Nota del editor: Dean Obeidallah, un exabogado, es el presentador del programa de radio de SiriusXM “The Dean Obeidallah Show” y columnista de The Daily Beast. Puedes seguirlo en @DeanObeidallah. Las opiniones expresadas en este texto son suyas. Ve más artículos de opinión en CNN.
(CNN) – No hay ganadores en la actual batalla entre Hamas e Israel. La pérdida de vidas en ambos bandos, aunque desigual, es desgarradora. Hasta el domingo por la noche, el número de palestinos fallecidos es de 212, incluidos 61 niños. Al menos 10 israelíes han muerto por los cohetes de Hamas.
Sin embargo, si la historia sirve de guía, después de que se alcance un alto el fuego, el conflicto desaparecerá lentamente de los titulares, el mundo volverá a sus asuntos y se olvidarán de los palestinos en gran medida, una vez más.
Para quienes desean sinceramente una paz justa y duradera en Medio Oriente, esta vez debe ser diferente. El mundo, y especialmente el Gobierno de Joe Biden, no puede mirar hacia otro lado, sino que tiene que comprometerse con el tema de Palestina. Es 2021: hace tiempo que se necesita una nación para los cristianos y musulmanes palestinos, así como seguridad e igualdad para ellos.
El conflicto palestino-israelí forma parte de mi vida desde que tengo uso de razón. Mi padre palestino —nacido en la década de 1930 en lo que entonces era Palestina (controlada por Gran Bretaña hasta 1948) pero ahora la Ribera Occidental— me contaba historias al respecto cuando yo era un niño a finales de la década de 1970.
No era una discusión política, sino que se centraba en cómo mis parientes y otros palestinos se desenvolvían en la vida cotidiana bajo la ocupación militar israelí. La limitada libertad de movimiento, la multitud de puestos de control militares israelíes que negaban la autosuficiencia personal, la tierra de mi abuela robada por los colonos israelíes, etcétera.
Durante las décadas siguientes, pocos funcionarios electos estadounidenses de ambos partidos dieron prioridad a los derechos humanos de los palestinos.
Afortunadamente, el senador Bernie Sanders cambió eso durante la campaña presidencial de 2016 cuando declaró: “Vamos a tener que tratar al pueblo palestino con respeto y dignidad”. Sanders, al mismo tiempo que defendía el derecho de Israel a existir, pidió que Estados Unidos dejara de ser “unilateral” en el conflicto.
Aunque era impensable hace una década, la semana pasada un grupo diverso de 25 miembros demócratas de la Cámara de Representantes —entre ellos Marie Newman, Ayanna Pressley, Mark Pocan y Judy Chu— pidieron al Gobierno de Biden que condenara el esfuerzo de los grupos judíos ultranacionalistas por desalojar a los palestinos de sus hogares en Jerusalén Este.
Y el jueves, un grupo de demócratas de la Cámara de Representantes se manifestaron en el Pleno en apoyo de los derechos humanos de los palestinos. La representante Alexandria Ocasio-Cortez señaló que, aunque el presidente Biden afirmó que Israel tiene derecho a defenderse, ella preguntó: “¿Pero los palestinos tienen derecho a sobrevivir?”, y añadió: “Si es así, tenemos una responsabilidad al respecto”.
Pressley pronunció un apasionado discurso que primero vinculó el movimiento Black Lives Matter con los derechos humanos de los palestinos, y luego declaró: “No podemos permanecer de brazos cruzados y cómplices, y permitir que continúe la ocupación y la opresión del pueblo palestino”.
Otros se sumaron a estos discursos, entre ellos la representante Rashida Tlaib, compatriota estadounidense de origen palestino que lo resumió bien: “Los palestinos no van a irse a otra parte”.
Tiene razón. Según la Oficina Central de Estadísticas de Palestina, hay más de 3 millones de palestinos en la Ribera Occidental y 2,1 millones en Gaza. La Asociación para los Derechos Civiles en Israel dice que hay unos 358.000 palestinos en Jerusalén.
La realidad, sin embargo, es que los israelíes tampoco se van a ir a ninguna parte, con una población de más de 9 millones, de los cuales casi 7 millones son judíos. Como declaró Pressley el jueves, “los destinos de los pueblos israelí y palestino están ligados”.
Pero aunque el futuro de ambos esté ligado, no significa que los respectivos pueblos sean iguales, ni en términos de recursos, poder político ni de nivel de sufrimiento.
Por ejemplo, en Gaza, el 95% de los residentes no tiene acceso a agua potable y el 80% de la población depende de la ayuda internacional para sobrevivir.
En tanto, Human Rights Watch publicó recientemente un informe de 213 páginas en el que acusaba al Gobierno de Israel de aplicar un sistema de “apartheid” con políticas que favorecen a los judíos israelíes frente a los palestinos que están tanto en Israel como en los territorios. (En enero, el grupo israelí de derechos humanos B’Tselem hizo la misma acusación).
Sin duda, un acuerdo de paz amplio parece actualmente casi imposible dado el liderazgo. ¿Con quién en Hamas pueden hablar los funcionarios israelíes? A la inversa, cuando se trata de los palestinos de la Ribera Occidental, ¿quién podría ser su socio para la paz cuando el actual primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, ha declarado que no habrá un Estado palestino bajo su mandato y ha prometido anexar grandes franjas de la Ribera Occidental?
No olvidarse de los palestinos es algo más que impulsar la paz: es que Estados Unidos tome posición a favor de los derechos humanos de los palestinos.
Por ejemplo, no solo están las amenazas de desalojo de los palestinos de sus hogares y las “amplias restricciones durante décadas a la libertad de movimiento y a los derechos civiles básicos” de los palestinos en la Ribera Occidental y Gaza, detalladas por Human Rights Watch, sino también el alarmante aumento de los extremistas israelíes que salen a las calles para corear de manera amenazante “muerte a los árabes”.
Una vez que se alcance un alto el fuego, el presidente Biden debe dejar claro que los palestinos son merecedores de la misma seguridad, igualdad y patria que los israelíes.
Los días de negar la humanidad de los palestinos deben terminar. Y, lo que es muy importante, Biden debe declarar que está dispuesto a utilizar los US$ 3.800 millones de ayuda anual que Estados Unidos proporciona al gobierno israelí —junto con el papel de liderazgo de EE.UU. en el mundo— para conseguirlo. Este enfoque imparcial es el primer paso para sentar las bases de un acuerdo de paz duradero y justo.