Nota del editor: Roberto Rave es politólogo con especialización y posgrado en Negocios Internacionales y Comercio Exterior por la Universidad Externado de Colombia y la Universidad de Columbia en Estados Unidos. También posee estudios en Administración de la Universidad IESE de España y es candidato a la Maestría de Administración de Negocios por la Universidad de Miami. Es columnista del diario económico colombiano La República. Fue escogido por el Instituto Internacional Republicano como uno de los 40 jóvenes líderes más influyentes del continente. Fue asesor del Congreso de la República de Colombia en 2016 y de la Alcaldía de Medellín en 2018, así como fundador del Centro de pensamiento Libertank. Síguelo en Twitter. Las opiniones expresadas en esta columna son exclusivas del autor.
(CNN Español) – Es una tarea compleja escribir sobre la situación que hoy vive mi país. La desesperanza, el negativismo, la frustración, la polarización, la violencia y la rabia han tomado Colombia. Hoy nos enfrentamos a una crisis de angustia casi generalizada, una crisis también de información (o más bien de desinformación), un vacío de liderazgos propositivos y cercanos que entiendan las circunstancias que muchos ciudadanos viven. Nos enfrentamos en el fondo a un juego entre el pesimismo, la desilusión, el odio, el resentimiento y el rencor, contra la esperanza, la oportunidad de ser propositivos y de cambiar la realidad.
Convocado por el presidente de la Central Unitaria de Trabajadores de Colombia (CUT) Francisco Maltés Tello, y por la Federación Colombiana de Trabajadores de la la Educación (Fecode) el 28 de abril comenzó el paro nacional contra la reforma tributaria planteada por el presidente Iván Duque. Hoy ya no existe esa reforma por la que se movilizaron algunos colombianos. El gobierno la retiró el 2 de mayo mientras se inicia una rueda de diálogos para construir una nueva propuesta.
Aún así, el paro continúa con nuevas exigencias, a la vez que la delincuencia infiltra las marchas pacíficas, como lo ha señalado el ministro de Defensa, para crear más caos y aumentar el hambre causado por la crisis social de la pandemia, mientras que la fuerza pública es acorralada y aturdida por errores y excesos de algunos de sus miembros.
El presidente Iván Duque dijo que hay actualmente 65 acusaciones contra militares y policías por sospechas de haber cometido delitos en el marco de las protestas. Algunas organizaciones de derechos humanos han denunciado represión violenta por parte de las autoridades.
Un día de paro le genera a los comerciantes inmensas pérdidas. Por otro lado, más de 500.000 microempresas han cerrado por el covid-19, sin olvidar que las pequeñas y medianas empresas representan más del 90% del tejido empresarial de Colombia.
Se suman a la pandemia económica los cierres y la destrucción ocasionada por las marchas, además de los bloqueos de vías que tienen agonizando un sistema de salud debido a que impiden la movilización del 45% de la flota que transporta el oxígeno medicinal requerido con urgencia en todos los hospitales.
Los bloqueos afectan también el ingreso de alimentos a las ciudades. Solo en Cali hay “45 millones de huevos y 5.000 toneladas de pollo represadas en el departamento, y 16.000 toneladas de alimento concentrado bloqueadas hace cuatro días”, según le dijo al diario La República Esteban Piedrahita, presidente de la Cámara de Comercio de Cali, el 1 de mayo.
Analizar lo que ocurre hoy en Colombia exige pensar globalmente, porque las protestas y los actos hoy vividos se suman a lo ocurrido en Estados Unidos con el movimiento Black Lives Matter, o en Francia con la manifestación de los “chalecos amarillos” o en Chile y Ecuador. Por eso me atrevo a citar una reflexión mundial de la filósofa Martha C. Nussbaum en su libro “Sin fines de lucro: por qué la democracia necesita de las humanidades”:
“Se están produciendo cambios drásticos en aquello que las sociedades democráticas enseñan a sus jóvenes, pero se trata de cambios que aún no se sometieron a un análisis profundo. Sedientos de dinero, los Estados nacionales y sus sistemas de educación están descartando, sin advertirlo, ciertas aptitudes que son necesarias para mantener viva la democracia. Si esta tendencia se prolonga, las naciones de todo el mundo en breve producirán generaciones enteras de máquinas utilitarias en lugar de ciudadanos cabales con la capacidad de pensar por sí mismos, poseer una mirada crítica sobre las tradiciones y comprender la importancia de los logros y los sufrimientos ajenos. El futuro de la democracia a escala mundial pende de un hilo”.
Es cierto que en Colombia hay 3,6 millones de colombianos que entraron en la pobreza el año pasado como resultado de la gran crisis económica creada por el covid-19.
Pero también es cierto que Colombia es un país de avances trascendentales. Por ejemplo, en 1995 la cifra de protegidos por el sistema de salud en el país llegaba a 29,2% y para 2018 ya alcanzaba el 97,78% de la población, la esperanza de vida se incrementó de 73 años en 2002 a 77 años en 2019.
Pasamos de tener 700 kilómetros de vías doble calzada en 2009 a 2.279 kilómetros en 2019. Ese mismo año se crearon 309.463 nuevas empresas. La educación superior aumentó su cobertura del 25,58% en 2003 al 49,32% en 2015. Aún con nuestros problemas de productividad y en la tasa de cambio, el PIB per cápita de los colombianos pasó de US$ 5.472 en 2008 a US$ 6.428 al cierre de 2019.
Internet, que arribó a Colombia en 1995, se ha democratizado a una gran velocidad y hoy el país se encuenta en los primeros lugares de Latinoamérica en penetración de internet: más del 50% está conectado.
La pandemia podría afectar estos avances, pero la historia nos muestra que si fuimos capaces de avanzar con el terror de las mafias y Pablo Escobar, si dimos pasos adelante como país con un narcotráfico y una guerrilla fortalecida, podremos marchar por la senda del desarrollo social y económico durante esta pandemia. El aumento de un pánico que olvida los avances de Colombia puede producir la fuga de empresas y capitales hacia otros países que brinden más estabilidad para la generación de empleo y la producción de riqueza.
Nos comparamos todo el tiempo con lo que quisiéramos que Colombia fuera, pero olvidamos de dónde venimos, olvidamos lo que hemos logrado y construido con el tiempo. En Colombia olvidamos haber vencido la época en la que varias de nuestras ciudades figuraban en la lista de las más violentas del mundo, olvidamos la victoria sobre el miedo en una época en la cual los secuestros eran el pan de cada día, olvidamos las noticias internacionales que recomendaban no invertir ni visitar nuestro país, olvidamos que pasamos de llevar alimentos y productos a lomo de mula a tener una infraestructura aceptable para que los servicios lleguen a todos los rincones del país. Esa amnesia selectiva nos impide construir sobre la realidad y nos lleva a destruir por los anhelos y las frustraciones.
No todo está mal como lo pretenden plantear algunos líderes en Colombia, pero sí es cierto que debemos mejorar en muchos aspectos como país ,de manera contundente y rápida. Disminuir la corrupción, aumentar la calidad educativa y fomentar el empleo y la creación de más negocios y emprendimientos es el camino. Esto se logra con una Colombia unida, no dividida por discursos de odio y desesperanza.