieron desenterrar ninguna señal del avión, Ballard dice que no se ha rendido, señalando que no encontró el Titanic en su primer intento.
“National Geographic me está patrocinando para que vuelva a buscar los restos del avión el año que viene”, dice.
“Así que estén atentos a eso. Está ahí. No es que esté buscando el monstruo del Lago Ness, aunque ya lo hice”.
Pero Ballard admite que la inmensidad de Nikumaroro “plantea un montón de problemas”.
“Estoy esperando nuevas tecnologías, un día más brillante, un mar más tranquilo”, añade. “Puede que no sea yo quien encuentre a Amelia. Podría ser Emily [su hija] o alguien más en una próxima generación”.
“O quizá nunca se encuentre a Amelia, pero todo lo que hemos aprendido buscándola nos llevará a algún otro descubrimiento”.
Aunque la lista de logros de su carrera, que incluye haber ayudado a confirmar el concepto de tectónica de placas, es bastante extraordinaria, Ballard considera que descubrir los ecosistemas de respiraderos hidrotermales y, en última instancia, redefinir nuestra comprensión del origen de la vida es lo más significativo.
“Ese fue claramente un descubrimiento seminal”, señala.
La próxima generación
Aunque siempre está buscando “la próxima puerta que se abra”, estos días el hombre de 78 años dedica sus energías a guiar a la próxima generación de exploradores, y regularmente da charlas sobre la exploración de los océanos en las escuelas.
“Me encantan los niños”, explica. “Recuerdo que, cuando volví a casa después de encontrar el Titanic, recibí 16.000 cartas de niños de todo el mundo diciendo: ‘La próxima vez que vayas, ¿puedo ir contigo?”, cuenta.
“Le digo a la próxima generación que va a explorar más de la Tierra que todas las generaciones anteriores juntas. Así que la era de la exploración acaba de empezar con esta tecnología. Siento cierta envidia, porque me encantaría vivir otros 100 años. Pero no creo que lo consiga”.
Sin embargo, está más que satisfecho con sus contribuciones y dice que está orgulloso de haber sentado las bases para que los próximos exploradores oceánicos asuman desafíos aún mayores.
“Me criaron con dichos, y mi favorito es uno que me dio mi abuela: ‘grande es la persona que se sienta en un árbol sabiendo que nunca se sentará a su sombra’”, dice.
“Y eso es lo que intento hacer con la próxima generación de exploradores. No me sentaré a la sombra de sus árboles”.
Aunque pueda estar yendo a un segundo plano, Ballard sigue estando en el centro de la acción.
Hace más de una década, tomó la decisión de conseguir su propio barco después de “utilizar el de otras personas durante muchos, muchos años” y ahora, por fin, tiene el equipo y la tecnología instalados de la forma que había imaginado originalmente.
“Lo llamamos el ‘cuerpo de exploración’ y ese equipo ahora está realmente en su sitio”, explica.
“Saldré a navegar. El barco está ahora mismo en el dique seco. Me están ampliando toda la parte trasera porque tengo un montón de juguetes nuevos con los que quiero jugar”.
El barco de investigación de Ballard, de 64 metros y de nombre Nautilus, toma el nombre de la nave submarina del capitán Nemo en la historia clásica que le inspiró a “soñar a lo grande”.
Él y su equipo de exploradores suelen transmitir en directo sus encuentros mientras realizan exploraciones científicas del fondo marino con vehículos submarinos.
“Ese es mi Nautilus, justo ahí”, dice, señalando una imagen de satélite de la nave detrás de él. “Y me está esperando”.
“Hay que soñar en grande para marcar la diferencia en esta vida, y yo pienso seguir soñando. Aún me espera un mundo de descubrimientos”.
– “Into the Deep: A Memoir from the Man Who Found Titanic” saldrá a la venta el 11 de mayo. National Geographic estrenará el documental “Bob Ballard: An Explorer’s Life”, de una hora de duración, el 14 de junio.